Capítulo 3

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Hospital psiquiátrico Ville Lorent.

Pareciera que el rechinido causado por la abertura de la puerta metálica de su habitación, coincidía con la abertura de sus ojos que descansaron luego de una larga y difícil noche reinada por sueños inciertos. Pero Addison no despertó a causa del agudo sonido de su pase al blanquecino pasillo, sino por la incomodidad que a su rostro significó la salida del sol.

El sol entonces prometía un buen día; uno para volver a una tarea de tantas, pero sería una que casi nunca se llegaba a sentir necesaria.

En cuanto Addison apreció la puerta entreabierta, se apartó de la cama, ignorando su calzado, y se aproximó a esa atractiva salida.

La tranquilidad brindada por este momento, exterminaba los malos recuerdos que ella misma se había formulado, aferrada al problema que la conduciría a recibir una ayuda muy especial y simbólica.

Llegando frente a la puerta, Addison se detuvo. A través de la mirilla observó aquello que ocurría al otro lado, en el pasillo por el que transitaban muy frecuentemente decenas de médicos y enfermeras. No notó señal alguna de la enfermera encargada de ella, y mucho menos de otras personas. El pasillo estaba libre y era su oportunidad, una oportunidad que no volvería a conseguir hasta la mañana siguiente, cuando ese sentimiento volviera a percibirlo.

El sentimiento y la necesidad de escapar la mantuvieron nerviosa detrás de esa puerta, y apretando con sus manos la suave tela de su bata de dormir.

De pronto, Addison abrió la puerta de golpe y salió corriendo de ahí, hacia el pasillo que la conduciría a la salida del edificio. No olvidaba aún el camino hacía su objetivo desde el día en que fue internada; pero eso creía hasta que vio complicada su meta a pesar de no encontrarse con ninguna persona.

Una vez que dobló a la derecha y avizoró las puertas de la lavandería, Addison resbaló y cayó. El golpe que se dio en el brazo derecho se encargó de mantener sus ojos cerrados por un momento, tiempo suficiente para que estos se valieran de su inconsciente al ser abiertos para reanudar el camino.

Al abrirlos, una gran exasperación no se hizo esperar: sus manos manchadas de sangre le hicieron sobresaltarse.

—Pero qué... ¿Qué esto? —se preguntó sorprendida, perpleja, al tiempo que se levantaba y avanzaba cojeando.

No podía apartar la mirada de sus manos, y pronto se vio atraída por la primera puerta en su camino; puerta en la que deseaba encontrar a alguien que le auxiliara.

Y a pesar del creciente pánico, se permitió evadir la idea de huir de ese lugar.

Al llegar a la puerta se asomó por la mirilla, y se vio frente a otro motivo de zozobra. Le resultó increíble revivir aquel escenario que solo en sus recuerdos existía y que visitaba de vez en cuando: aquel en que encontraba al cocinero Heymanns desollado por decenas de afilados cuchillos, en medio de cuatro blancas paredes con sangrientas e insultantes inscripciones. Esto resultaba ser de lo mejor que ella podría disfrutar hasta que le asaltaba un deprimente arrepentimiento. No le fue normal sorprenderse de aquella imagen al otro lado de la puerta, pues no fue ella la responsable de tan inhumano delito; sin embargo, sus manos clamaban lo contrario, más aún cuando volvía la mirada a ellas y en la izquierda ya empuñaba un ensangrentado cuchillo.

La caída del cuchillo hizo a Addison retroceder lenta y asustada. Volteó rauda hacia atrás, y nuevamente se volvió hacia la habitación que albergaba el fiambre.

De repente, fue tomada con brusquedad por alguien a quien no podría ver hasta que regresara a la realidad.

—¿¡Siempre tenemos que pasar por lo mismo!? —le gritó una voz femenina, y luego sintió sus manos atadas a sus espaldas.

LA RUE BELLEVILLETahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon