La Gata Roja

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Cuando llegué a mis dieciocho años, parte del día requería ir a ver al abuelo. Desde niño, me encantaba visitar al "viejo de los cuentos" que era como le llamaban los otros niños. En especial porque era verdad. Contaba cuentos, mitos y leyendas de la comarca, como si fueran experiencias propias.

Eran famosos sus cuentos, como el de la mujer y el diablo. También estaba la leyenda de la niña que llora; el árbol que se mueve, que procuré corroborar, marcando cada árbol viejo que veía, para descubrirlo.

El abuelo no solo era cuentista sino también zapatero; y de los buenos tan apreciado, que casi nadie gastaba en zapatos nuevos, si aún los usados tenían remedio. Pero como niño al fin, siempre pensé que su mejor era la narrativa.

Bajaba la cabeza de forma dramática y comenzaba a hablar, al parecer consigo mismo una pequeña introducción; y al levantarla decía el título de su relato con el énfasis de un locutor de radio. Y a través de la historia, movía las manos o representaba a los personajes. No había mejor modo de pasar los días del verano y las noches de mis cumpleaños.

Pero ese fin de semana de mi cumpleaños número dieciocho, ya no esperaba más relatos. Pensé que, al verme crecido, el abuelo no tendría más cuentos para mí. Y hasta me llegó la idea hipotética, de que tendría que esperar a tener mis hijos, para ver en sus rostros las mismas expresiones que ¨El viejo de los cuentos", lograba plasmar en el mío.

La casa del abuelo se encontraba a un kilómetro del pueblo y podía verse desde la cuesta de la montaña; Una casita de madera desde el techo hasta el piso. Y su mayor característica era la puerta principal, pintada totalmente de un negro intenso, mate y muy oscuro. Y aunque todos en la familia le insistían que la pintara de un color más alegre, el abuelo nunca quiso. Y defendía esa postura con un humor, que todos en la familia, decidieron dejar de intentar.

No había que entrar al pueblo para llegar a la casa, pero mi padre siempre prefiere parar a comprar suministros antes. Como siempre, el abuelo nos recibe en el pórtico sonriente. Como siempre, nos da la bienvenida con chocolate y galletas. Y como siempre, mis padres y él comienzan la discusión de, "casi no tiene nada", "puede ir a vivir a nuestra casa"; bla, bla, bla. Pero el abuelo era un viejo terco, mañoso y burlón. Y tenía ese comentario ingenioso, para cambiar el humor.

En la noche, no hay otra cosa que hacer que ver el pasto crecer. Si. Literalmente no pasa nada. Pero esta noche, si ocurrió algo. Tomé las llaves del auto y me dispuse a salir al pueblo a por suministros y dar una vuelta para buscar chicas.

—Nos vemos luego abue...

—¿A dónde vas? — pregunta el abuelo con un tono que semejaba al desespero.

—Al pueblo — respondí un tanto extrañado.

—¡Solo! ¡De ninguna manera! Ahora no, hoy no.

—Pero sólo voy a...

Esto fue épico. Una discusión acalorada se entabló entre el abuelo, mis padres y yo. Ahora pienso que aquello era vergonzoso, todo mundo gritando. El abuelo, realmente estaba enojado. Empeñado en que no saliera para nada. Algo muy malo debía suceder, para que él tuviera esa reacción. Pero el viejo, se negaba a dar explicaciones. La discusión se interrumpió, cuando el abuelo se quedó, falto de aire y pareció que colapsaba.

Conclusión, yo no saldría en la noche y mis padres vigilarían al viejo por su salud. El sentimiento de impotencia que me invadió me hizo pensar, que el abuelo, ya estaba enloqueciendo. Tantos años sin trabajar, recordando sus viejos cuentos habían hecho estragos en su mente; no encontraba otra explicación. Y rechinando los dientes del coraje, me senté en la silla del pórtico a pensar todo eso.

Sobre las Pesadillas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora