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—Ya regresé —le avisé, tomando asiento en una silla frente a su escritorio.

El director siguió redactando un correo en la computadora, sin alzar su mirada.

—¿Y bien?

Asentí, comprendiendo que debía ir al punto.

—Mi papá se puso muy agresivo, así que me fui a la casa de un amigo suyo. Este vive muy lejos, por eso llegué tarde.

Lo cierto es que me entretuvo en la mañana. No me dejaba salir hasta que nos diéramos unos besos, o estuviésemos un rato juntos, dándonos cariño. Buscaba compensar el horrible día que tuve ayer, hacerme sentir bien. No entendía que yo debía salir para la escuela, e iba a llegar tarde.

—¿Cómo te vas a ir así? — negó, chasqueando su lengua y poniendo una cara de decepción —. ¿Quieres que hable con él?

Negué repetidas veces.

—No, no es como si fuese así siempre. Yo hice algo que no le gusto, y que al parecer era muy importante para él. Después podemos arreglarlo.

¿De qué manera? No lo sabía. No podía regresar el tiempo para no involucrarme con ciertas personas. Eso ni siquiera debía parecerle relevante.

—Aun así, no puedes vivir con un extraño. Vente para mi casa.

—Sino estuviera la odiosa de Stella, lo haría. Pero sabes que no nos llevamos bien.

Stella era su hija más pequeña, y la más insoportable. No solo íbamos a la misma escuela, también compartíamos curso y una posición en el cuadro de honor.

Literal, estábamos uno al lado del otro.

Era inteligente, al igual que yo, pero en vez de ser amigos prefería vivir en una competencia conmigo. Su padre, además de sentir admiración hacia mí, me trataba como parte de su familia. Tantas cosas en común, no le gustaba.

—No tienen por qué socializar si no quieren.

—No, no insistas.

Seguro que desde que me viera entrar por la puerta, pondría su cara de fastidio. A mí no me gustaba estar en donde no me querían.

—Lo hago porque me preocupas, mijo — ahí despego su mirada de la pantalla. Me vio con preocupación, ternura e impotencia. Lo primero se acentuó más en su rostro, al darse cuenta de que tenía algo en mi cuello.

—¿Y eso? —me cuestionó, llevando su mano derecha ahí. También se inclinó hacia adelante, y ladeó su cabeza para verme mejor.

— ¿El qué?

Me quedé quieto sin entender nada.

—Tienes una marca roja como de...

Lo supe de inmediato. Recordaba perfectamente cuando Benjamín dejo caer con fuerza su cinturón en esa parte, me ardió la garganta y ya luego no quise hablar tanto, por miedo a que me doliera.

—Ya te dije que como se puso mi... papá —me costó un poco decir lo último, porque ya no estaba quedando sombra del hombre que era hace unos años; no me cuidaba lo suficiente, no me daba cariño u hacía otra cosa que no fuese darme órdenes.

—No me dijiste por qué te agredió.

—Digamos que fue porque estuve con un chico.

No quise contarle todo, para no preocuparlo más de la cuenta.

Eso le causo tanta incomodidad, que apartó su mano de mí y regresó su mirada otra vez a la pantalla. Trató de hacer como si nada, pero su expresión tensa lo delato. Nunca le gustó que anduviese con ellos, ni los viese de una forma amorosa.

Cuando estemos juntos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora