Capítulo 2

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Provincia Vittel

—Me extrañaría si lo que fuera que nos espera, no se relacionara con... —comentó el agente Edward Dufort hasta antes de ser interrumpido por una pequeña carcajada de su homologo Bordet Warburg, quien yacía frente al volante.

—Pero a usted le gustan las sorpresas.

—Me agradaría que esta vez fuera la excepción.

Un vehículo Peugeot 205 oscuro se encargaba de trasladar a ambos agentes a un siguiente escenario siniestro, gracias al llamado de la policía hacía unos minutos.

La calle Des Rosiers no sería capaz de advertir la zozobra que también había de incursionarle. El epicentro del pánico posiblemente radicaba en una de tantas calles que atravesaban la provincia de Belfort, a veinte kilómetros de donde a los hombres mencionados les esperaba un asunto que les permitiera originar y saciar interrogantes; y también, desencadenar una serie de eventos trágicos con una abstrusa y lejana solución.

Fue Edward quien, gracias a meticulosas y exasperantes observaciones en el caso que denominaba "Asesinato de Alsacia", logró concluir, con dificultad, en la existencia de un grupo, como muchos, de asesinos con tétricos deseos de aterrorizar a la población; pero como pocos, de asesinos que solo buscaban hacer ver una terrible y macabra escena como una bella obra de arte. Esa manera de reflejar emociones destruidas, le eran enfermizas a este hombre de principios y de carácter inquebrantable.

Y, por supuesto, el interés y pánico público no demoró en aparecer.

Haber atestiguado una muestra de misterio sobre la calle Alsacia (titulado como epicentro también por diarios locales) permitió a Edward empatizarse con aquel vecindario y apartarse de la belleza que buscaban los responsables, para atribuirle la belleza que cualquier mujer con ese nombre resaltaría.

Entonces el "Asesinato de Alsacia" cobraba sentido para su colega Bordet, agente que acompañaría a Edward hasta donde los maleantes fueran incapaces de conservar el misterio.

"Asesinato de Alsacia"

Hace ocho noches ambos inspectores partieron rumbo a Belfort. Atender el llamado de auxilio del vigía del edificio catorce, sobre la álgida calle Alsacia, fue su primordial objetivo.

El metal constituyente del Peugeot comenzaba a resentir la frialdad de la región en esos conticinios de otoño. Y al descender del vehículo los hombres fueron invadidos por la misma cualidad del ambiente; no obstante, si el vehículo fuera capaz de sentir, no pasaría por alto la incertidumbre originada por la penumbra que escapaba del portón abierto del edificio en cuestión.

Bordet detuvo el automóvil frente al inmueble al que el fulgor de una vieja lámpara, alojada a tres metros del suelo, alumbraba nulamente.

—Prepárese para otro capítulo en esta historia de misterio —comentó Edward mientras jalaba la manija de la puerta del copiloto para salir, sosteniendo bajo el brazo su grisáceo sombrero.

Bordet apagó el motor y mostró una sonrisa.

—Le prometo un final feliz —respondió y se dispuso a descender una vez que guardaba las llaves en la solapa de su abrigo.

Si algo caracterizaba a los responsables del asesinato en la habitación dos del primer piso, era la parsimonia con que consiguieron evadir la atención, principalmente, del vigía. El silencio a esas horas de la noche fue, sin duda, su mejor arma, misma que no podría compararse con aquella con la que arrebataron la vida a un hombre de veinticuatro años identificado como Gilbert Marconi, un abogado miembro de un bufete desconocido, o del que poco se había hablado en la gran ciudad parisina.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora