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—¿Lo viste?

—Claro que lo vi, mujer. Por Dios.

—Ese Omega está demacrado. Debiste verlo cuando lo bañé. Todo desnutrido. ¡Sus costillas, Yongtae! Te juro que era como tocar el esqueleto que usan en la escuelita primaria del pueblo. ¡Y Hyunjin! Mi niño... Su carita ¿La vista, Yongtae? Está muy descuidado.

El hombre arrugado piensa, en su cabeza reproduciendo una y otra vez a su nieto tomando la mano de aquel Omega en medio de su sala. Ese Omega destruido, y su pequeño Hyunjin en un estado similar. Quizá el pelinegro no lo había notado, pero su cuerpo decaía con cada paso más cercano al final de Jeongin. Su rostro más pálido de lo habitual, sus pómulos igualmente marcados, siendo que siempre ha llevado unos bonitos mofletes pellizcables. Sus ojos, no sólo son oscuro en el iris, ahora bolsas moradas cuelgan de ellos; y los labios partidos acompañan su triste condición.

—Minha... Tú... ¿Crees que ellos sean...?

—¿Qué dices, viejo? Son muy jóvenes para encontrar a sus predestinados. Debe haber otra razón.

—Mujer, tú también has visto la similitud en sus condiciones ¿No es raro? Hyunjin pedaleó tantos kilómetros para refugiarse en nosotro con este Omega descuidado. No me quiero imaginar por las cosas que tuvieron que pasar para que nuestro nieto sienta que somos su única opción.

La mujer anciana muerde sus uñas impacientemente, caminando de un extremo de la cocina a otro. En el horno hay un pastel horneándose, y la pava comienza a hervir sobre la hornalla. La anciana usa el sonido del vapor para distraer las inquietudes que su marido se ocupa de darle. Su pequeño Hyunjin acaba de llegar con un muy enfermo Omega, y él en iguales condiciones. Y su cabeza, que se ha quedado en el pasado y sus costumbres, aún no visualiza la posibilidad de que se traten de dos almas predestinadas huyendo. ¡Es que son muy chiquitos! Piensa ella. No obstante, el pensar de aquel modo la aleja de su realidad, cree su marido.

—Pobre criatura... Tuviste que verlo, Yongtae... ¡Me encargaré de cocinar riquísimo para aquello dos! De seguro pasaron por mucho.

Yongtae, abuelo de Hwang Hyunjin, se despide de su esposa y termina de abrigarse para hacer su primer labor del día. Buscar los huevos de las gallinas, alimentar a sus animales de granja y ordeñar las vacas. Oh, quizá es tiempo de darle un pequeño baño al corcel que deambula por el terrero cerca de donde las ovejas se dispersan. Chifla y desde la casita diminuta a unos metros de la casa, un pequeño perro saltarín sale alegremente en busca de su amado amo. Todavía con sus años, sigue tan alegre como ningún perro que tuvo y se escapó.

Arriba, en la habitación que siempre usa cada vez que viene con sus padres a pasar un fin de semana, duermen ajenos a la luz del sol la pareja de jóvenes demacrados. Jeongin gira y encuentra calor en el cuerpo que a su lado descansa sin inmutarse de los sutiles movimientos. Sus ojitos se abren lentamente deleitándose con el rostro de Hyunjin como primera imagen de mañana. Ah, le gustaría despertar de aquel modo toda su vida.

Ni siquiera se percata de que no despertó en un rincón frío y húmedo. Tampoco con la fría oscuridad que el sótano le proporcionaba. Ahora una radiante luz se colaba por la ventana del cuarto, el cielo celeste y sin nubes le sonríe y Jeongin se siente tan bien cuidado que comienza a convencerse de que está soñando. Pues claro, jamás en su vida despertaría con el cielo celeste de la mañana, el cantar de los pájaros y el gallo cacareando. Tampoco con la respiración del hombre a quien ama a su lado, y tampoco tan limpio como se siente.

La mano huesuda que le corresponde se alza y acaricia el contorno del rostro ajeno, jugando con los mechones negros rebeldes que no le dejan apreciar con totalidad la cara de su amante. Jeongin sonríe a pesar del hambre que tiene, porque en tantos sueños que tuvo, aquel se volvió la clara representación de su lugar seguro. ¡Incluso no tiene frío y la tela que lo cubre es bastante gruesa!

Caramelo [Hyunin] OmegaverseOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz