MUJERIEGO

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Después del sexo, una copa de coñac es lo mejor. Con mi trago en mano, me asomo a ver la ciudad desde mi apartamento. Luego echo un vistazo a la cama donde mi última aventura descansa después de un par de escaramuzas. La hermosa de cabello negro y largo, mis favoritas, se acomoda satisfecha y la sábana se le corre un poco dejando al descubierto uno de sus muslos cerca de sus caderas y parte de una nalga ni muy grande ni muy pequeña.

Si. Soy un mujeriego pervertido que encuentra fascinantes a las chicas de rostro perfilado, con senos del tamaño de toronjas, atléticas y con caderas, no más grandes que el volante de mi BMW.

Ya puedo imaginar a mi hermana recriminándome porque aún no me caso y por supuesto, que no le agrada escuchar mis aventuras. «Eres un desvergonzado.» De seguro dirá y yo respondo, «No eres un hombre. «¿Para qué un solo plato si puedo disfrutar del buffet?» Eso último divierte mucho a mi cuñado.

Se está despertando y creo que ya viene el momento de partir para ella. Tomo el trago que le preparé, y me acerco a ella. Vaya, sí que es hermosa.

—¿Para mí? Gracias. — Dice la chica tomando el vaso.

Se sentó y sus pechos quedaron expuestos permitiéndome ver sus pezones semejantes a borradores de lápiz. Eso me hace reconsiderar lo de enviarla a su casa. Hacía mucho que no me topaba con una chica tan deseable.

—¿Cuál me dijiste que era tu nombre? — Pregunté porque sí lo había olvidado. —Charline; ¿verdad?

Ella se cubrió y me pegó un almohadazo con algo de rabia.

—Charline será la que se te escapó. Yo soy Sheila.

—Ah, sí. Sheila — le respondo con sorna —. La hermosa Sheila.

Me acerco para darle un beso tierno, pero ella tiene otra idea y su beso se vuelve más apasionado. Su mano se deslizó desde mi pecho hasta la entrepierna. Me rodea con sus brazos y me hala hacia ella. No pierde tiempo en buscar que nuestros sexos se encuentren. Mientras comienzo a tomar el ritmo adecuado abro mis ojos y veo una perturbadora imagen a nuestro lado.

Un cadáver, reseco con la boca abierta puro pellejo formado por los huesos, sus brazos retorcidos de una forma grotesca, terminan en unas manos que parecen haberse congelado en una dolorosa agonía.

Tan sólo fue un segundo, pero suficiente para que me asustara tanto que me levanté y me alejé de la cama.

—¿Qué sucede? — Pregunta Sheila confundida.

Claro que al mirar hacia lo que creí ver sobre la cama, no había nada. Pero se vio tan real que todavía jadeaba del susto. Cuando volví en mí, sentí algo de vergüenza.

—No es nada. Debo ir al baño. — Fue lo único que se me ocurrió.

—Oh. — Responde ella.

Entré al baño y me observé en el espejo. No entiendo qué sucede, pero será mejor que despida a Sheila y descanse. Tomé algo de agua en las manos y me cubrí el rostro a ciegas, alcancé la toalla y me seco, creo que me siento mejor.

Al verme al espejo otra vez, no me reconocí. En lugar de mi reflejo, el espejo me devuelve la figura de un cadáver seco en los huesos, la piel pegada a los huesos, los ojos, reconozco mis propios ojos, es mi reflejo. Sin embargo, me miro los brazos, el cuerpo y todo parece ser normal, pero el reflejo, cadavérico no solo sigue ahí, sino que imita mis movimientos, en su rostro puedo ver el desconcierto, el miedo incrementándose y no pude evitar lanzar un grito que la fantasmal figura imitó exactamente.

Cierro los ojos. Escucho los toques en la puerta y la voz de Sheila al otro lado.

—¿Está todo bien?

Mi reflejo vuelve a la normalidad. Algo anda mal, algo anda muy mal. Cuando salgo la hermosa chica me mira de forma inquisitiva. Ya no quiero seguir y prefiero despedirla y es lo que deseo decirle al salir del baño.

—Mira. Lamento esto, pero debes irte ya. — Le espeté sin remordimiento alguno. Sólo quiero que se vaya.

—Pero; ¿qué sucede? ¿Creí que estábamos disfrutando? —. Me dice tomando mi mano y tirando levemente para conducirme a la cama.

—Lo siento, pero necesito que te retires. Te pagaré el taxi y...

—Calma muchacho —, me replica Sheila en un tono melodioso.

Se cuelga de mi cuello de modo que debo cargarla. Rozando su sexo con el mío la excitación regresa y la llevo al lecho dejando caer ese hermoso cuerpo sobre el colchón. El olor de su piel, me vuelve a animar al sexo.

Me sumerjo en Sheila con destreza arrancando los gemidos que me fascinan. Ya olvidé lo que ha pasado y me entrego por completo a disfrutar de la suavidad sus senos, la redondez de sus nalgas y la calidez de su sexo. Otra vez se cuelga de mi cuello y rodea mis caderas con sus piernas. El olor de su cuerpo me encanta. Esta chica es otra cosa.

Acerca sus labios a mi oído "Es mi turno de estar arriba". Esbozo una sonrisa y me levanto cargando con ella, giro y me dejo caer sobre la cama. Ella queda sobre mí y yo acaricio sus muslos suaves como terciopelo.

—Disfrutas del sexo simple y sin compromiso; ¿verdad? — Me dice una vez se acomoda. Y añade —Ay, pobre niño que teme que lo lastimen.

—No temo que me lastimen — respondí —. Temo que me controlen. Que me amarren.

—Ay, que penoso que le temas al compromiso.

—Básicamente, no le temo al compromiso, no quiero compromisos.

—Y se te hace muy fácil.

—Mientras haya chicas como tú.

—Chicas como yo. Eso duele — replicó ella acelerando sus movimientos.

—Chicas fáciles, que creen cualquier cosa para llevarlas a la cama.

—Oh vaya. ¿yo soy así?

—No. —le digo acariciando sus muslos —. Tu no tienes expectativas. Sólo quieres sexo.

—Oh. Eso también duele.

—Vaya no te complaces.

—Todo lo contrario, bello —. Acelera sus aún más su cabalgata sobre mí.

Siento que me muevo, pero no el cuerpo de Sheila sobre el mío.

—Oye, creo que ya estoy muy ebrio, porque...

El corazón me dio un vuelco. Veo mis manos huesudas, secas y muertas

—Pero qué demo...

—Shh. — Sheila puso su dedo sobre mis labios —. Yo puedo decirte qué demonio es.

—Es el demonio que se satisface de la estupidez de hombres como tú.

Miré horrorizado como mi cuerpo se seca y se momifica con cada movimiento que ella hace. La piel se seca y se pega a los huesos como un manto ajustado de cuero. Se apoya en mis hombros y continua con sus estertores de pasión como si nada ocurriera.

—Es el demonio que toma no sólo de tu semilla, sino también de tu energía de vida.

La corrupción me consume con rapidez. Ya ha alcanzado mi pecho y se acerca a mis hombros

—¿Qué demonios eres?

—Ay cariño. Tan ignorante. Soy un demonio de la lujuria hija de Lilith, cazadora de almas entregadas al sexo.

Mi cuello se ha secado, ya no puedo respirar. Ante la inminencia de la muerte que llega, trato de gritar, pero es muy tarde. Y así, queda mi cuerpo momificado sobre mi cama. Mi alma se escapa y se pierde y en el último estupor semejante a un orgasmo, logro escuchar las últimas palabras de Sheila, que dicen.

—¿Qué otro demonio puede ser?; que un súcubo...

Sobre las Pesadillas [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora