XX

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Kid sólo escuchaba los frenéticos latidos de su corazón.

Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.

Corría y corría sin rumbo fijo por las oscuras calles de Nínive. Corría y corría para dejar atrás lo que acababa de hacer, para eliminar de su cabeza esas imágenes que le atormentaban, que le taladraban el corazón una y otra vez. Lo había hecho. Había herido a Trafalgar. A Trafalgar. ¿Cómo había llegado hasta tal punto?

Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.

El corazón se le iba a salir del pecho, al igual que los pulmones. El pelirrojo daba grandes zancadas, flexionando todo lo que podía los músculos de las piernas, bombeando el aire necesario para escapar de allí. Quería huir del palacio, de la habitación de Law y de la escena del crimen. ¿Cómo iba a mirarle a partir de ahora?

Pum. Pum. Pum. Pum. Pum. Pum.

Correr con sandalias era complicado, sus botas eran mucho más prácticas. Pero no las tenía, como no tenía consigo sus ropas de pirata, ni su barco, ni su tripulación. No tenía nada. El pelirrojo se paró en seco al llegar a una plaza levemente iluminada por antorchas en las paredes de las casas. En el centro había una fuente, y sin dudarlo se dirigió allí. Metió la cabeza en el agua fría para intentar relajarse, para recobrar el aliento y la compostura, para pensar en lo que había hecho. Así, con los ojos cerrados y aguantando la respiración, los problemas se evaporaban por sí solos. En el agua, todo se veía distinto.

Le ocurría ya desde pequeñito. Cuando aún era un renacuajo y vivía en el South Blue, si tenía algún problema o quería encontrar la solución a algo, Kid bajaba a la cala de su pueblecito y se pegaba horas y horas mirando la inmensidad del mar. Ese azul tan magnético, ese baile de las olas, ese olor a sal y pescado... todo le ayudaba a relajarse. Era una sensación única.

Y relajado, podía encontrar la solución a cualquier problema, por muy complicado que fuese. Aunque también era cierto que nunca se había enfrentado a verdaderos problemas, siempre tenía a su tripulación detrás que le aconsejaba y le cortaban sus ganas de salir a matar. Porque Kid siempre encontraba la misma solución a todos los problemas: matar. Era algo fácil y sencillo. Si aniquilabas a quien te estaba causando problemas, ya no habría problemas. Simple. Como la mente de Eustass Kid.

El pelirrojo sacó la cabeza del agua y respiró una gran bocanada de aire. Pero el problema en el que se había metido no era simple, ni mucho menos. No era algo que se solucionase con matar, porque la solución sería peor que el problema. Matar a Trafalgar Law era algo impensable para él. Y si lo hiciese, su conciencia se lo reprendería noche tras noche durante el resto de su vida. Si era algo sagrado, tocado por la mano de los dioses. Imposible matarlo.

Entonces, ¿qué se supone que debería hacer? ¿Huir del moreno? ¿Escapar como un perro apaleado en el primer barco que saliese del puerto? ¿Encontrar a Killer y pedirle consejo? ¿Acercarse a palacio y dar la cara como un hombre pidiendo perdón? Ninguna de las opciones le parecía buena: primero, porque él no huía, él se enfrentaba a los problemas con honor como un verdadero pirata; segundo, porque no sabía dónde cojones estaba Killer; y tercero, porque si se atrevía a pisar el palacio, Trafalgar le mataría nada más verlo.

El sacerdote no era tonto, precisamente, y sabía que Kid había ido demasiado lejos. El moreno era orgulloso, incluso más que él, y no le iba a perdonar así porque sí. Le había vejado, le había maltratado como a una puta barata, y eso no se arreglaba con un simple "perdón, no lo volveré a hacer". Además, Kid no sabía pedir disculpas. Nunca lo había hecho, y nunca lo haría. Se arrepentía de lo que había hecho, evidentemente, pero de sus labios no saldría una disculpa nunca. Porque él no era así, Eustass Capitán Kid no pedía perdón.

El sacerdote de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora