II

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Siempre he deseado tener la capacidad de relatar historias con la soltura y el desparpajo propio de los longevos padres ancianos que estiran su alma hacia los recuerdos de una vida lejana y nebulosa. Ansío poseer el talento que Dios le brindó a Wendy con una nobleza risueña, cantarina y tan perfecta como solo Él es capaz, una virtud  ufana que con su jovial despertar convirtió en esclavo de su encanto a un chiquillo de nombre Peter y de apellido Pan.

En la facilidad está la virtud, en la virtud está la belleza y en la belleza está el poder.

Ven a mi, querido Peter, rodéame con tus brazos de satín y sométeme con tu rostro de querubín, intérname en el firmamento con tu bondad y arrástrame a tus tierras de nunca jamás, mi mezquino ángel.

Encaminemos a la segunda estrella a la derecha mientras tus labios sedosos tachonan mis párpados con los mas castos besos.

Me encuentro divagando.

La crónica que me dispongo a narrar toma su lugar en la época de los 60's. Recordemos tan maravillosa etapa, cuya magnificencia innovadora y rebelde me tiene tan perdidamente enamorado como un hombre lo puede estar y como, sin la menor duda, estaré hasta el final de mis días.

Rememoremos a sus hippies con cariño.

Recordemos que la moda poseía un hechizo glorioso y arrebatador.

Evoquemos, con una intensa y especial devoción, la exquisita música que brotaba de la tierra, de las estrellas y directamente de los cielos. Escuchemos juntos, acoplemos nuestros corazones en un gesto de veneración y sintamos las divinas melodías crepitar con cada latido suave y jubiloso. Verás, lector, un rasgo que poseo, con cierto orgullo parlanchín, es una pasión desenfrenada por la música.

No puedo evitar describir las melodías con arrebato.

¡Mucho menos cuando se trata de la música de los 60's! Cuando el rock'n roll era el recién nacido más indomable que el mundo hubiera tenido la dicha de ver germinar. ¡Pero que tiempo aquellos!

Recuerdo, con un intensa emoción (tan intensa que podría llegar a resultar embarazosa) el tener la dicha de conocer a la fenomenal, grandiosa, sublime banda británica mundialmente conocida como The Beatles. Por mi señor, recuerdo deslumbrarme y conmoverme como un niño ante el tacto de la mano de Paul McCartney, enternecerme como un inocente a causa de su suavidad, y la mirada de John Lennon, solo comparable al los rayos solares, elegantemente contenidos detrás de unos lentes redondos, era puro martirio para mi.

Pero continuó divagando.

Yo quería contarte sobre el año 1960, cuando la decada de los 50's soltaba su último aliento al ritmo de Elvis Presley y Little Richard.

Por aquel entonces yo contaba con 16 años en esta tierra y como cualquier granuja consentido y con complejo de niño malo, me era imposible dejar de ataviarme con mi chaqueta de cuero negra, elegantemente desgastada y que yo solía ostentar como si me fuese una segunda piel.

Me había criado con la mujer más dulce que uno pudiera imaginar: mi abuela, Tita, una dama que poseía una belleza sublime dentro de una bondadosa postura, un serafín cuyo agraciado rostro era un deleite de mirar.

Y mi madre, bueno, ella estaba al rededor.

Mi mamá era una mujer que no puede menos que describirsele  como fuerte, pues cualquier otro adjetivo resultaría insultante. Mi mamá es la mujer más fuerte que yo haya conocido nunca.

Por aquel tiempo, no la veía muy seguido, pues ella, tan valerosa como era, tenía la obligación de poner comida sobre la mesa de su hogar, mientras soportaba vehementemente el impacto de los insultos que chocaban contra su espíritu con el mismo ímpetu que si fueran piedras.

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