9. El pasado del castillo

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01 de junio de 1910

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01 de junio de 1910

Castillo de la familia Marshall, Canadá

Era una mañana bastante fría, las sirvientas del castillo cumplían con sus deberes diarios; se encontraban sumamente agotadas, ya que habían estado despiertas durante toda la noche. El rey Jonathan Philips visitaría el hogar de la familia Marshall y, por ende, todo tenía que ser perfecto.

Los habitantes del pueblo de Arabina vivían en extrema pobreza: las oportunidades de trabajo eran demasiado escasas, la atención médica no era tan accesible y los constantes conflictos civiles perjudicaban de manera negativa la calidad de vida de los pobladores. Vivir a la mitad de la nada no era lo mejor en aquella época. Los únicos que velaban por el bien del pueblo eran los monarcas Harold y Katherine Marshall. A pesar de ser apreciados por la comunidad, muchas de las decisiones que tomaron para contrarrestar los desastrosos acontecimientos ocurridos durante el reinado anterior no resultaron ser del agrado de muchos. Una de las estrategias utilizadas para disminuir la tasa de desempleo, era cuando los reyes solían visitar el pueblo en busca de nuevos plebeyos: muchos padres obligaban a sus hijos e hijas a trabajar para la familia real con el único propósito de beneficiarse de sus ganancias y poder así tener una vida mucho más cómoda.

La reina Katherine se encontraba en sus aposentos buscando su vestido favorito. Tras encontrarlo, lo observó con cierta melancolía: su madre, la reina Claribel III, se lo había regalado el día de su cumpleaños número veinticinco.

—Oh, mamá, desearía poder abrazarte una vez más. Me haces mucha falta —dijo mientras abrazaba el lujoso vestido.

Cuando la mujer colocó la prenda sobre la cama, observó que en el ruedo de esta había una inmensa mancha de lodo. Al instante, frunció el ceño y emitió un grito que se escuchó por cada rincón del castillo.

—¡Sirvienta! ¿Dónde estás, inútil? —exclamaba una y otra vez.

Una de las criadas ingresó a los aposentos de la reina.

—¿Qué se le ofrece, mi señora? —preguntó la sirvienta con voz temblorosa.

—Dile a Livia que me urge hablar con ella —respondió Katherine con total seriedad.

—Enseguida, su majestad. —La mujer se marchó a toda velocidad. Mientras tanto, la reina no dejaba de observar la mancha de su vestido.

—¡Esta desagraciada me las va a pagar!

La pobre Livia corrió a los aposentos de la señora Marshall, sus piernas temblaban y su rostro estaba pálido. Tragó una pequeña cantidad de saliva y preguntó:

—¿Qué se le ofrece, mi sobera...?

Katherine la abofeteó.

—¡Estúpida! Mi vestido tiene una mancha de lodo, se nota que eres una incompetente —espetó mientras apretaba la prenda con sus manos.

Los Siete Espejos del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora