Aoi Nieves y los 7 músicos

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Había una vez una disquera muy importante. Esta tenía como única dueña a Yuri Shiroyama, la señora Shiroyama era viuda y tenía un solo hijo, Aoi, quien era su adoración. Aunque el pequeño niño tan solo tenía diez años había demostrado ser inteligente y apto para la música; se lucía cada vez que tocaba la guitarra. Sin embargo su madre creía que Aoi necesitaba una figura paterna, por lo que se volvió a casar.

Lo hizo con un músico, el mejor del lugar según muchos decían. Yoshiki, como muchos lo llamaban, se mostró amable con Aoi, le enseñaba acordes, compases y notas que el chico jamás había escuchado. Por un tiempo la familia fue muy feliz, Yoshiki incluso le ayudaba a la señora Shiroyama a administrar la disquera, cada vez imponiéndose un poco más.

Al cabo de unos cuantos años, cuando Aoi cumplió catorce, su madre falleció víctima de una enfermedad misteriosa. Para ese momento ya era un músico extraordinario para su edad, y todos a su alrededor se lo hacían saber. Así que cuando su madre le faltó, quiso refugiarse en la música; sin embargo Yoshiki le prohibió en ese momento todo contacto con la música, argumentando que no debía distraerse con banalidades y aunque el chico peleó por su derecho, no consiguió nada. Pues Yoshiki no sólo tenía su custodia, también había heredado la disquera de su madre.

Para cuando Aoi cumplió veintiuno, llevaba años sin tocar una guitarra, pero hacía música con todo lo que se le aparecía y aquello hacía que llamara mucho la atención entre toda la gente que conocía. Y es que no era para menos, Aoi a pesar de su terrible padrastro jamás perdió su sonrisa, ni la esperanza de que todo saldría bien al final. Aunque debía admitir que cada día se le hacía mas difícil.

Por eso aquel fatídico día, decidió arriesgarse. Había escuchado que Yoshiki estaba metido en la sala juntas de la disquera, y aunque Aoi permanecía en el edificio encerrado después de la escuela, nunca tenía nada qué hacer. Sin embargo, decidió aprovechar ese día para escabullirse a uno de los estudios de la gran disquera y tomar una guitarra.

Al principio, le fue difícil recordar cada nota, pero a medida que tocaba se le hacía fácil hacer melodías; de vez en cuando fallaba pero con sus dedos ágiles comenzaba de nuevo. No podía ocultar el gran placer que le provocaba por fin tener un instrumento en sus manos. La música que salía de sus manos llamó la atención especial de un chico que iba pasando por el pasillo de la disquera.

Uruha era el segundo mejor músico de la disquera, el primero siempre tenía que ser Yoshiki; podía tener su propia disquera si quería pues su padre era dueño de una. Pero él, quería valerse por si mismo y probar suerte en la de alguien más. Hasta el momento le estaba resultando, pues estaba adquiriendo mucha popular en la ciudad.

De inmediato, Uruha se sintió atraído por la melodía que provenía de uno de los estudios, sin vergüenza, decidió asomarse. Donde encontró a un hermoso chico de cabello negro, jugueteando con una guitarra mal afinada. No pudo evitar sonreír, mientras el otro trataba de tocar con manos torpes que parecían aprender rápido. Se sentó frente al pelinegro quien dejó de tocar al notar su presencia.

—No, por favor, no te detengas —dijo Uruha sonriendo—. Lo haces muy bien.

El otro negó con un pronunciado sonrojo en sus mejillas—. Es la primera vez que lo hago desde que era niño —confesó apenado.

—Vaya —Uruha sacó su propia guitarra del estuche que había estado cargando en su espalda—. Deja que toque algo contigo, podría enseñarte una que otra cosa.

Aoi no supo qué decir, así que solo se limitó a asentir. Por más de una hora estuvieron tocando juntos. Sin decirse nada que no fuera de la música, sin decirse sus nombres, quienes eran o si se volverían a ver. Después de un rato, el celular de Aoi vibró en su pantalón, con un mensaje de Yoshiki, preguntando dónde estaba.

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