Duro despertar

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18 de enero de 2022

Tessa

¿Alguna vez quedaron inconscientes, ya sea por una caída, por una baja de presión o, como en mi caso, por una paliza? Aquellos que sí lo han vivido sabrán lo mucho que duele la cabeza al despertar, esa presión que no parece irse con nada, y solo anhelas la paz. Claro, depende de la forma en la que te despiertes. Es mejor si es en silencio, dándote el tiempo para asimilar lo que ha pasado y tranquilizarte antes de hacer algo, como, por ejemplo, levantarte abruptamente.

Eso no fue lo que me pasó.

Apenas recobré la conciencia, escuché las voces de mis dos amigos: Kara y Carter. Parecían estar discutiendo por otra de sus pequeñeces, como que el cabello de Kara era más rubio que castaño o que los ojos de Carter eran verdes y no grises. Cualquier cosa era motivo de disputa. Pero, en aquel momento, no estaban hablando sobre ellos, sino de mí.

—Se ve terrible. —decía la voz de Carter. Sentí unos suaves dedos en mi mejilla—. ¿Estará muerta?

—Por supuesto que no está muerta —lo regañó ella. Dejé de sentir esa calidez, para dar paso a un dedo que me picaba el ojo—. Deja de tocarle el ojo, idiota.

—Tengo que verificar que está viva —se defendió él. Proferí un gemido, mitad quejido mitad gruñido, y me moví levemente.

Un intenso dolor me atravesó las costillas. Vaya, sí que me había golpeado esa perra. No podía abrir los párpados todavía, sentía que había demasiada luz como para hacerme daño, así que los mantuve cerrados.

—Ya ves —dijo Kara. Tomó mi mano y acarició el dorso con ternura—. ¿Tess? ¿Puedes oírme? —Apreté ligeramente en señal afirmativa—. Te pondrás bien, nena. Debes descansar, ¿sí?

—¿Me juras que no está muerta? —continuó Carter, molestándola. Mi amiga soltó un suspiro cansado. Intuí que estaba a punto de abalanzarse sobre él y darle una buena golpiza si no se callaba—. Ya, perdón.

—Dejémosla descansar —dijo, y pude oír cómo se alejaban de donde sea que estuviera acostada, y abrían y cerraban una puerta, luego de apagar la luz; cosa que agradecí.

Intenté abrir los ojos, los sentía pesados y resecos. Cuando por fin lo logré, giré mi rostro en todas direcciones. Estaba en un cuarto de hospital, blanco e impregnado de un olor a antiséptico. Había una ventana a través de la cual pasaba la luz de la luna y se podía ver el cielo estrellado. Fruncí un poco el ceño, acción que me dolió por la gasa que me cubría. Mi costado ardía como si estuviera en llamas. Me relajé, permitiendo que toda mi espalda se apoyara en el cómodo colchón, e intenté recordar lo que había pasado.

El nombre vino a mi mente tan rápido como un auto de fórmula 1. Rinha. ¿Sería una H. A. V. encubierta? Era demasiado fuerte, sin embargo, sus acciones y la coloración de sus ojos eran indudablemente humanas.

Esa perra maldita seguro estaría en su cama, tapada hasta la coronilla, disfrutando de su victoria. Me sentía al borde de la muerte por esa idiota y juré que me vengaría. Se había metido con la chica equivocada. Sentí mis iris cambiar y me permití disfrutar de la sensación hormigueante. No tenía que mirarme al espejo para saber de qué color eran: rojo fuego, el de la furia. Duró unos instantes hasta que me obligué a calmarme y recuperaron su tonalidad natural.

Conté mentalmente mis heridas. Seguro tenía una o dos costillas rotas, una brecha en la frente y múltiples golpes en mi rostro.

Haciendo un enorme esfuerzo para no moverme y soportar el dolor, me quedé dormida.

Me despertó la flamante luz del sol que inundaba toda la habitación con calidez. El malestar en mi rostro había disminuido notablemente, al igual que en el costado. Tenía que ir al baño, así que me levanté con sorprendente facilidad. Mis músculos agarrotados se estiraron y le dieron la bienvenida a la mañana. Me adentré en el pequeño cubículo y, justo antes de salir, me quedé mirando fijamente mi reflejo en el pequeño espejo rectangular.

1. La extraña ©Where stories live. Discover now