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—¿Estas lista? —apenas cierro mi taquilla, me encuentro con Megan y Rowan listos para irse a casa después de una larga y exigente jornada escolar.

—Vayan sin mí, hoy tengo que pasar por los dos cavernícolas —hablo con arrastre en mis palabras refiriéndome a Noah, quien no resulta ser tanta carga y además a Aarón, quién es el gran problema con el cual tendré que lidiar.

No es frecuente que lo espere a la salida de clases, suelo irme solamente con Noah y los chicos ya que viven por el trayecto a casa. Pero esta vez tendré que incluirlo en esto ya que mamá tiene planeada una fiesta sorpresa para papá, en la cual nos necesita a todos cooperando con las decoraciones y la comida. Y si no voy en busca de Aarón, seguramente él acabe volviendo cinco horas después a casa y eso no traería nada bueno con respecto a la posible bruja interior que saldría de mamá.

—Suerte soldado —dicen al unísono mientras se alejan desapareciendo entre la multitud de estudiantes que salen eufóricos sabiendo que por fin podrán llegar a sus hogares.

[...]

Maldigo a quien creó el Instituto, todo es tan grande que llegar al salón de Noah me toma exactamente siete minutos y medio gracias a que por más rápida que quiera ser, mi paso acelerado llega a compararse con el de una anciana señora que cruza la calle.

Los colores y figuras adorables que decoran cada salón, me indican que estoy cerca.

Apenas me asomo a la puerta, veo a algunos niños jugando o simplemente esperando en sus puestos a que alguien venga por ellos, me adentro para sacar a mi hermano de una vez pero no van ni diez segundos y ya me detengo en el momento que lo divisó metiéndose un pedazo de plastilina a la boca, o mejor dicho, el tubo de plastilina completo a la boca.

—Ay no de nuevo... —me quejo caminando rápidamente a donde está el pequeño simio—. Noah, cuantas veces te ha dicho mamá que eso no es comida —he perdido la cuenta de las veces que ha sido regañado por intentar comer plastilina y él ha hecho oídos sordos.

Me observa con sus cachetes inflados mientras intenta sonreír con inocencia. Cruzándome de brazos espero con superficialidad a que se quite toda esa masa de la boca sin que me haga repetirlo y siga la voz de su autoridad como si de dictadura se tratase.

—Por hoy no habrá galletas —comienzo a recoger sus cosas para meterlas en su pequeña mochila.

Apenas escucha mi castigo por no seguir instrucciones, se quita lo más rápido que puede la plastilina de la boca para poner el puchero más notorio que logra hacer con esa boca embarrada por el tinte naranja de la cosa inocentemente letal para niños como él.

—¡No, galletas! —reclama a punto de hacer un berrinche en medio del salón con gente incluida en el paquete.

—No te atrevas a gritar o llorar —levanto el dedo índice amenazante—. Aumentare tu castigo a dos días si lo haces y de paso te acusare con mamá como lo haces tú cuando hago algo —veo como su idea de crear un numerito y hacerme ver como la malvada, se esfuma—, muy bien así me gusta, obediente y calladito te ves más bonito. Ahora vamos a buscar a Aarón —camino con él atrás mío siguiéndome como un polluelo tras su madre.

[...]

La gran cancha de césped.

El lugar donde todos se juntan a conversar y jugar después de clases, Aarón está aquí, es fácil de predecir sabiendo que la masa de chicas de una belleza extraordinaria está allá, junto a su grupo distintivo de amigos con complejo de tener que ser los protagonistas populares de la película de Disney.

El problema de todo esto, es atravesar todo el campo de fútbol para poder llegar a las graderías en donde seguramente se encuentre mi hermano. Podría ser un ser humano inteligente y rodear todo para estar a salvo y no recibir ningún grito de estorbo o molestia, pero eso tomaría más esfuerzo físico y he hecho suficiente por hoy, debo respetar mis principios de vaga.

Big Boy Where stories live. Discover now