Capítulo 4

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Addison volvía a caer en la posibilidad de ser consumida por lúgubres pesadillas. Los efectos solo perdurables por algunas horas, de aquel sedante, la mantuvieron dormida hasta que el peculiar sonido que con frecuencia le hacía despertar, volvía a percibirse. El rechinar de la puerta metálica le crecentaba la necesidad de volver a escapar, pero ya lo había intentado y fue un fracaso que había de incorporarse a una estela de fracasos anteriores.

Desde su estancia en la cama trató de observar hacia la puerta ya entreabierta. Alguien estaba a punto de entrar, y cuando eso sucediera ella ya habría abierto completamente sus verduzcos ojos, despojándose de un sueño a penas apacible.

Natalie Bellerose no tardó en sentirse liberada de la agresividad del viento cuando vio su punto de llegada en el hospital Ville Lorent. Cumpliría con el aviso que la enfermera Grace había dado a su paciente antes de sedarla.

Habiendo ingresado al edificio y trasladado a donde la mencionada enfermera, Natalie recibió la ubicación de su siguiente paciente; de quien, sin imaginarlo o advertirlo, recibiría a cambio una peculiar e inolvidable respuesta.

—Ahora debe estar a punto de despertar —le notificó Grace, desde un paraje de la recepción—, y cuando lo haga estará algo cansada, pero por eso no se preocupe, que durante el tiempo que dure el tratamiento se le olvidará que tiene que descansar. Ella siempre ha esperado un momento así, hace mucho que no la vienen a ver.

—Lo sé. Hay mucho que cubrir y sanar en alguien con un expediente así.

—Esperemos que para antes del siguiente otoño ella esté libre.

Pronto, Natalie se dispuso a partir hacia donde Addison.

—Piso tres, habitación 5-B —repetía al salir del elevador y caminar por el pasillo que le conduciría a su destino. Al llegar, abrió la puerta con delicadeza, posibilitando al rechinido despertar a la joven sobre la cama. Se asomó, y ahí estaba Addison en su esfuerzo por volver a la realidad.

Natalie se abrió paso al interior, se retiró su sombrero y dejó su maletín en el suelo y apoyado en la fría pared.

—Buenas tardes, Addison —musitó, para luego observar ante lo que se encontraba: una cama, y a un costado un pequeño mueble; delante y cerca de la ventana, una mesa acompañada por un par de sillas; del centro del techo, una lámpara colgaba.

Addison se vio imposibilitada, por un momento, para devolver el saludo, y también para ver con claridad la imagen de aquella mujer en su habitación: la imagen borrosa de una gran mancha naranja que iría aclarándose y adquiriendo forma, lenta y constantemente. Natalie decidió acercarse a la mesa y tomar asiento a un lado de esta.

—Buenas tardes —dijo la paciente al fin, mientras se incorporaba en la cama.

—No te esfuerces. Sabía que sería mucho para ti si te llevaban a la sala de tratamientos.

Addison rio, al tiempo que conseguía sentarse a un costado de la cama, frente a esa desconocida mujer.

—Te agradezco...

Natalie acentuó, de súbito, su sonrisa; apreció a su paciente y le habló como si le contara un gran secreto.

—Soy tu doctora y psicóloga Natalie. Seré quien te ayude a salir de aquí... a conseguir lo que tus sueños te han hecho desear.

—No te imaginas lo mucho que lo deseo— dijo, luego de haber bostezado—. Pero Grace siempre me atrapa.

Natalie hubo de interesarse en alguien como Addison. La necesidad de asegurar su empleo como especialista en un tema en que los adjetivos interesante, maravilloso e indescriptible no eran suficientes para referírsele, quedó opacada al haber tenido la oportunidad de estudiar, desde hace dos días, la situación de su nueva paciente.

LA RUE BELLEVILLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora