XXIII. Possession

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Cuando un recuerdo duele tanto que no es posible usarlo para aprender de tus errores, lo que más desea el ser humano es borrarlo del plano en que existe, enterrarlo tres metros bajo tierra y lanzarlo al fondo de un océano donde nunca nadie lo volvería a encontrar. Si solo aquello fuera posible, si esa fuera una opción viable y cualquiera la pudiera poner en práctica cuando solo pensar en eso que te hizo tanto daño regresara. Definitivamente las personas fueran más felices.

¿Y si alguien ya lo había hecho? ¿Y si le había funcionado? ¿Y si ahora tenía al arrepentimiento golpeando la puerta de su casa sin conocer la verdadera razón de su visita? ¿Y si esa nunca había sido la respuesta?

—Alexander, ¿qué es esto? —había abierto la caja, esa misma que Alex había tenido tanto miedo de que John viera en su interior.

Y es que aquella caja guardaba los recuerdos de otras vidas, otros amores, otros tiempos. Una de las desventajas de ser inmortal, siempre encontrarías personas importantes a lo largo de los años, pero al final estas se terminarían desvaneciendo como polvo en el viento. Aquella era una parte de su propia vida, por ese mismo motivo no había encontrado el valor de deshacerse de la misma cuando su relación con John se volvió más seria.

No era que no lo respetara, porque eso lo había demostrado desde el primer momento en que se conocieron—bien, quizá había coqueteado un poco de más, pero ni él lo había notado—. Sin embargo, no era tan sencillo como parecía. Había visto el ascenso y caída de los felices años veinte, las múltiples recesiones, el crac del 29 en Wall Street, las noticias del Titanic e incluso estuvo en la guerra de la independencia donde conoció a un hombre rubio de ojos azules.

De hecho, si se remontaba en esos recuerdos, el rostro del hombre regresaba en pequeños flashes de película, pero nada más. Había sido decisión propia el cambiar de apariencia cada cincuenta años—o hasta que "muriera"—, y la guerra, de la misma forma, la había tomado como una experiencia de una sola ocasión. Luego de aquello, su cabello pelirrojo había cambiado por mechones cafés y de ahí a largos azabaches, no le gustaba quedarse estancado, quizá por eso podía decir que tenía un loft en cada estado del país.

Sin embargo, en el siglo veintiuno, su atención había sido alterada por un chico que parecía lo más común del mundo y que quizá le ayudaría a mantener los pies sobre la tierra. Hace mucho había olvidado lo que era sentir que con cada intercambio de palabras se le fuera el aliento o la forma en que su estómago hacía una fiesta personal las ocasiones en que John le regalaba una sonrisa. Él era simplemente hermoso.

Después de semanas saliendo con él, un sentimiento que pensó dormido en sí comenzó a recobrar vida y esparcirse como un virus a través de todo su cuerpo, con la leve sensación de que antes, una sola vez se había sentido así. Y nuevamente el cosquilleo en la base de su cerebro lo volvía a molestar. Tenía la incertidumbre de que ese hombre había sido importante para él durante esos años; no obstante, no tenía la suficiente información como para comprobarlo a excepción del retrato dibujado que seguramente le había regalado.

Este mismo que ahora estaba en manos de John, a la temprana hora del desayuno antes de que saliera a trabajar. Los panqueques cocinados por el mayor —porque él había decidido aparentar una edad alrededor de los veinte, mientras que John tenía veintitrés la última vez que le había preguntado—cayeron como piedra en un río sin corriente, quedándose estancado y por más que tragara no se movería.

—Es un dibujo —intentó tratar el tema con indiferencia, puesto que eso no era lo que más le preocupaba sino el significado que tenía la caja y cómo se lo podría tomar John.

—Sé lo que es. ¿Este...?

—No es nadie, solo es un modelo imaginario —interrumpió antes de que pudiera hacer suposiciones.

Como si estuviera tocando fuego, John dejó el dibujo a un lado y luego de un largo suspiro, sus manos temblorosas, continuaron sacando cosas de la caja, posesiones de valor que, cuando Alex las veía, provocaban un estremecimiento en su cuerpo de la misma forma en que si estuviera viendo los rostros de las personas que había amado en el pasado.

Ahí estaba el pedazo de tela bordado de Eliza, los gemelos de...

—¿Esto también no es de nadie? —parecía como si estuviera haciendo una nueva incisión cerca de una herida que no había logrado cicatrizar.

La saliva que cruzó por su garganta quemaba como lava líquida. No sabía qué era esto que estaba sintiendo, ¿acaso era culpa? ¿Pero por qué? ¿Por no decirle a John que había salido con más personas? No, eso él lo sabía. Ambos habían compartido sus historiales, obviamente la lista del sureño había sido más corta que la del azabache, aunque esos solo eran detalles insignificantes, ¿no?

No, esta era una clase de culpa diferente. Era una culpa que crecía desde lo más profundo de su cuerpo y salía por su garganta como si en sus entrañas hubiera sido plantado un frejol y este estuviera buscando la luz por medio de la boca de Alex. Una boca que no hablaba con facilidad de cosas personales, cosas de gran importancia para mantener una relación basada en la confianza.

—No te he sido completamente sincero, John —confesó dejando su desayuno en la mesa y acercándose al de cabello rizado con cuidado de no tocar una fibra sensible y mandar todo al diablo.

—Eso es obvio, esto... ¿aún amas a estas personas?

—Son recuerdos, ¿recuerdas nuestra conversación? —no le tomó las manos, aún no era momento para eso.

—¿La que decías que eras una especie de ente inmortal o...? Era una broma, me lo dijiste.

—Y luego te expliqué que no lo era, ¿recuerdas eso?

—Demonios, pensé que había sido un sueño —golpeó su frente con el puño de su mano—. Eso... explica varias... muchas cosas.

—¿Quieres sentarte? Podemos hablar y dejar las cosas en claro.

—No. Creo que —suspiró, pasándose las manos por la cara— voy a dar una vuelta, necesito respirar.

Entonces, sin decir otra palabra más, John había salido del loft y Alex se había quedado una vez más solo, con todos sus pensamientos atormentándolo por no ser más específico con lo que decía o comprobar que la persona con la que estaba saliendo—no, él era su novio—supiera y entendiera la verdad. Las horas pasaban y las manecillas del reloj avanzaban con ellas, arrastrando los segundos, los minutos, las horas y dejando a Alex con un dolor en el pecho rememorando una y otra vez la conversación.

—Lo hubiera seguido —resopló farfullando—, a esta hora quién sabe dónde está. Voy a buscarlo, lamentarme no me ayudará en nada.

Determinado era la palabra que se podía ver en los ojos de Alex cuando sujeto la chaqueta y abrió la puerta de su apartamento con una misión en mente: encontrar a...

—Alex.

El rostro de John lo dejó sin habla, inconscientemente se hizo a un lado para que él pudiera pasar y quizá retomar la conversación que habían dejado en el aire. No obstante, debía admitir que el gesto con el que John lo recibió fue más que inesperado. Los brazos del hombre lo envolvieron en un abrazo, acercándolo a su cuerpo como si solo el pensamiento de soltarlo lo haría desvanecerse frente a sus ojos, pequeños sollozos le hicieron entender que aquello tenía una razón de ser y cuando este creyó que había sido suficiente, se alejó unos centímetros y le susurró:

—Ese dibujo es mío.

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N/A Esto puede confundir un poco pero es un concepto en el que Alex es inmortal y puede cambiar su apariencia a su gusto y John es un renacido que se encuentra con él. Alex al perder a John en su otra vida, decide borrar sus recuerdos de él, pero medio vuelven a resurgir cuando conoce a John en esta vida. Sí, es un enredo muy grande y no sé si lo he logrado explicar bien, pero ahí está. También me basé en el Malec cuando Alec encuentra la caja de recuerdos de Magnus.

Fotogramas || Lams MonthWhere stories live. Discover now