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Los días posteriores a su discusión con Vegetta, se había mantenido encerrado justo como antes de ir a verlo y las pocas veces que salía, evitaba a toda costa el pueblo para no encontrarse con el y tener una de esas típicas situaciones incómodas o simplemente para no sufrir por la mirada indiferente del omega.

La había cagado y no se sentía con el derecho de estar molesto con nadie, ni con la persona que le reveló la verdad ni con Vegetta por su reacción, todo era su culpa, el mismo había firmado su sentencia al aceptar algo que tarde o temprano le traería repercusiones.

Estaba frustrado y cada que intentaba separarse de sus suaves sábanas para ir a buscar de comer, algo lo arrastraba de vuelta a la cama, haciéndole un nudo en el estómago e impidiendole ingerir alimento, provocando que durmiera más de lo normal y, sinceramente, prefería mil veces estar dormido que pasar las horas recordando las palabras llenas de amargura que le habia dedicado el omega.

— Si que te ves mal tío...— se sentó rápido sobre su cama al escuchar la voz de uno de sus compañeros y al ver a Lolito con una gran sonrisa, lo miro incrédulo.

— ¿Cómo entraste? — pregunto y el pelinaranja señaló con su pulgar hacía atrás, mostrando la puerta que ahora yacía en el suelo — no me jodas tío, pudiste tocar...— se quejo molesto y oculto su rostro entre sus manos, pensando lo mucho que le costaría volver a ponerla mientras Lolito se acomodaba a sus pies.

— Ya tío, pero no hubieras abierto — se cruzó de brazos y analizó al castaño de pies a cabeza, notando que había bajado de peso.

— ¿A que viniste? — pregunto al sentir la mirada sobre el.

— Pues... estos días no te he visto por el pueblo y me preguntaba donde andabas — se dejó caer de espaldas en la suave cama, usando sus brazos como almohada.

— Estoy de puta madre y ahora que lo sabes...— dijo con una falsa alegría y sonrió — ya vete — cambio el gesto en segundos, ahora mostrando el ceño fruncido y señalando la puerta.

— ¿Por que? — pregunto, serio y lo miro de reojo — dime, ¿quieres que me vaya para que puedas sentirte miserable de nuevo? — Rubius trago saliva, sin creerse que alguien como Lolito entendiera como se sentía en ese momento.

— No lo entiendes — murmuró, ganándose una mala mirada por parte del contrario, quien casi se ríe por aquella respuesta.

— ¿De verdad? — pregunto sarcástico y se levantó de su cómoda posición para encararlo — escuchame bien, tal vez no sepa tus razones pero siempre haz sido así de inseguro — Rubius volteó a otro lado de la habitación con los ojos llorosos y sintiendo como su labio inferior temblaba — ¿crees que ninguno de nosotros lo entiende?

— Ya para Lolito...— pidió con desaliento, buscando esconderse de nuevo entre las mantas que lo cubrían.

— No, aún no termino — se levantó, quitando las mantas en el proceso y dejando expuesto al castaño, quien se mantenía hecho un ovillo — deja esa puta inseguridad y levantate de una buena vez — tomó su delgado brazo con fuerza y lo levantó sin alguna dificultad.

— ¡Para ti es fácil decirlo! — grito desconsolado — ¡no sabes lo que es sentir que todos te juzgan, desde tu forma de vestir hasta lo que haces... tampoco entiendes aquel nudo que se forma en tu garganta cuando quieres hablar y...! — casi pierde la fuerza para seguir en pie y de no ser por Lolito, quien aún lo sostenía, hubiera terminado sentado en el frío suelo — no sabes lo que es perder a un amigo por ello — agregó, antes de romper en llanto y todo empeoró cuando los brazos del pelinaranja lo arrastraron contra su cuerpo, borrando la distancia.

Sollozo contra su hombro, rodeando su espalda con fuerza para que no se alejara y susurrando palabras que eran más como un balbuceo para los odios del contrario. Estuvieron así hasta que sus ojos fueron incapaces de producir otra lágrima y cuando se separaron, sentía el típico cansancio que siente cualquiera después de llorar.

— ¿A que amigo perdiste? — se sentó en la orilla de la cama y Rubius se sentó a su lado con la mirada perdida.

— Vegetta — respondió — al parecer alguien le dijo lo de nuestra apuesta y no pude explicarle — se abrazo a sí mismo, vagando entre los recuerdos y sintiendo nuevamente ese nudo que le habia robado el habla.

— Seguro fue Fargan — rió con amargura y Rubius no pareció sorprenderse.

— Ya... sin dudas fue el — alzó los hombros, restandole importancia y Lolito casi hace lo mismo.

— Tremendo gilipollas — lo insultó con una sonrisa y Rubius asintió, desganado. Llevaban tanto tiempo conociendo al alfa que no les sorprendía lo que hizo — en fin... volviendo a tuyo — revolvió el cabello del contrario con cariño mientras este se quejaba — tienes razón, no puedo entenderte del todo pero... quedarte encerrado en casa no va a resolver tu problema Rubius.

— Entonces dime que lo hará porque el tontito no quiere verme y, aunque lo viera, no podría decir nada — se quejó.

— Venga tío, usa tu imaginación, tu eres el que lo conoce — reprochó — estoy seguro que encontrarás la manera — le dio un golpe en la espalda como animo y se puso nuevamente de pie, esta vez para volver a casa y cuando dio un paso, algo lo detuvo. Miro de nuevo a Rubius y se dio cuenta como este sostenía la orilla de su camisa.

— Gracias — agradeció, mostrándole una sonrisa sincera y luego lo soltó.

— No es nada — le devolvió el gesto y finalmente salió animadamente de su casa por donde había entrado.

Se dejó caer en la cama con una tonta sonrisa y casi se pone a llorar otra vez al pensar que uno de sus amigos, con los cuales rara vez hablaba de sus problemas o sentimientos, había ido hasta su casa para ver si estaba bien e incluso se había quedado a consolarle.

Tal vez no estaba tan sólo como se sentía y al parecer Vegetta no era el único amigo que tenía, pero aún era alguien irremplazable en su vida y no tenerle cerca era doloroso, así que, busco el impulso suficiente para levantarse, recordando las palabras de Lolito para animarse y no dejar que el miedo le impidiera hacer lo que estaba pensando.

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Aᴘᴜᴇsᴛᴀ [ꜰɪɴᴀʟɪᴢᴀᴅᴏ]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora