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Hellene regresa a casa medio mareada, medio sorprendida, medio confusa y con una sensación extraña en el alma que quizás no la está dejando respirar con propiedad. Secretamente se encuentra encantada también, pero eso solo consigue perturbarla todavía más porque no sabe lo que todo esto significa.

Ha sido un intenso primer día de trabajo, y ella aún puede sentir el cosquilleo en su piel dorada, en su rostro, en su rodilla, justo en donde el maravilloso pintor la ha tocado. Si cierra los ojos tiene por seguro de que se verá a sí misma delante de él, perdida en su toque, en sus ojos, en aquel rostro magnífico que no le tiene consideración a ningún hombre con los pies puestos en París.

Hellene conoce aquella sensación, es la misma que el arte provoca en ella, en su alma, y le resulta tan curioso e intrigante la idea de cómo un solo hombre ha podido hacerle sentir de esa manera con tan solo ponerle los dedos encima. Piensa que ni siquiera Ashton ha logrado algo como eso, en ninguno de los años que llevan juntos.

Un profundo suspiro escapa de sus labios en el instante en el que abre la puerta de su departamento, y se detiene en seco cuando, e irónicamente, ve a su novio sentado en el mueble de la sala. Tiene una taza de café o quizás té entre las manos, y delante de él la madre de Hellene parece profundamente dormida. Arruga las cejas por un instante, aunque cambia el gesto tan pronto Ashton la mira.

Una sonrisa suave crece en los labios del rizado, y se pone de pie dejando la porcelana sobre la mesita de centro.

—Hellene, qué bueno que llegas— Le dice con un suspiro de por medio, como si estuviese agotado de la espera. —¿Cómo estás, ma chérie?

Hellene sonríe con la misma suavidad, y se encoge de hombros justo antes de recibir un beso de su parte. Hay algo en aquella acción que le deja un mal sabor en la boca.

—Estoy bien. Hoy fue mi primer día en el trabajo— Comenta y tiene intenciones de contarle todo lo que ha sucedido, omitiendo la parte en donde se desmaya y todo lo que sucede con el señor Bellerose en su estudio, porque no cree que sea algo que Ashton necesite saber ni nada por el estilo.

Sin embrago, y cuando está por continuar, Ashton toma la palabra.

—Oh, hablando de trabajo, no vas a creer lo que este cliente ha dicho sobre mi boceto para el edificio que quiere construir...

Y si Hellene alguna vez tuvo la oportunidad de hablar sobre sus días sin que Ashton recuerde algo en particular acerca del suyo y tenga la necesidad ferviente de comentarlo y olvidar completamente que ella ha sido la que iba a hablar primer; no es capaz de recordarlo.

Ashton hace esto muy a menudo, minimizar e ignorar las cosas que suceden con ella, y Hellene cree que lo hace porque es egoísta, y algo egocéntrico, adorador de sí mismo y todo lo que tiene que ver con él. No es la mejor de sus cualidades, en realidad, es la peor, pero Hellene lo quiere y ha pasado el tiempo suficiente a su lado para saber que sus intenciones no son verdaderamente malas, y que su idea de que el mundo gira alrededor de él es solo una pequeña roca en un río de buenas corrientes.

Es el único amor que conoce, de todas formas, y le gusta estar con él a pesar de que las conversaciones siempre son dirigidas por él sin ninguna excepción, y está bien, ella puede soportarlo, porque cuando no está hablando sobre sí mismo, puede llegar a ser adorable, y un muy buen novio, y Hellene valora aquello más que nada.

Se quita el bolso del hombro con un suspiro silencioso, y mueve la cabeza en un asentimiento, atenta a las palabras de su único amor y sobre el asunto con aquel cliente insatisfecho. Y entonces, mientras Ashton continúa parloteando, sucede la cosa más rara del mundo cuando le coloca el brazo alrededor de la cintura para dirigirse con ella hacia el balcón, porque a diferencia de cómo se ha sentido cuando el señor Bellerose le ha puesto las manos encima; con Ashton no siente absolutamente nada.

Es casi vacío, quizás hasta como una molestia, y el darse cuenta de eso es casi como un corazón roto al que no le quedan más que lágrimas de sangre porque ni siquiera es capaz de recordar cómo se ha sentido todas las veces en las que Ashton la ha tocado. Es como si todas sus memorias se hubiesen desvanecido y en su lugar se hubiesen colocado todas las sensaciones que el pintor le brindó en un corto intervalo de tiempo.

Y Ashton habla y habla, y Hellene por primera vez se siente incómoda estando con el único amor que ha tenido en su, no demasiado, larga vida.

No sabe qué exactamente está pasando, y tiene la sensación de que este día va a ser largo y aún más extraño.

De repente, la voz de Ashton la saca de su ensoñación y Hellene arruga las cejas al mirarlo.

—Disculpa, ¿qué?

—Te pregunté qué querías contarme sobre tu primer día de trabajo, chérie— Repite y pone los ojos en blanco mientras suelta una diminuta risa. —Cielos, cariño, el arte si que te tiene en el aire. ¿Estuviste escuchando todo lo que dije, aunque sea?

Hellene mueve la cabeza en un asentimiento casi inseguro, y traga saliva.

—Si, por supuesto que estaba escuchando. Solo me desconecté por un segundo— Se excusa. —Huh, mi día fue muy bueno. Oh, de hecho, mi jefe me ha pedido llevarte mañana al estudio.

El semblante de Ashton se convierte en una mueca de confusión.

—¿A mí? ¿Y de dónde me conoce?

—No lo hace. Le comenté sobre ti y se le ocurrió una idea acerca de captar el amor ferviente o algo por el estilo.

—¿Y eso qué diablos significa, chérie? — Inquiere, alejándose de repente para mirarla como si hubiese dicho algo realmente espantoso.

Hellene alza las cejas, sorprendida ante lo ofendido que parece estar él ahora.

—En realidad no estoy segura, pero si pudieras acompañarme mañana podemos averiguarlo.

—Por supuesto que no. Soy un hombre ocupado, además, ¿por qué siquiera vas por ahí contándole a desconocidos acerca de mi vida, nuestras vidas?

—Huh, el señor Bellerose no es ningún desconocido, Ash. Es un pintor increíble y es mi nuevo jefe.

—Bueno, yo no lo conozco, así que no me parece justo que le hayas dado información sobre mí. ¿Sabes qué? — Dice de repente y chequea la hora en su reloj de muñeca. —Tengo que irme ahora, te llamaré luego para ver si vamos a cenar esta noche, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, pero ¿no vendrás conmigo mañana?

—No, chérie. No tengo tiempo para jugar con pinceles. Nos vemos.

Le da un rápido beso en los labios que deja a Hellene desconcertada, y antes de que pueda decirle cualquier otra cosa al respecto, el rizado ya se ha marchado. Hellene respira profundamente y cierra los ojos cuando una suave brisa le acaricia el rostro y los rizos.

No sabe qué ha sido aquel comportamiento de Ashton, pero definitivamente le ha ofendido aquel último comentario sobre jugar con pinceles.

Es lo peor que ha podido decirle en su vida sabiendo qué tan importante para ella es todo esto.

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