d i e z

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Jungkook había pasado unos cuantos días recluido en su nueva habitación, haciendo algo de ejercicio, jugando con su consola y dibujando. En un par de horas, la única papelera cercana al largo escritorio de madera maciza de la habitación terminó lleno de papeles arrugados, de hojas arrancadas y de láminas llenas de líneas sin sentido que tachaban la parte central del esbozo. Jungkook no tardó mucho en darse cuenta de que necesitaba algo de aire, sobre todo después de haber pasado horas y horas intentando dibujar a alguien que no fuera Olivia. 

Quizá su inconsciente le estaba intentando enviar señales... quizá debía disculparse con ella. La culpa habitaba en el interior de Jungkook, aunque el orgullo se encargaba de enterrarla aún más profundo. Su arrogancia y terquedad, típicas de la familia Jeon, no iban a permitir que se acercara a la jovencísima Dolan y mucho menos iban a dejar que Jungkook moviera sus labios para vocalizar un tímido ''lo siento''. Además, algo le decía que ella no iba a aceptar ninguna disculpa. También era engreída, y para más colmo reinaba en la casa como una auténtica tirana, prohibiendo a Jungkook divagar por los pasillos. 

Chasqueando la lengua, Jungkook se levantó de la cama. —¿Quién es para prohibirme hacer lo que quiera...? —bufó, hablando para sí mismo. Sin pensarlo mucho, decidió salir de la habitación, poniendo rumbo hacia las cocinas; tenía intención de abandonar su dieta basada en ramen instantáneo que había colado en su bolsa de deporte y pizza que pedía de madrugada, cuando las únicas personas con las que se podía cruzar hacían guardia en la garita de la cancela. 

Jungkook se asomó al pasillo antes de cerrar la puerta de su habitación. Con las manos en los  bolsillos y aire altivo, recorrió toda la planta hasta llegar a la enorme escalinata de mármol. Se preguntó si en Corea podría caber semejante mansión. Sus pasos lentos resonaron por todo el hall de entrada, que le recordaba a esas pistas de baile que salían en las películas románticas, y poco a poco llegó a la cocina, donde solo se encontraba la señora Hudson.

—¡Anda, pero si es el príncipe de la casa! —exclamó, sonriente. La mujer llevaba un enorme jarrón de rosas rojas frescas que dejó lejos, en la mesa redonda del comedor. —¿Te apetece comer algo? Puedo prepararte lo que quieras... sin que la señorita se entere. — le guiñó un ojo, con aire divertido. — Preparo un guiso estupendo.

Jungkook esbozó una sonrisa mientras se apoyaba en la enorme isla de encimera, cómo no, de mármol. —Me basta con algo de yogur, la verdad. 

—Ay, no seas así. Dame unos minutos, ¿si? — con prisa, la mujer sacó de una alacena una enorme cazuela de acero inoxidable. La colocó sobre los fogones. —¿Has dormido bien estos días?

—Sí. — mintió, aprovechando que la ama de llaves y, al parecer, la única que tenía contacto con Olivia, estaba dándole la espalda. 

—¡Me alegro! La cama de tu nueva habitación es mucho mejor. 

El joven se limitó a ver en silencio cómo la mujer preparaba los ingredientes para hacer un guiso de carne y verduras que no parecía del todo típico de la Costa Oeste. Agachó la cabeza un instante y se fijó en las vetas del mármol. —Mi madre... —logró decir con un hilillo de voz. —¿Ha venido mi madre?

Era su única salvación. Escaparse escalando la valla que rodeaba la casa era una rotura de tobillo asegurada y, además, los perros avisarían a los guardias. Esperar a que alguien saliera o entrara de la mansión en coche era como esperar ver a un cerdo volar: imposible. Los suministros parecían llegar por alguna puerta trasera que Jungkook no había descubierto aún, y la señora Hudson no salía en ningún momento del día. Por eso, la señora Jeon era la única que podía rescatar de allí a su hijo. 

—Ah, la señorita ha suspendido la terapia. —dijo con toda la tranquilidad del mundo la señora Hudson. 

Jungkook enarcó las cejas. —¿Mi madre ya no va a venir? 

The beauty and the beast » Jungkook;BTSWhere stories live. Discover now