La temida mañana

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La temida mañana cubrió aquella vieja ciudad con tonos rojizos el cielo. Los clubes cerraron, los antejardínes brillaron con belleza cómplice y en dos camas (una en el centro y la otra al extremo de la ciudad) despertaron dos jóvenes con una terrible resaca.

Uno había vociferado poemas en la madrugada.

Y el otro...

Bueno, el otro...

La luz entraba tiernamente por la ventana. La cortina, de color azul, teñía con cariño la habitación del apartamento del hombre, Kim Seokjin.

Los rayos de sol que atravesaron la tela no supieron qué acariciaron una vez alcanzaron el gran bulto que descansaba en la cama. Se confundieron un poco, porque aquella masa de piel y cabello eran en realidad dos cuerpos, uno demasiado enredado al otro. ¿Dónde empezaba y dónde terminaba cada quién?

El maestro Kim Seokjin yacía boca arriba, eso podía notarse. Sin embargo, él se había dormido en el lado contrario de la cama, ¿qué hacía en el borde?

Quizás el cuerpo de su estudiante, Kim Namjoon, podía responder a esa pregunta. Por su cabeza en el hueco del cuello del contrario, las sábanas arrugadas en el extremo presionadas por uno de su pies, sus manos enredadas bajo los brazos del pelinegro, y sus piernas en un complicado nudo que los mezclaba, tal parecía que era su culpa. Kim Namjoon dormía pesado, usualmente despertaba sin manta o con la almohada en el suelo. Había sido así desde pequeño.

Esa noche, aún más pesado por el alcohol en su organismo, al parecer había movido un cuerpo. Lo había movido, y arrancado las sábanas del colchón a su paso.

Lo bueno, era que Seokjin, su compañero, igual de buen dormilón (quizás debido a su condición) ni se inmutó. Namjoon bien podría estarlo ahorcando y moriría silenciosamente. Si de pareja despiertos, la cosa se complicaba, de pareja dormidos coincidían perfecto.

Sin embargo, esa mañana despertó primero a Namjoon.

Habría sido una escena realmente bella, el volver a sus brazos y estar bajo el hombre que amaba, si no fuera porque su cabeza parecía estar siendo atravesada por miles de pequeños alfileres y su poca cordura no lograra recordar cómo mierda había llegado hasta ahí. Incluso tardó en reconocer que la persona que dormía bajo él era Seokjin. Kim Seokjin, su maestro, en verdad.

Cuando se dio cuenta de lo que sucedía sólo pudo maldecir.

—Jodida mierda. —espetó, con una ronca voz mañanera, para soltar un quejido por lo feo que retumbó su cabeza después de decir eso. Le habría gustado levantarse, pero su cabeza hizo todo lo contrario. La dejó caer contra el hombro del hombre dormido, y respiró profundo, intentando calmar las oleadas de tortuosa resaca que lo hacían querer llorar—. Hoy me muero. Hoy me muero. Oh, mierda, voy a morir.

Entonces una mano estaba subiendo hasta su espalda. La mano tuvo que desenredarse del brazo de Namjoon para poder lograr su cometido. La palma le sostuvo la espalda, y el hombre a punto de colapsar de malestar a penas si pudo inmutarse. ¿Estaba despierto?

—No vas a morir... —respondió, en un hilo de voz. Si Kim Seokjin había despertado por los quejidos de Namjoon, aún parecía más dormido que consciente. La mano en su mano se movió suave, acariciando. Sus ojos ni siquiera se abrieron—. Uno no muere por una resaca. No vas a morir...

Namjoon retuvo un momento la respiración, mirando fijo la piel pálida que se asomaba por el cuello de su camisa. Quiso levantar su mano y tocar, pero no era correcto. Ni siquiera recordaba llegar a su casa anoche. Dios, iba a dejar el alcohol. Ahora sí lo dejaría.

—¿Cómo llegué aquí? —musitó, demasiado consciente de la gravedad pegándole a él.

—No lo sé, a penas podías caminar cuando llegaste. Eran las tres de la mañana. —respondió Jin, aún sin abrir sus ojos. No pareciendo demasiado perturbado porque estuvieran juntos. No pareciendo en lo absoluto incómodo, todo lo contrario, ese idiota.

Enemigo «KookTae» ©Where stories live. Discover now