Dos.

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—Kagome, no has ido a la otra época en un buen rato, ¿sucede algo? —preguntó su abuelo con un manojo de algas en las manos, bailaba con fervor moviéndolas de un lado a otro mientras hacía unos pasos extraños con los pies. La chica frunció el ceño ignorando por completo la actitud de su abuelo, una actitud que ya era normal en esa casa.

—Nada interesante abuelo —comentó finalmente luego de deleitarse con un poco de bailes extraños de su familiar, exhaló colocando una mano sobre su cabeza para peinar su cabello—. Me voy a dormir.

— ¿Eh? Pero me dijiste que me ayudarías a contar las algas que tengo en las cajas de atrás —respondió de inmediato dejando de lado su interesante actividad.

—Adiós abuelo.

Con un enorme pesar siguió caminando a lo largo del patio dejando a su abuelo atrás, abrió la puerta de su casa dejando los zapatos en la entrada y subió corriendo las escaleras antes de que su madre también le preguntase algo acerca de sus viaje a la época feudal o incluso sobre lo mal que se veía de tanto llorar por coraje todas las noches de tan sólo pensar en lo tonto que podía llegar a ser Inuyasha acerca de sus sentimientos.

Ya eran exactamente dos semanas desde que había regresado de la época feudal y con todo el orgullo por delante no regresaría por nada del mundo ni siquiera por lo mucho que extrañaba a sus amigos, algo en su mente le decía que quería dejar de sufrir por las tonterías de Inuyasha y otro lado le decía que había prometido quedarse junto a él pasara lo que pasara. Su promesa quedaba completamente vacía, sentía el corazón estallar cada que escuchaba a Inuyasha hablar de lo grandiosa que era Kikyo y últimamente le comparaba con ella, la hacía sentir inferior por no realizar las hazañas que ella sí había hecho.

Pero, si él también le había prometido cosas que no cumplía del todo bien y una de ella era protegerla a toda costa, no correr a brazos de la otra mujer cada que esta se lo pedía con sus horrendos renacuajos voladores, ¿dónde quedaba todo eso ahora? Era un idiota y no volvería si su vida dependiese de ello.

— ¡Inuyasha! —gritó con todas sus fuerzas, una sollozo salió de sus labios y vociferó todavía más fuerte—. ¡Abajo!

Una fuerte sensación de alivió surgió por todo su corazón y por un momento creyó que Inuyasha le había escuchado.

Entonces un violento ruido se escuchó fuera de la ventana de su habitación y un quejido que le hizo sobresaltar, alguien había caído de bruces al suelo tal como Inuyasha le pasaba cada que ella gritaba abajo, a menos que fuera el propio Inuyasha que le vigilaba por la ventana como de costumbre que se había llevado el merecido karma.

Saltó de entre sus sábanas y se asomó por la ventana para burlarse con alevosía y tomó una gran bocanada de aire al darse cuenta de que la persona que había caído al suelo no era precisamente el perro que ella creía que sería. Perpleja abrió los ojos completamente y enmarcó las cejas.

— ¿Sesshomaru?

Con rapidez bajó nuevamente las escaleras y abrió temerosa la puerta de la entrada de su casa, ahí estaba el youkai, el demonio más poderoso, aquel que siempre quiso asesinar a Inuyasha y que nunca aceptaría la ayuda de ningún humano a menos que fuera Rin el hombre demonio super perro que la mataría ahí mismo si lo tocaba.

Se acercó lo suficiente y apenas por poco pudo observar el hilo de sangre que recorría su frente. Su instinto lo haría ayudarle a pesar de seguramente el enojo que recibiría, pero, levantar al hombre de casi dos metros sería un hazaña que definitivamente agregaría a su currículum.

— ¡Hermana! ¿Quién es ese hombre? —gritó Sota también sorprendido causando que ella soltara un grito de regreso—. No es orejas de perro.

—Claro que no lo es Sota, no es para nada orejas de perro, ayúdame a meterlo a la sala —movió sus brazos intentando descifrar la manera en la que lo meterían y suspiró rascando su cuello imaginando también las mil maneras en las que inventaría que apareció de pronto dentro de la casa. Aunque técnicamente sí había aparecido mágicamente ahí frente a ella.

—Se ve muy tenebroso —fingió escalofríos abrazándose.

—Sota... Ven, ayuda.

Con el esfuerzo del mundo y varios nudos de sábanas amarrados a sus pies y manos lograron colocarlo en la pequeña sala que a comparación de él parecía una cueva de enanos, tal vez sería mala idea, ¿y si al despertarlo se enfureciera tanto que intentaría matar a todos por tocarlo?

No, claro que no se enojaría, obviamente comprendería que él estaba en un apuro un tanto extraño y ella como buena servidora de la hospitalidad le ayudó a entrar y hacerlo descansar más cómodo. No, claro que no, a él no le importaría que ella fuera de naturaleza honorable no podía dejar a un herido atrás nunca. Se armó de valor y se levantó unos segundos para correr a la cocina por un paño que humedeció bajo el chorro de agua y regresó a limpiar el rostro de Sesshomaru, sus nervios la hicieron imaginarse que en cualquier momento se levantaría de golpe a gruñir y mover las manos llenas de veneno por toda la sala y tal vez la casa o el vecindario.

— ¡Yo me voy! —gritó Sota corriendo a esconderse detrás de las puertas corredizas.

—Sota, deberías de ser un hombrecito ya.

Su mirada viajó desde su hermano con una mirada apacible y enseguida volvió al paño a seguir limpiando el rostro de Sesshomaru, su frente sangraba muy poco y ahora que lo veía con más atención también su labio inferior.

—No deberías ayudarlo hermana, todo él —lo señaló con movimientos extraños—. Se ve...

Ahora aleteó los brazos de un lado a otro como loco.

—No nos hará nada, es el hermano de Inuyasha —o al menos eso pensaba.

— ¿¡Orejas de perro tiene hermano!?

—Sí y es igual de malhumorado que él, o peor —observó a su hermano que se acercaba lentamente para seguir viendo al gran demonio, se detuvo unos segundos en cuanto Kagome volteó a verlo—. Pero cuidado, ¡puede morderte!

Rio a carcajadas al ver a su hermano correr escaleras arriba seguramente buscando a su mamá. Con una sonrisa triunfante regresó una vez más al rostro de Sesshomaru y se dio cuenta que era perfecto, sabiendo que tenía muchos más años de los que aparentaba y las marcas que tenía eran realmente curiosas, tocó una de ellas removiendo su dedo por toda la quijada y mentón, pronto sintió una presión sobre su antebrazo y los ojos de Sesshomaru se abrieron de par en par, el ambarino color recorrió a la mujer y habló.

—Sacerdotisa —rugió—. ¿Qué estás haciendo?

Es tiempo de cuestionar.Where stories live. Discover now