CAPÍTULO III - NOCHES DE VINO Y BOTELLÓN

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Yolanda miró el móvil, intentando autoconvencerse de que todo iría bien. Sentada en un banco y rodeada de gente que apenas conocía, se miró en el reflejo de un lejano y oscuro escaparate, sus zapatos de tacón y característica minifalda ahora pareciendo ridículos. De golpe odiaba el color rojo vivo de los lunares de su top, y el top negro con escotazo no le parecía tan sexy como de costumbre. Lo tuvo que aceptar, nadie más vendría a la fiesta. Nadie quería festejar nada, pese a que hiciera ya un mes del asesinato de Fer. Y ella, en verdad tampoco. Para ella las fiestas eran una excusa para beber, y así olvidarse de todo. Cubata en mano, se empezó a preguntar por qué se empeñaba en aparentar que había algo en su interior que no fuera desolación. Pensó en irse, derrotada después de varios cubatas que sabían a garrafón y un vacío interno que no conseguía quitarse por mucho que bebiera. No se podía quitar la imagen de Fer de la cabeza, el sonido del disparo de sus oídos. Ella aún no era consciente de que con la muerte de Fer también había muerto su adolescencia.


Se levantó y empezó a caminar por las oscuras callejuelas que conducían a su casa.


* * * *


Olimpia cerró los ojos, una sonrisa en sus labios al sentir eso que tanto había añorado: el silencio. Esa noche Félix se quedaba con Darío, y ella estaba decidida a aprovechar y dedicarse un rato a sí misma. Se había pasado una hora en la bañera con música clásica de fondo y sumida en una enésima pero apasionante lectura de una obra de Dumas, y la noche era joven. Sabía que pronto acabaría durmiéndose, probablemente con una copa de vino a medio beber y manchas de pintalabios en el cristal. Se tiñó de rojo los labios y ennegreció sus párpados, sus verdes ojos resaltando. No iba a salir, no. Esa noche era solo para ella, y le apetecía sentirse poderosa, sexy. Ahora solo me falta un hombre al que enseñarle este cuerpazo, pensó para sí misma mientras se miraba en el espejo y estudiaba el camisón que llevaba puesto. Se lo había comprado hacía muchos años, muchos años antes de que se hubiera casado. Seguramente ni conocía a Félix cuando se lo compró. Descalza, caminó hasta la cocina y abrió una botella de vino, sirviéndose una copa y disfrutando del dulce aroma afrutado mientras encendía el reproductor de música. Dió un sorbo y se relajó, inhalando hondamente e imaginando que se encontraba muy lejos de su sofá, muy lejos de su dramática vida. Muy lejos de la tristeza que rodeaba cada uno de sus pasos después del trágico suceso que había marcado su vida hacía unos días.


Fer había muerto.


Fernando, el chico alegre y extraordinario que siempre tenía que ponerla de los nervios en medio de las clases, nunca más la interrumpiría para corregir algo que él creía incorrecto o para hacer alguna pregunta que acabaría desviando el tema de conversación hasta que sonase el timbre. Ese chico que siempre reivindicaba hasta la más mínima de las injusticias, el digno sucesor de Covadonga. El que la había liado parda tantas veces, colgando fotografías del orgullo ante profesores homófobos, defendiendo a sus compañeros siempre que lo habían necesitado. El que la había sacado de quicio miles de veces pese a ser un alumno modelo, porque en eso se parecían, eran muy tozudos. Fer era ese chico valiente que había sufrido la pérdida de su mejor amigo demasiado pronto y que había usado esa experiencia para tirar adelante, y siempre con la cabeza bien alta.


Fer estaba muerto, y nada podría cambiar ese hecho.


Nada, ni nadie, podría dar marcha atrás. Nadie podría evitar que Toño cogiera aquella escopeta, ni que él y Álvaro forcejearan. Nadie podría haber evitado que la escopeta se disparara, ni parar la bala que atravesó el pecho de ese adolescente que en el pasado tuvo un brillante futuro por delante. Pero Olimpia seguía teniendo la sensación de que sí se podría haber hecho algo. De que ella podría haber hecho algo. Podría haber empezado por no permitir que se publicase la humillante viñeta en el periódico estudiantil. No era inofensiva, los alumnos no se tenían que aprender a curtirse y mucho menos tenían que aprender a aguantar insultos y ofensas de sus compañeros. Debería haber convencido a Enrique de que no la publicase, o debería haber conseguido que Jon no se convirtiera en el dibujante de los cómics del periódico. Debería haber sido más clara con la madre de Toño, haber hecho callar a Enrique cuando estaban en la reunión y él no paraba de interrumpirla. Debería haber pensado más con la cabeza y no haberse dejado llevar por su estúpido flechazo en el hombre. Debería haber sido ella la que estuviera dentro con ellos, con sus alumnos desde hace tantos años. Pero no había sido así. Y ahora Fer había muerto, por su culpa. Por culpa de todos.


Suspiró, dejando la copa en la mesa de café y secándose las lágrimas que caían por sus mejillas, para después cubrir su cara con sus manos. Totalmente ajena a los mensajes que le llegaban al teléfono móvil, olvidando en su mesita de noche, intentó calmarse y respirar profundo. "Joder..." se dijo a sí misma, intentando razonar. "¡Joder!"


Se sentía destrozada, como si algo hubiera sido arrancado de su corazón. En sus sueños solo veía la imagen del cuerpo del chico ensangrentado, su camisa blanca empapada y sus ojos cerrados en aparente paz. Le había llamado, esperando que se despertase. Viendo como lo tapaban sin creerse lo que veía, desesperada interiormente pero incapaz de mostrar nada mientras Yolanda la abrazaba. Esos instantes se repetían en su mente, una y otra vez.


Y ese silencio que hacía unos minutos tanto había adorado, ahora le causaba terror.


Fue entonces cuando sonó el teléfono de casa, sacándola de su histeria. Se quitó las manos manchadas de máscara de pestañas de la cara e intentó serenarse, escuchando el estridente sonido. Intentó ignorarlo, pero quien estuviera al otro lado de la llamada parecía tener claro que quería hablar con ella. Corrió hacia el aparato y descolgó. "¿Qué pasa? ¡Joder!"


"¿Señora Díaz? Buenas noches, le llamo en relación a su hija."


"Mi— ¿Mi hija?"


"Sí, su hija Yolanda."


"Ah..." respondió confusa, sin saber qué hacer. "¿Qué... qué pasa con ella?"


"Ha habido una pelea en una discoteca en la que su hija se encontraba, y—"


"Pero— ¿pero ella está bien?"


"Necesitamos que venga urgentemente."

El amor, en inglés.Where stories live. Discover now