8. Don Carlos hace una mala jugada.

30 2 0
                                    

Lolita se retiró de la ventana, tranquila porque nadie se había dado cuenta de la visita del Zorro. Durante el resto del día estuvo en la terraza, haciendo encaje, pero la mayor parte del tiempo mirando la ventana que iba hacia el camino.

Al caer la tarde, los indígenas prendieron enormes hogueras en sus chozas de adobe, sentándose alrededor de ellas para cocinar, comer y platicar sobre los sucesos del día. Dentro de la casa, la cena ya estaba lista y la familia se disponía a sentarse a la mesa, en los momentos en que alguien llamó a la puerta.

Un indígena salió a abrir, y entró el Zorro. Se quitó el sombrero y se inclinó para saludar. Levantó la cabeza y vio a doña Catalina, que se había quedado sin habla, y a Don Carlos, aterrorizado.

—Espero que me perdonen por esta interrupción—dijo—. Soy el hombre conocido como el Zorro. Pero no tengan miedo, pues no he venido a robar.

Don Carlos se levanto lentamente, mientras que Lolita permanecía asombrada por tal alarde de valentía, temiendo que el Zorro mencionara la visita de esa tarde, de lo cual no había hablado con su madre.

—¡Bribón!—gritó Don Carlos—. ¿Cómo se atreva a entrar a una casa decente?

—No soy su enemigo, Don Carlos—respondió el Zorro—. Más bien he hecho algunas cosas que sin duda debe apreciar un hombre que ha sido perseguido.

Esto era verdad y Don Carlos lo sabía, pero era demasiado astuto para reconocerlo y traicionarse a sí mismo. Solo Dios sabía que ya estaba bastante mal con el gobernador, y no había necesidad de ofenderlo más por ser cortés con este hombre cuyo cadáver había ofrecido una recompensa.

—¿Qué es lo que quiere usted aquí?—preguntó.

—Deseo vehementemente una poca de su hospitalidad, señor. En otras palabras, quisiera comer y beber. Soy un caballero; por lo tanto, es una petición justa.

—Por muy buena sangre que haya corrido por sus venas, esta se ha manchado con sus acciones—dijo Don Carlos—. Un ladrón no tiene derecho a pedir hospitalidad en esta hacienda.

—Me imagino que tiene usted miedo de atenderme, en vista de que el gobernador puede enterarse—contestó el Zorro—. Puede usted decirle que lo obligué a ello. Y es cierto.

Saco de su capa una mano en la cual tenía una pistola. Doña Catalina gritó y se desmayó, y Lolita se arremolinó en su silla.

—¡Más que bribón, asustando a las mujeres!—exclamó furioso Don Carlos—. Puesto que rehusarse significa la muerte, puede usted comer y beber. Pero le pido que sea lo suficientemente caballero para permitir que me lleve a mi esposa a otro cuarto y que llame a una sirvienta para que la atienda.

—Desde luego—dijo el Zorro—. Pero la señorita se queda aquí como rehén para que se porte usted bien y regrese.

Don Carlos miró al hombre, y luego a Lolita, y vio que esta no estaba asustada. Levantó a su esposa en brazos y la llevó a otro cuarto, gritando a los criados para que vinieran a ayudarlo.

El Zorro se dirigió al otro lado de la mesa, se inclinó nuevamente ante Lolita y se sentó en una silla junto a ella.

—Indudablemente que esto es una temeridad, pero tenia yo que verla otra vez—le dijo.

—¡Señor!

—Al verla a usted esta tarde, se inició una batalla en mi corazón, señorita. El roce de su mano me infundió nueva vida.

Lolita se volvió, con la cara encendida, y el Zorro acercó su silla a la de ella, tratando de tomarla de la mano, pero ella se rehusó.

—El anhelo de oír la música de su voz, señorita, me traerá aquí muy a menudo—dijo el Zorro.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Aug 14, 2020 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

La Marca del Zorro. Where stories live. Discover now