Capítulo 31

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Damián Webster.

-Listo- murmuró Hansel desde uno de los sofás del living de la oficina.- Mañana en la mañana los jet estarán en la pista.- por fin regresaríamos a Seattle, después de casi tres meses en Mykonos.- ¿Ya decidiste a dónde enviaras a Dana?

Dana, cada día se comportaba peor con Ámbar, tanto que la pequeña rubia y yo habíamos terminado peleando muchas veces, quería que la echará la antes posible, no la quería ni ver, y ahora con las hormonas del embarazo estaba cada vez más sensible y dispuesta a pelear por todo y nada.

-Que se vaya a la una de las casas del centro.- dije y él empezó a anotar en una libreta- Tan pronto como aterrice el jet en Washington se tiene que ir a una de esas casas.

-No puedo creer que por fin a la pequeña Ámbar se le cumplirá el sueño- rió.- Son tan insorpotables cuando quieren algo,- estaba hablando también de su mujer. Yo asentí dándole toda la razón- hasta que no lo consiguen no dejan de molestar.- sonrió con ternura, quería mucho a la madre de su futuro hijo.

Él siguió hablando, pero yo dejé de escucharlo. Podía ver su boca moverse mientras escribía en la libreta, pero a pesar de tener la vista fija en él y parecer que le estaba poniendo toda la atención del mundo, mi mente se fue a otro lugar, uno muy lejos, uno dónde sólo podía pensar en mi muñeca que de seguro estaba merodeando en algún lugar de la casa mientras alumbraba el espacio con la hermosa sonrisa que poseía.

Ámbar Murat había calado hondo en mí, más de lo que yo mismo lo había hecho. Habían pasado tres meses desde que la tenía conmigo, y sentía como sí había pasado mucho más, como sí la había conocido de mucho antes, como que sí siempre estuvo ahí para mí y yo aún no la había encontrado. Estaba loco por ella, por su sonrisa, por su cuerpo, por sus labios, por toda ella. La quería de una manera inimaginable, como nunca antes recuerdo haber querido. La amaba, de eso estaba totalmente seguro, y tanto era ese amor, que ella podía hacer conmigo lo que quisiese, tenía el poder de hacer conmigo todo lo que le diera la gana y cuando se diera cuenta de eso sería mi final.

Después que asimilé la noticia de nuestro hijo, sentía que no cabía en mí la felicidad, no sólo había encontrado a Ámbar, sinó que también estaba empezando a tener mi propia familia con ella, sentía que por fin mi vida estaba tomando sentido. Desde esa noche que regrese de Delos y traje los zapatitos para el bebé, desde ese día el amor que empecé a sentir por el niño que crecía en su vientre se hizo tan grande como el que sentía por ella. Había momentos en los que me encontraba en medio de algo y mi mente me llevaba a imaginar un pequeño bebé en mis brazos, un pequeño niño tan hermoso como su madre, un hijo de ella que también era mío, algo que nos uniría siempre.

Sí bien, no me hacía ninguna gracia tener hijos, y de hecho por mi mente nunca pasó tener ni siquiera uno, ahora no podía esperar la hora de tener a esté bebé en mis brazos. Recuerdo el día que Ámbar me dijo que estaba embarazada, me enojé, me enojé demasiado y sentía que quería matarla. Yo no quería ningún hijo, no quería que por mi culpa alguién más tuviera que vivir como yo lo hacía; medicandose para no lastimar a las personas que lo querían. Y ciertamente, tan rápido como Ámbar me dijo que íbamos a tener un hijo, enseguida pensé que ese niño no podía nacer, pero he de admitir que con todo y que no lo quería, el hecho de que ella dijera que tampoco quería tener un maldito hijo mío me dolió, y eran pocas las cosas que me hacían sentir así.

Pero con Ámbar mis sentimientos estaban en una jodida montaña rusa que no paraba de moverse nunca, ese día en específico pasé de querer matarla, a estar decepcionado por sus palabras, y de estar decepcionado a darle la razón ¿por qué? Pues, porque simple y llanamente, la tenía, yo sabía que a ella no le gustaban las pastillas, y le había dicho que buscaríamos una forma para que ambos estuviéramos de acuerdo con los anticonceptivos, pero no fué así, se me olvidó ese detalle y nunca intenté buscar nada. Pero después de darle la razón seguí con la idea de que ese niño no debía nacer, que sí lo hacía, ella sufriría aún más, que el niño sufriría. Y sí no hubiese sido porqué enterró aquel lápiz en mi abdomen hace más de un mes, para esté momento el corazón de nuestro hijo no estuviera latiendo como hace unas semanas lo comprobamos en una cita con el doctor.

No Puedes Escapar De Mí.©Where stories live. Discover now