Capítulo 18

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Ya amaneció, son las 6:25 de la mañana, dos guardias acaban de tocar a mi puerta, mi hermano no tiene permitido venir, ni nadie, iré yo sola acompañada únicamente de estos dos guardias. Llevo una mochila en mi espalda con todo lo que he guardado el día de ayer.

Me despido de mi hermano abrazándolo fuertemente, Uriel llora una vez más y yo también lo hago. Los guardias me piden que me apresure, sin embargo no quiero irme, Santiago no me vino a ver en todo el día de ayer y no me quiero ir sin abrazarlo una última vez.

—Por favor, quiero despedirme de alguien —les pido a los guardias.

—Ya tuviste suficiente tiempo el día de ayer, ya no puedes hacerlo —toman mi brazo y hacen que comience a caminar.

Agacho mi cabeza y comienzo a caminar por mi cuenta. Finalmente estoy delante de las puertas del paraíso, con mi bolso colgando en mi espalda y con el corazón lleno de tristeza y rabia.

Miro una vez más hacia atrás esperando a que Santiago corra hacia mí para abrazarme, pero no está. Él no está. Las rejas frente a mí se abren y comienzo a avanzar, una vez fuera las rejas se cierran totalmente.

Adiós mis pequeños. Adiós Santiago. Adiós Uriel.

Comienzo a caminar lejos, el sol irradia más que de costumbre. No se cuantas horas duro caminando, pero mi garganta comienza a encontrarse seca. Me detengo en una roca y comienzo a revisar mi bolso para sacar una botella de agua.

Abro el bolso y mi cuerpo se tensa al ver que no hay nada, solo está mi ropa. Comienzo a sacar mi ropa desesperada con la esperanza de que mi comida y el agua estuvieran en el fondo.

—¡No, no, no! —tiro todo al suelo y caigo de rodillas.

Allí es donde recuerdo que no puedo sacar nada del paraíso, ni comida, ni agua, al ser desterrada ya no puedo tocar nada del reino de los cielos, ni portar comida que provenga de allí.

Horas después, ya estaba caminando por el desierto, no sé a dónde iría, camino sin rumbo, tenía sed y no se como mojar mi garganta. Me senté en una roca a descansar, estaba empapada de sudor, mis pies duelen horriblemente y lo único quiero es descansar y beber agua. Me levanto de la roca y veo cómo todo se comienza a tornarse borroso a mi alrededor ¿Podía morir? ¿Dejar de existir? Tal vez, ya no tengo protección de nadie, ni la de Dios. Caigo al suelo inconsciente, mi cabeza toca el suelo levantando un poco de la arena y todo a mi alrededor se torna oscuro.

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Mis ojos comienzan a abrirse lentamente debido a la luz, frunzo el ceño ya que me molesta un poco. Siento como una manta me cubre y el acolchado de la cama me recibe. Me asusto de inmediato y me levanto de la cama en la que estoy.

—No te asustes —una voz masculina se hace presente en la habitación y de inmediato sé quién es. Volteo y veo a Elián sentado en el sillón de la habitación leyendo—. Has dormido por dos horas.

Frunzo el ceño de enojo y todo la ira que he acumulado comienza a salir a flote poco a poco.

—¿Quisiera saber por qué estoy aquí? —pregunté molesta.

—Viniste a bailar, serás bailarina de ballet para un entretenimiento para los condenados —dice sarcástico—. Te echaron ¿No? Te traje aquí porque te encontré desmayada —me dice explica.

—¡Por tu culpa me desterraron! —exclamo furiosa—. ¡Eres un idiota, egocéntrico, odioso y destructor de vidas!

—Gracias, me halagas —me sonríe guiñandome el ojo, cosa que me hace enojar más. Se levanta del sillón y veo que va hacia una botella de agua—. Ten, debes tener mucha sed.

La esposa de Satanás *COMPLETA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora