5.

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Luis

Debían ser las seis de la mañana cuando una luz intensa me despertó. No recordaba prácticamente nada de la noche anterior, sabía que me habia estado parte del tiempo siguiendo a Rania para intentar ligarmela, aunque en el fondo sabía que era para intentar "limpiar" mi reputación después de lo que había pasado en la gasolinera, pero no sabía como había llegado a casa, aunque cuando medio abrí los ojos me di cuenta de que técnicamente no había llegado a casa. Me encontraba en el patio delantero, junto a nuestros coches, tirado en el suelo, sin camiseta y con una resaca que hacía años que no tenía. En los pocos segundos que fui capaz de mantener los ojos abiertos me di cuenta de que justo estaba amaneciendo y de que probablemente había pasado toda la noche ahí. Estaba a punto de ponerme boca abajo para evitar el sol cuando noté como algo o alguien me tapaba la luz.
-Buen sitio para echarse una siesta. Te veo bien, Luis. -Reconocía esa voz. Entreabrí los ojos de nuevo y me encontré a mi viejo amigo Alfred de pie justo delante de mi. Entonces un flashback vino a mi cabeza.

Un año antes.

Aquel día, como cada mañana, me preparaba para ir a casa de Alfred a pasar el día entero. Él tenía piscina y vivía solo así que aprovechabamos para quedar siempre que podíamos. El verano estaba llegando a su fin y sabía que echaría de menos esa rutina cuando empezase a hacer frío.
Cuando llegué a su casa abrí la puerta con la llave que me había dado hacía meses. La casa estaba aparentemente vacía y estuve llamándolo mientras inspeccionaba cada habitación. Finalmente lo vi desde la ventana de la cocina. Estaba en bañador, tumbado en el bordillo de la piscina con una revista abierta en la cara y los brazos hacia atrás, mostrando aquella mata de pelo espesa que tenía en la axila. Me detuve unos segundos a apreciar lo moreno que estaba y como se le empezaba a ver la piel más blanca por el bordillo del bañador.
Finalmente, salí por la puerta trasera y caminé hacia él intentando no hacer ruido. Confirmé mis sospechas al acercarme y darme cuenta por sus ronquidos que, efectivamente, estaba dormido. Me acerqué un poco más y sin pensármelo dos veces lo tiré al agua y yo salté detrás de él, aún con la camisa puesta. Él me estuvo diciendo de todo mientras yo no paraba de reír hasta que acabé por contagiarle la risa. Estuvimos hablando de nuestras cosas durante un rato mientras nadabamos hasta que yo decidí salirme del agua. Colgué la camisa mojada en una silla y cogí la guitarra de Alfred y mi libreta para empezar a componer. Mientras mi amigo no paraba de hacer largos en la piscina.
Fui a buscar un helado a la nevera y cuando volví me puse a escribir una letra que no me salía. Estaba tan concentrado que no me di cuenta de que mi amigo tenía la cabeza fuera del agua y me miraba fijamente sonriendo. Yo le sonreí también sin decir nada y entonces él se dió la vuelta y se sumergió, dejando a la vista su cuerpo durante unos segundos, pero lo que realmente me sorprendió fue no ver su viejo bañador azul algo desteñido, sino sus nalgas con algo de pelo. Estaban increíblemente blancas en comparación con el resto del cuerpo. Entonces me fijé en que su bañador estaba tirado en el césped artificial, probablemente no estaría atento cuando se lo quitó.
El joven salió del agua, dejando ver al fin su cuerpo completo totalmente desnudo, y se dirigió a la ducha que había junto a la piscina. Yo no podía dejar de echarle miradas furtivas de vez en cuando, observando como se enjabonaba el pecho, los brazos, las piernas, el culo...
Cuando terminó de ducharse se rodeó con una toalla y acercó a mi para sentarse en la punta de mi tumbona.
-¿Que escribes?
-Estoy intentando acabar la letra de esta canción, pero no me sale... Joder, me he quedado en blanco... -Le respondí
-Deberías relajarte un poco, estas de vacaciones, ¿no? -Asentí poco convencido y el no pudo evitar reír.- ¿De qué es el helado? -Y sin pedirme permiso, me agarró la mano en la que tenía el helado y le dio una lamida, derramando sin querer unas gotas en su pecho, las cuales empezaron ha bajar hasta el vello púbico que dejaba ver por encima de la toalla que cubría su miembro. Alfred no paraba de mirarme con picardia y yo sin saber porqué decidí seguirle el juego. Cogí con mis dedos el helado que se había derramado y me lo llevé a la boca. Mi miembro se empezó a erectar un poco al hacer eso y pude notar como el suyo también. Seguimos haciendo eso durante unos minutos, el derramaba helado en alguna zona de su cuerpo y yo me lo comía. Empecé a hacerlo directamente de su cuerpo, repasaba bien las zonas para que no quedara nada hasta que el juego pasó a ser algo más intenso y sin saber como había acabado recorriendole todo el cuerpo con mi lengua, desde el cuello, pasando por los pezones y llegando a su ombligo, degustando el dulce sabor a fresa del helado que él no paraba de tirar a propósito a la vez que rodeaba mi cuello con los brazos. Notaba su respiración en mi oreja y sus manos habían empezado a deslizarse hasta el bordillo de mi bañador, donde empezó a jugar con los cordones, intentando desabrocharmelo.
Dejé de lamerle el pecho para facilitarle su tarea hasta que finalmente logró sacar mi erección del bañador, que ya empezaba a soltar algo de precum que se deslizaba por mi tronco hasta las pelotas que me colgaban más que de costumbre.
Alfred se incorporó para acabar de quitarse la toalla, dejando a la vista la prueba de que estaba igual, a su vez que yo deslizaba mi bañador por mis piernas para quitármelo del todo.
El moreno se agachó delante de mí y empezó a masturbarme echándole las últimas lamidas al helado que ahora estaba en su mano y que se le estaba derritiendo encima de mi pubis. Supe cuales eran sus intenciones en el momento en el que me miró a los ojos, como pidiéndome permiso. Quería hacerme una mamada. Yo puse mi mano en su mejilla y empecé a acariciar sus labios, guiandole hacia mi miembro erecto. Él empezó a lamerme el glande y a jugar con sus pelotas mientras yo le acariciaba el pelo, caricias que fueron aumentando la presión hasta que prácticamente era yo quien le metía y sacaba mi polla de su boca.
Yo te soplaba como un animal sin poder parar de sudar y el jugaba con su propio miembro a la vez que chupa a el mio.
Cuando me cansé de aquel vaivén le cogí por los brazos y le hice incorporarse para sentarse encima mio, mirandome. No se la metí, me daba miedo hacerle daño, pero si que se lo restregué por entre las nalgas, mojandole la entrada con su propia saliva. Ninguno de los dos aguantó mucho más tiempo. Ambos acabamos corriendonos unos minutos después, yo en su culo y el sobre ambos cuerpos.
Al día siguiente lo volvimos a repetir, y al siguiente, y al siguiente, y así hasta el final del verano. Cuando acabó ambos acordamos no volver a habar de aquello nunca más. Yo ya casi había olvidado todo aquello cuando se presentó en nuestra casa aquella mañana de resaca, pero sabía que Alfred había llegado para quedarse.

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