CAPITULO 21.

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Entro a mi apartamento a las 6:30P.M. Voy a mi habitación a darme una ducha rápida antes de que llegue Benjamín. Me pongo un chandal y una camisa de tiros junto con mis medias. Agarro mi pelo en una coleta junto con mis lentes. Una vez lista voy a la cocina. Pongo la tetera en marcha. ¡Muero por un té!

El intercomunicador suena. Mis vellos se erizan. Ha llegado, y con eso el momento de hablar. Nerviosa me encamino a la puerta. Aprieto el botón y dejo la puerta entre-abierta. Vuelvo a la cocina y saco dos tasas y dos bolsas de té. Vierto el agua y coloco el tarrón de azúcar en la encimera. No sé como toma el té Benjamín. Escucho la puerta cerrarse y unos pasos acercarse. ¡Qué nervios!

Mi caballero entra y está perfectamente guapo vestido informalmente del color que más me gusta. Tiene unas bolsas en las manos. Al mirarme, sonríe y las deja en la encimera.

—No sé lo que te gusta, así que traje de todo un poco—dice con una pequeña disculpa.
—No te preocupes.

Echo azúcar en mi tasa y le tiendo la suya.

—Te he hecho un té.
—Gracias, Ava.

Tomo nota de que también prefiere el té sin azúcar, porque se lo bebe sin hacer ninguna mueca. Me repugna un poco. No me gusta el té así. Tomo la tasa con mi mano izquierda y con la libre, tomo la mano de Benjamín. Es fuerte. Nos dirigimos a la sala. Lo invito a sentarse. Tomo asiento a su lado.

Mientras más rápido mejor, Ava, pienso. Dejo mi tasa en la mesa, mirando al frente.

—Comencé a beber a los 18 años—empiezo a hablar—. Sé que era menor de edad. Nathan era mayor que yo, así qué era fácil conseguir alcohol. Al principio no entendía el porqué lo hacían. Era asqueroso... su sabor era amargo, agrío y no me gustaba.
—¿Nathan te condució a la bebida?—interrumpe Benjamín.
—Nunca.

Nathan era un auténtico gilipollas, pero nunca me obligó a hacer nada que yo no quisiera. Las decisiones que tomé en mi pasado, fueron mías y de nadie más.

Escucho un suspiro por parte de Benjamín.

—Continúa...
—Yo bebía antes de conocer a Nathan—explico—. Al empezar mi relación con él, no le gustaba que tuviera amigos. Así que tenía que elegir, y lo elegí a él. No fue difícil beber.
—¿No le importaba verte en esas fachas?—pregunta, molesto.
—¡Claro que le importaba! Pero, Benjamín, ¿qué podía hacer?
—Cuidarte, Ava. Eras su responsabilidad...—regaña.

Tiene razón. Sin embargo, estaba tan involucrada en mi dolor que era prácticamente imposible hacerme entender de algún modo que me estaba haciendo daño. De todas formas, aunque Nathan denotara preocupación, nunca le importó más nadie que sí mismo.

Ignoro su tono de voz y me toco la punta de mis lentes. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir.

—Suelo ser muy testaruda—digo, tratando de excusar mi comportamiento—. Mi madre estaba al tanto de que ingería alcohol, aunque no tanto cómo cuando rompí con Nathan. Y es cierto. Cambié mucho cuando estuve con él. Ya no era la misma niña de antes y mi mamá se lo agradecía. Nathan me ayudó a desprenderme de varias situaciones...
—¿De qué te desprendió?

Resoplo. Tratar de hablar de mi pasado es más difícil y complicado de lo que alguna vez imaginé. Es diferente vivir pensándolo. Pero, ¿decirlas en voz alta? Intento cuidar lo qué digo y es imposible. Hay cosas que se me escapan de la mano, y es difícil compensarlas por otras. Benjamín es inteligente. Se da cuenta.

—Antes de Nathan vivía en constante depresión. Mi familia me exigía mucho con tan sólo unos cuántos años. Hasta cierto punto podía entender que vivíamos en una clase baja y teníamos que buscar las formas de traer un plato a la mesa. Pero era una niña, ¿cómo podía progresar tan rápido? Mi madre era... es la más difícil de todas.

Once y Media (11:30) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora