El sauce

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Dedicado a mi preciada amiga Milig, como su regalo de cumpleaños. Espero lo disfruten tanto como yo lo hice al escribirlo.

En esta ocasión quise jugar no solo con el contenido del escrito, sino con la estructura del mismo, a quien le dediqué el cuento no le costó demasiado notar el sutil detalle, quien lo descubra se gana automáticamente una estrellita por su esfuerzo.

PD: Si has comentado las partes anteriores, el presente año e incluso antes, me disculpo enormemente pero mi naturaleza distraída y mis obligaciones de la universidad no me acompañan, por lo que olvido revisar. Intentaré estar respondiendo en estos días, incluso a quienes comentaron hace mil años 

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Estrecharon sus manos con firmeza y las agitaron un par de veces, sellando el acuerdo entre ambos. Los dos eran hombres de costumbres a la antigua, de aquellos que abrían la puerta para una mujer, pagaban la cena durante una cita y mantenían viva la creencia de que un buen apretón de manos era más poderoso que cualquier trozo de papel firmado ante un notario.

Todos los detalles habían sido pactados por lo que este breve encuentro había sido nada más un simbolismo, una forma de terminar un ciclo e iniciar otro nuevo para ambas partes. La venta y compra de una casa habitualmente se desarrolla del mismo modo, el antiguo propietario se despide, agradece la compra y le desea una buena vida a los recién llegados, mientras los últimos agradecen por simple cortesía y en una conversación cordial e incómoda esperan con ansias muy bien disimuladas que el rey destronado abandone el hogar para poder moverse a sus anchas y poder comenzar a apropiarse definitivamente del espacio. Se soltaron las manos y se despidieron, se retiró el vendedor y el silencio se hizo en la casa, esperando a que hasta los posibles fantasmas abandonaran el hogar que ahora ya no les pertenecía. Lo que sigue es una familia de dos, padre e hija, acomodando sus cosas y marcando territorio.

Dos personas no ocupan mucho espacio ni tienen muchas cosas que ordenar, por lo que la ocupación de su nuevo hogar fue rápida y sin problemas. Ella, una muchacha de ya veinte años, no pasaría mucho tiempo en casa por sus estudios y su trabajo de medio tiempo, por lo que no le preocupaba en demasía los aspectos decorativos del hogar, le bastaba simplemente con tener su propio espacio donde relajarse y estudiar, y un colgador para las llaves en la entrada junto a la puerta. Esto no quiere decir que no hubiese observado la casa con atención, si tenía que ser honesta no podía negar que era una casa linda aunque bastante anticuada a su parecer, siendo la parte más llamativa a sus ojos el jardín trasero, amplio y con un gran y frondoso sauce, junto con algunas otras plantas, lo cual podía contemplar desde la ventana de su nueva habitación.

El padre, un hombre cerca de los cincuenta años, era quien se encargaría de la decoración de la casa, tenía un amor especial por el techo blanco y las paredes mostaza, por lo que en cada momento libre luego de su trabajo, se dedicaría a cambiar el feo papel tapiz con motivo de flores por la pintura de su adorado color. Solía sentirse solo, sobre todo las tardes de los viernes cuando su hija se iba con sus amigas de paseo por ahí, él sabía que seguramente tenía una pareja y que prontamente lo dejaría para seguir su propio camino, lo que lo llenaba de un sentimiento de soledad y vacío que muchas veces lo ahogaba hasta el punto de hacerlo llorar durante horas, hasta que aquello que le quitaba el aire se desvanecía casi en su totalidad. Su hija no lo sabía y él era muy cuidadoso en que esta ignorancia por parte de ella se mantuviese intacta, no quería hacerla sentir culpable, no quería cortar sus alas, era egoísta y sobreprotector, pero no era un hombre insensato, comprendía a la perfección que en ese mundo el ya no tenía el protagonismo, no era su vida.

El padre esperaba que con la mudanza la angustia que lo ahogaba desapareciera, esperaba tal vez conocer a alguna vecina con la que entablar amistad y tal vez algo más. Lo cierto es que ya no aguantaba más en la antigua casa, cada rincón le recordaba la imagen difusa y nostálgica de un amor marchito y ahora putrefacto, no podía seguir ahí, ¡incluso el rechinar de la escalera le atormentaba! Con esta nueva casa todo era distinto, lo único que no le agradaba era el sauce del jardín trasero, su grueso tronco y su frondoso follaje que se extendía hasta topar el suelo lo hacía sentir diminuto y solo, desprotegido. Probablemente algún día, cuando estuviese solo finalmente, lo talaría y en su lugar pondría un asador en el que prepararía los más magníficos asados, tal y como solía hacerlo en casa de sus padres cuando aún vivía con ellos, pero esos eran anhelos para otro tiempo, tal vez dentro de unos cinco años, por ahora dejaría el sauce y llevaría las cosas en paz.

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