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Santiago

El estúpido de Alonzo me sacó debajo de la mesa jalándome del brazo, antes que yo pudiera despedirme o decirle algo más. Me golpeé en la cabeza por su falta de cuidado y casi me caigo.

—¿Qué tanto estas ahí metido? —cuestiono, mientras me removía el cuerpo.

—En primer lugar, déjame. Si estoy ahí, es porque no quiero verte la cara.

—¿Sabes qué? Te voy a regresar a tu casa. Después voy a ir a verte, cuando estés más calmado y dejes de hacer berrinches.

—Está bien, pero yo sé caminar solo, así que suéltame.

—Bien.

En cuánto me soltó, caminé en silencio y así fue durante todo el camino hacia su auto. Si no hubiera sido la única cosa capaz de sacarme de ahí, no lo haría. Yo solo quería irme.

Él me seguía detrás, murmurando cosas sobre mí. Una de ellas me llamó la atención, porque aseguraba que muy pronto me volvería más dócil, y aprendería a respetarlo.

Era increíble. Se creía mi dueño.

—Ve y entra. —Me ordenó desde que aparco en la calle frente a mi casa.

Yo no le dije nada, solo me quité el cinturón dándole una mala mirada y abrí la puerta para salir. Todo lo que saldría de mí boca serían groserías. Era mejor así.

—Espero que reflexiones en este tiempo.

No lo soporté más. Tuve que responderle.

Yo me detuve y me giré para darle la cara. Me llevé la sorpresa de que estaba enfrente de mí, por lo que tuve que retroceder un poco si quería alcanzar a mirarlo bien, sentir que tenía poder sobre él y yo era más alto. Mi espalda quedó pegada con la madera de la puerta.

—No tengo que reflexionar alguna cosa, sino tú. Estaba hablando en serio con lo que te dije hace un rato.

—Necesito tiempo, eso es todo.

Él me robó un beso muy rápido, tomándome por sorpresa. Con esa simple oración creyó que ya estaba conforme, y todo seguiría normal.

—Debiste decirme eso antes. Creí que ya tenías las cosas claras a tu alrededor. —lo empujé. Teníamos que seguir dialogando. Las cosas no se resolvían así.

—Eso no debe preocuparte.

Alonzo volvió a acercarse, sujetando mi barbilla. Quiso convencerme de lo que decía, acompañado de una mirada manipuladora. Consiguió que tomara eso cómo una advertencia.

Para mi suerte, la puerta de mi casa se abrió. Él me estaba incomodando, y el no poder insultarlo como yo quería me frustraba.

Ya sabía quién estaba detrás de mí, no tenía una familia muy grande. Solo éramos mis padres y yo. Mí mamá trabajaba todo el día, así que...Mi espalda pasó a estar pegada al cuerpo de Benjamín. Aunque no por mucho tiempo.

Me fijé a través del rabillo de mi ojo, que miró a su amigo muy mal, al mismo tiempo que su mano sujetaba mi brazo derecho y lo encerraba en su puño. Después, sin perder ese contacto visual, retrocedió un par de pasos llevándome consigo hacia adentro y le cerró la puerta en sus narices.

Pude ver a través de los cristales que adornaban cada lado de la puerta, su cara desconcertada. Apenas se daba cuenta de la situación.

Más tarde, no tuvo de otra que darse la vuelta y marcharse.

Yo también me di la vuelta y quise irme. Tal vez a mi habitación. Sin embargo, me encontré con su cuerpo ahí parado.

Pasaron los segundos. Entre los dos, creció un pesado y oscuro silencio.

Cuando estemos juntos ©Where stories live. Discover now