Capítulo 23

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     Era la primera vez que se lo decía y no estaba ebrio.

     Fue hermoso escuchar esas palabras de Gabriel hacia él.

—Yo también te quiero.

—¿Sí?

—¡Pero sí, boludo! ¿Y todo va a estar bien entre los dos, no?

—Siempre.

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    Volvió a separarse y sus ojos se clavaron en los del castaño. “Te quiero", le había dicho, pero había algo mucho más profundo en esa frase. Renato le sonrió y después vio que se acercaba para besarlo otra vez en la boca, y él sentía enloquecer aún más desde que Tato había abierto la puerta de su casa y lo había visto con su ropa puesta.

    Cuando los labios de Renato dejaron los suyos, le dijo:

—Tenés puesta mi ropa.

—Es cómoda.

    La piel blanca del castaño se tornó rosa.

—¿Te molesta?

    ¿Molestar? Le encantaba que usara su ropa.

—No.

—¿Más besos?

—Sí.

    Renato sonrió grande  y lo agarró de la cara. Él aún lo rodeaba con los brazos. Entonces, juntaron sus bocas en un beso profundo y sentido, como todos los besos que se daba con él. Cada uno de ellos fueron sentidos de una manera maravillosa, porque dejaban a su interior en una revolución absoluta, con muchas sensaciones.

    Cuando dejaron de besarse, las manos de Renato bajaron por su espalda hasta la cintura de sus pantalones. Él seguía mirando sus ojos cafés mientras las manos dejaban un reguero de sensaciones en su piel y en su interior.

    Renato bajó la mirada al tiempo que intentaba desabrochar sus bermudas, lo que logró al instante.

    Sintió que retenía el aire.

    El castaño se quedó mirando su bragueta ya abierta y luego levantó la mirada hacia él. También lo miró, sin entender qué le había pasado.

—Te pusiste el rojo —le dijo entonces Tato. Parecía sorprendido, con la boca ligeramente abierta.

     Sintió fuego en su cara. No debía saber que se había puesto el bóxer rojo a propósito porque sabía que a él le gustaba. La idea era que, si llegaba a verlo sin pantalón, le gustase lo que veía, pero Tato no tenía por qué saber su intención.

    Y parecía que se había dado cuenta.

—Eh…

      Renato, entonces, lo agarró de la cara y mirándolo fijo a los ojos, le dijo:

—Está bien.

—¿Estoy aprendiendo?

—Creo que estás dejándote llevar muy bien. ¿Te los pusiste para mí?

    El fuego se hizo más intenso. No pudo sostenerle la mirada y volteó la cabeza… Seguramente, su rostro estaba tan rojo como el bóxer. 

     Renato llevó una mano a su mentón e hizo que girara nuevamente para mirarlo.

—Bueno, no es que pensara que íbamos a estar así… No… Eh… —respondió algo atropellado.

—Quiero contemplarte.

Por un besoWhere stories live. Discover now