Capítulo 6

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Breve fue la duración de un conticinio prometido por una brillante luna rodeada de estrellas, incursoras en un cielo despejado y libre de las nubes viajeras que propiciaron a una lluvia hace un par de horas.

Breve y rauda fue la calma que apenas regresaba a las calles principales del epicentro de las tragedias: en Belfort y las provincias colindantes.

Breve fue la seguridad y confianza que el vecindario sobre la calle Loira fue capaz de atestiguar y poseer, hasta antes de que un vehículo Citröen Ds oscuro se estacionara en la intersección con este sitio y la calle Grasse... muy cerca de Belleville.

El brillo de un poste que se unía a otro par más, encargados de acompañar a la luna en su labor de avivar las coloridas paredes de los edificios, abandonaba al aparcado automóvil que, agraciado con su color, se fundía en medio de la penumbra.

Nadie dentro de sus hogares, hasta esas horas de la noche, podría percibir la estresante apertura de las puertas del Citröen luego de que un grupo de cuatro hombres, en gabardina, descendieran de este y se encaminaran al portón del edificio Blois.

Uno de los sujetos, aquel único que portaba un sombrero, no tardó en golpear el portón con sus nudillos, sin importarle la inquietud de su inexplicable visita y la molestia que pudiera causar al vigía.

Los golpes al portón cesaron luego de casi tres minutos de llamado y sin respuesta alguna al otro lado. Después de un breve periodo, se reanudaron, y volvieron a derruirse luego de haber escuchado la abertura de alguna puerta en el interior y un débil carraspeo.

—Es sorprendente que exista gente que no es capaz de temer a la oscuridad de estas horas —murmuró aquel vigía que se aproximaba al portón para atenderlo.

En tanto, en el exterior, uno de los extraños hombres, el más rollizo, introdujo su mano derecha entre la comisura de su capote y sus pantalones, y ahí la mantendría hasta que el malhumorado vigía abriera la puerta.

—¿Quién es? —se escuchó de una voz rasposa.

—Alguien que usted esperaba. Una cordial visita —aquel de sombrero respondió.

—¿Qué dice? —inquirió, dispuesto a liberar el portón de una oxidada cerradura y dar cara a los hombres—. Yo no espero a...

Pronto, el corpulento sacó su mano de entre la gabardina, con una pistola semiautomática; y sin dudarlo, disparó dos veces al vigía. El silenciador en el arma vagamente permitió que un estruendo hiciera retumbar parte del inmueble.

Abandonando al inocente sin vida en el suelo, los cuatro hombres se adentraron al edificio, dejando el portón abierto. Sabían que dentro de un par de horas nadie podría llegar e interrumpirles.

Lamentable fuera el momento para aquel que tuviera que interponerse en el camino del grupo de sujetos que no dudaría en corromper el lugar con una muestra más de sus terribles intenciones.

A la cabeza de ellos andaba quien, con su sombrero en mano, se detenía frente a los escalones que conducían al segundo piso, y elevaba la mirada hasta apreciar al final de estos una blanquecina puerta.

—Ahí —comentó sin decir más, para volver a colocarse su sombrero, y esperar a que sus acompañantes iniciaran un apresurado y cauteloso ascenso para luego seguirles.

Una vez que llegaron a la puerta, uno de ellos se dispuso a imitar aquello que pudiera apartarles de la labor de forzarla. La espera fue breve, y entonces una mujer se encargó de atender este llamado, sin saber de la valentía que había de constituirle.

A través de la mirilla de la puerta fue perceptible el encendido de las luces del interior, y luego lo fue la presencia de quien la abrió.

Por sorpresa, la joven mujer en ropa de dormir fue arremetida.

LA RUE BELLEVILLEOnde histórias criam vida. Descubra agora