22.

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El chófer de Hana, que en esta ocasión llevaba puesto un uniforme negro y guantes blancos, bajó del automóvil y abrió la puerta trasera para que pudiéramos salir. Era la primera vez que recibía un servicio tan extravagante de su parte, y a diferencia de mí, Hana parecía estar acostumbrada, tanto que estiró su brazo en dirección al señor Kim para que le ayudara a descender.

Sin embargo, cuando fue mi turno de ser auxiliada simplemente me negué, por lo que el chófer terminó retirándose y subiendo nuevamente al vehículo. La verdad no creí que fuese necesaria su asistencia, no hasta que mis incómodos tacones me hicieron tambalear cuando tocaron el borde de la banqueta.

Me sujeté débilmente del auto y carraspeé en cuanto logré recuperar el equilibrio. Acomodé mi abrigo, pretendiendo que nada había pasado, y cerré la puerta. Hana dejó salir una risita al instante, por lo que no pude evitar soltar una también para eliminar la rigidez que había dominado mi cuerpo.

—El señor Kim no te iba a morder si le dabas la mano —comentó con humor mientras lo despedía agitando su mano.

—No estoy acostumbrada a que me traten bien—repliqué viendo el auto alejarse hasta que bajó al estacionamiento subterráneo.

De pronto percibí unos pasos acercándose a nosotras, y cuando me volví hacia mi amiga que se había mantenido en silencio, me di cuenta de que la culpa y angustia dibujaban una temblorosa sonrisa en su rostro. 

Solo había una persona que lograba esa reacción en ella.

—Las estábamos esperando. —Escuché la suave voz de la madre de Hana detrás de mí y un escalofrío recorrió mi cuerpo—. Tardaron un poco más de lo que teníamos planeado —expuso con un tono engañosamente tranquilo.

Crucé miradas con Hana, quien pedía con desesperación que nos salvara del problema en el que nos habíamos metido, y tragué saliva con nerviosismo. Di media vuelta, forzando una sonrisa que tristemente fue borrada al ver al padre de mi amiga de pie, mirándonos con desdén.

Me armé de valor. No era el momento indicado para sentirme intimidada.

—Señora y señor Choi, perdón por la tardanza, fue mi culpa —dije con firmeza y apreté los labios en una línea mientras hacía una reverencia.

—También me declaro culpable —habló Hana y repitió mi acción, soltando el aire que probablemente había mantenido en sus pulmones por la tensión.

—Deberían ser más cuidadosas con el tiempo, llevamos más de veinte minutos esperándolas. —Nos regañó su madre y lentamente nos erguimos—. Por cierto, hace mucho que no nos visitas, Jin Ae. Ven pronto, Hana se ha estado quejando en los últimos días —agregó la mujer, cuyo tono sonaba más relajado.

—No es para tanto, madre —protestó mi amiga con más confianza.

—¿Segura? —inquirió la señora Choi con diversión—, porque recuerdo que armaste un alboroto.

Una Hana indignada abrió su boca para decir algo, pero lo único que pudimos escuchar fue el resoplido de otra persona.

—La ceremonia está por comenzar —anunció su padre con un tono severo, y sin más, se encaminó hacia la entrada.

La señora no pronunció palabra alguna y simplemente se apresuró hasta estar a la par de su esposo. Hana y yo nos miramos desconcertadas, soltamos un suspiro y comenzamos a caminar como si estuviéramos acostumbradas a presenciar ese tipo de eventos con frecuencia.

—Supongo que ha sido un largo día para él—murmuró mi amiga mientras se encogía de hombros—, pero eso no lo justifica. No es la primera vez que actúa de esa forma frente a ti—expuso meneando la cabeza de un lado a otro con reproche.

Tres segundos  | Na JaeminWhere stories live. Discover now