El inicio del fin

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Dramamometro: nivel 2

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—Hija, no me agrada que vayas al hospital —dice mi padre. Suspiro.

—Papá, tengo mis clases. Y no tienes que preocuparte hay muy pocos casos registrados y ninguno en Oxford. Además, estoy rotando por cirugía. Te aseguro que es poco probable que vea pacientes con Coronavirus —replico.

Estoy prácticamente muerta del cansancio. Tuve turno por la noche y me despertaron varias veces para asistir en cirugías de urgencia. Camino por el pasillo de vuelta a la residencia, con unos Reeses que me he comprado en una máquina expendedora.

La OMS había declarado pandemia, pero teníamos la suerte que solo habían pocos casos. Aun así, el caos y la paranoia habían dominado a la población. El personal de salud aislaba a todo aquel que pareciera sospechoso de padecer la enfermedad. La gente corría a urgencias cuando la temperatura les subía un grado. Alguien estornudaba e inmediatamente lo miraban como si la pobre persona se fuese a morir.

—Murió un hombre en España. Creen que fue por ese bicho —me advierte mi madre.

—Es la primera muerte en Europa —añade mi padre.

—Aun no lo confirman —le recuerdo.

—No vayas al hospital. No queremos que te enfermes —ruega mi madre.

—Mamá, soy joven. No me pasará nada —le aseguro.— Les prometo que si nos decretan cuarentena, haré lo posible por volver a casa.

—Nada de eso. Te encierras en tu habitación —me advierte mi padre.

—Preferimos tenerte allá segura a que viajes en avión y puedas contagiarte —agrega mi madre.

—Está bien. Ahora debo irme, hablamos mañana.

—Te queremos —dicen.

—Y yo a ustedes —les sonrío.

Nos despedimos y cuelgo. Trataba de mantenerme serena frente a mis padres, pero sabía que el tema era serio, y la cosa no pintaba bien. Peor aún, los criterios de riesgo era algo que me tenía los pelos de punta.

Cuando el mediodía llego, fui libre de irme a la residencia. Me sentía en estado zombie. Cogí mi mochila, mi abrigo y una botella de agua. En el camino de vuelta, llamé a Aidan y quedamos para estudiar en su habitación por la tarde. Últimamente, el humor de Sara estaba mal, aunque no me lo decía, tenía la leve sospecha que tenía que ver con Harrison.

Harrison...

No habíamos hablado desde que me trajo mis últimas cosas de la casa de Tom. Entendía que debía apoyar a su amigo, pero me dolía profundamente. ¿No éramos nosotros amigos también?

Mi teléfono suena, irrumpiendo mis pensamientos. Descuelgo al segundo al ver en el identificador el nombre de mi mejor amigo.

—¡Tintin! —exclamo feliz. Se ríe ante mi efusividad.

—¿Cómo estas, diablilla? —pregunta.

—Cansada, voy a llegar a la cama y dormiré por tres días seguidos.

—Te creo capaz —bromea. Ruedo los ojos.

—¿Qué tal todo por allá? ¿Cómo está Los Angeles?

—Caos. Quería volver a casa pero hay pocos vuelos. ¿Tú sigues yendo al hospital? —pregunta.

—Si. Pero estoy pasando por cirugía, así que estoy algo más resguardada —replico.

¿El amor lo puede todo? (Tom Holland & tu)Where stories live. Discover now