Capítulo veinticinco.

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BeomGyu estacionó el auto fuera de un gran edificio abandonado, aunque bastante inmenso. En realidad no era difícil darse cuenta que se encontraba totalmente deshabitado, la pintura se veía descascarada en muchas partes de este y los colores apagados tampoco ayudaban, eso sin contar las ventanas sucias.

No entendía la razón por la cual SeulGi los había citado en ese sitio, pero si fue una estrategia para que sepan que ningún viejo millonario estaría esperándolo, era una muy buena, porque no creía capaz a ese enfermo de llegar hasta ese lugar tan muerto, además de ser su coche el único en muchas calles alrededor.

Suspiró, dejando la puerta abierta mientras esperaban a la mujer, no estaba del todo de acuerdo con lo que haría, pero pasar la noche con su madre y luego lo largo del siguiente día solo viviendo uno a uno los dolores de TaeHyun lo iba a terminar matando. Él tenía que hacer que su niño comiera algo más que no fuera leche, o TaeHyun podía terminar con alguna enfermedad por falta de proteínas y nutrientes en su cuerpo.

Observó a su minino y pensó que podía haberlo llevado durante el día, pero tenía miedo de que alguien en las calles lo reconociera, así que citó a SeulGi a las diez de la noche. Funcionó, ni un alma caminaba por esas calles tan desiertas. Sin embargo, tenía a su bebé más dormido que despierto, cabeceándose en el asiento trasero del auto, observando por segundos a BeomGyu y regalándote una sonrisa cansada, junto con unos cuantos maullidos.

—Puedes dormir, mi amor, no has estado durmiendo bien en los últimos días. —Las palabras preocupadas del ojiazul no le gustaban a su minino, él de por sí odiaba hacerlo sentir mal.

TaeHyun sabía que todo lo que estaba pasando era por su culpa, pero en sus conversaciones con su pancita no lograba hacerle entender que tenía que dejar de doler. Incluso le hacía mimitos para que no ande enojada, porque TaeHyun pensaba que esos dolores ocurrían porque su abdomen estaba enojado, por eso hacía que le doliera tanto y que quisiera vomitar. Negó con la cabeza, llevando una de sus manos a sus ojos, sobándolos suavemente para quitarse el sueño y luego de menear las orejas, intentó despertarse. No quería dejar a BeomGyu solo.

Pasaron alrededor de diez minutos en los que BeomGyu le acariciaba los dulces rizos a su pequeño. Ya había acostado por completo el asiento del conductor y de esta forma llegó hasta TaeHyun, recostándolo sobre sus piernas, con la puerta entreabierta, mientras su mano acariciaba los traviesos rizos, disfrutando del dulce ronroneo del felino.

BeomGyu escuchó el potente ruido de metal siendo arañado o raspando algo, así que él giró su cabeza hacía la entrada del gran edificio abandonado, viendo como la puerta principal se abría y que era debido a la oxides de esta el fastidioso sonido, incluso la entrada parecía tan antigua y olvidada que en cualquier momento seguro se caería.

Vio aparecer a una señora, quien salió y se acercó directo al auto del castaño.

Ojos bonitos, una sonrisa encantadora y su rostro con algunas pequeñas arrugas, la mujer le recordó mucho a su madre y estaba seguro de que esa era una buena señal. Ella se detuvo tranquila ante él, paseando su mirada desde BeomGyu hasta el pequeño que descansaba en sus piernas. Al comienzo, el instinto del mayor fue abrazar a TaeHyun, pero ella no parecía peligrosa, esos ojos tristes no podían hacerle daño a nadie.

— ¿Eres el hijo de ChaeRin?

—BeomGyu. —Él extendió su mano hasta la señora, y ella la tomó, pero al hacerlo TaeHyun soltó un sonidito parecido a un maullido en señal de protesta. El pequeño solo sabía que BeomGyu había dejado de hacerle caricias, y quería más. —Y él es TaeHyun.

SeulGi asintió, admirando al menor de rizos por unos segundos, era demasiado adorable. Ella había visto muchísimos de esos mininos a lo largo de su vida y sin duda ese era uno de los más preciosos ante sus ojos, con solo verlo sentía esas ganas inmensas de llenarle el rostro de besos, incluso solo estando dormido. Ahora comprendía la razón de que ese gatito fuera tan especial.

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