cuarenta y tres.

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Caminé por toda mi habitación. Mi mente era un desastre, pensamientos revoloteando libremente mientras me volvían cada vez más impotente. Mis manos temblaban, parecían querer moverse al menos un poco, estaba seguro de que ansiaba algo, tal vez que Megan viniera y me dijera que no se iría. Y luego, que me apretara contra su cuerpo, causándome la sensación de estar tocando el cielo. Pero no lo haría, ese era el problema, ella nunca lo haría.

Mis labios se abrieron ligeramente al echarme bruscamente a mi cama destendida, presionando mi mejilla al colchón tapado con una sábana blanca. No me permitía llorar, no debía llorar porque yo no lloraba y menos por una chica, aunque anteriormente me la haya pasado haciendo, no iba a llorar hasta que Megan se dé cuenta de que tenía que poner los pies en la tierra.

Me levanté de la cama, dispuesto a comer cualquier fruto que encontrara por la cocina. Engullí rápidamente todo lo que me fue posible y salía de casa a caminar un rato, pero me detuve en el hogar de Jasmine, floreado y lleno de plantas frescas en el jardín. Me acerqué caminando por sobre el macadán y toqué suavemente su puerta, pasando mi peso de un pie a otro por lo nervioso que me resultaba estar en esa situación. El pestillo se giró ligeramente, dejándome ver a Jasmine con los ojos entrecerrados y sobándose aquellas ojeras marcadas por las largas exposiciones que ahora ordenaban.

“¿Harry? ¿Qué haces aquí?” me demandó, dejando descansar su mano en el pomo de la puerta, sin abrirla, lo cual me pareció extraño ya que Jasmine jamás hacía aquello.

“Eh, he venido a visitarte.” Le confesé, mordiendo el interior de mi mejilla, sabiendo que en realidad quería hablar de Megan.

“Oh, bueno, ahora estoy ocupada…”

“¿Durmiendo?” la interrumpí, danzando las cejas.

“Conversando con Megan.” ella siseó, rodeando los ojos.

Mi respiración paró por completo. Mis manos tocaron la reja de la casa de Megan y mis ojos eran una súplica por que abra.

“¿Megan? ¿Está aquí? Necesito hablar con ella.” le pedí, demasiado interesado.

Jadeó.

“No creo que quiera hablar contigo.” me respondió, formando una mueca.

“¿Qué? ¿Por qué? ¿Ella—ella está enfadada conmigo?” le pregunté, el temor expandiéndose por mi voz.

Ladeó la cabeza, negándome la pregunta.

“No, Harry. Ella está nerviosa, necesita tiempo. Sólo quiero recordarte que se irá mañana, todo acaba mañana, pienso.” Jasmine confesó, soltando un suspiro.

Hice lo posible para que el sollozo estancado en mi garganta no se escuchara más de lo debido, pero fue inútil cuando Jasmine me miró con pena.

“No quiero que se vaya.” le dije, como si fuera a ayudarme en algo.

“Y yo, Harry. No quiero ofender a Megan, pero sabes que siempre suele escapar de sus problemas.” me susurró, inclinándose ligeramente.

Cerré los ojos con fuerza, para volverlos abrir cuando escuché el más mínimo ruido.

“Lo sé. Simplemente no lo entiendo, ella nos tiene a nosotros.” Me quejé, llevando una mano a mi cabello desparramado.

“Pero ella quiere de vuelta a su familia, no creo que obtenga eso.” Jasmine comentó, frunciendo los labios.

“La extraño.” pronuncié, luciendo herido.

“Ella sigue aquí.” se mofó, intentando no poner sus ojos en blanco.

Humedecí mis labios, moviendo la boca.

“Luego la extrañaré más.”

Jasmine me acarició la mano, apartándose rápidamente en segundos.

“Tengo que irme, Harry. Ella sigue al teléfono.” me avisó, señalando su casa desde fuera.

Traté de entender a Megan, al igual que lo hice con Jasmine por no querer explicarme la insistencia del viaje.

“Está bien.” dije, estaba hecho un manojo de nervios que incluso, pensé en ir y arrancharle el teléfono a Jasmine para poder hablar con Megan.

+++

Megan se iba hoy. Yo lloré en la noche lo suficiente como para romper la propia regla que me propuse. Tenía ésta idea de salir fuera y maldecir a todos, deseándoles hasta la misma muerte por lo malhumorado que me encontraba y, honestamente, aquella idea me resultaba tentadora por el momento. Y había otra, que era llorar a los pies de Megan rogándole que se quedase, pero a pesar de que yo le construya una mansión, su decisión iba a seguir siendo la misma.

No estaba dispuesto a ir al aeropuerto. El desasosiego en mi estómago aumentaba más al observar determinadamente el reloj frente al sofá, hiriéndome de una manera inigualable.

No era sólo la sensación de dolor que te invadía por perder a tu novia, sino también, por perder a tu mejor amiga.

Después de pensar momentáneamente sobre todo lo que debía o no hacer, corrí hasta el auto de mi madre y sin pedir algún permiso, entré con sus llaves y conduje hasta el aeropuerto de la ciudad, donde seguramente Megan esperaba su vuelo. Esperaba que no haya ningún altercado, pero era imposible ya que si el avión de Megan no se había adelantado, yo podía verla hasta comprando su boleto. Aparqué el auto en la plaza de estacionamiento y me bajé violentamente del vehículo, cruzando hasta las puertas eléctricas que ocasionaron un ruido metálico en cuanto entré. Subí empujando hombros y mirando por sobre todas las cabezas diferentes en el aeropuerto. No encontré a Megan por las personas acumuladas, así que opté por llamar a Jasmine.

“¿Dónde están?” le pregunté inmediatamente.

“Estamos comiendo, el vuelo de Megan todavía no sale.” me informó, su boca apretada.

“¿En dónde?” insistí, deslizándome con falta de tranquilidad

“Creo que se llama Caramelos rosas, una tontería parecida.” me contestó, divagando.

“Estoy allá en minutos.” tajé, colgando la llamada.

Me aferré a mi saco de color marrón, dejando escapar un pequeño bufido por lo cansado que estaba. Mis piernas flaqueaban a medida que corría y sentía que en algún minuto podría desmayarme, caer y despertar en un hospital. Realmente tenía esa impresión de mis ojos cerrándose, pero supuse que se debía a que no había dormido toda la noche.

A lo largo de mi amistad con Megan había pensado en cuánto me gustaba, como cuando tenía catorce años y envolvía su cabello en su dedo meñique por lo largo que estaba, o a los quince, que empezó a cruzarse de brazos y a enfadarse por todo lo que decían. Pero ahora es peor que cuando era una niña o entrando a la etapa de la pubertad, me asombró su carácter fuerte con los hombres, no se dejaba nunca a nada y me gustaba, como siempre lo hizo.  

Recordé que me miró en el aeropuerto, sus ojos celestes se alzaron, estaba atemorizados y supe con certeza que ella era consciente de que no estaba tomando la decisión correcta. Mi boca se secó y mi anatomía se congeló por completo, era de lo más apropiado que sintiera un nudo impidiéndome hablar en la garganta.

“Entonces, adiós.” Sin embargo, me despedí, soportando el dolor interior.

“No es un adiós, seguiremos hablando.” ella prometió, sonriendo ligero.

“Espero que lo hagamos.” indiqué, discerniendo que el límite de esperanza que me ofrecía era toda cierta. 

¡Heeeeeey! ¿Saben? Mañana mi hermana cumple quince años ¿QUÉ? Recuerdo... Bue, con la memoria de pez que tengo no recuerdo nada. De todas formas, estoy feliz por ella. ¡GRACIAS POR LEER! LAS AMO♥

ask ✖ h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora