1 parte

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Se podía ver desde muy cerca el árbol que se apoderaba del paisaje. Ubicado en medio del patio trasero de mi vecina más próxima, su sombra envolvía todo el sector. Siempre me han gustado los árboles y el hecho de que mi ventana diera hacia uno de ellos, era simplemente una maravilla. ¡Ah! ese árbol, un gran y frondoso gomero con hojas tan gruesas y fuertes, como una hazada. Con el pasar los años lo ví crecer y enderezarse. ¿Habrá sido eso que alimentaba mi amor?

El sonido de la puerta me estremeció, para avisarme que mi tía había llegado. Al instante, fui al pasillo para bajar las escaleras y dirigirme hacia la sala. Justo al borde de la pared, alcancé a ver el cabello castaño oscuro con algunos brillos rojizos de doña Aida Gutierrez que se asomaron.

—Tía, no tenia idea que llegarías tan temprano hoy —Dije esperando con atención su respuesta.

—____ no sabes cuanto esperé a que ese bus llegara para poder venir- dijo ignorando mi interés y dejando bolsas de algunas verduras para la cena con aires de molestia, la cual se desvaneció rápidamente al enfocar su mirada en mi.

—No seas exagerada, no está tan lejos.

—Los buses que ahora debo tomar demoran casi el doble.

—No lo creo, pero si la lavandería no queda a más de unos escazos kilómetros.

—____, ¿No te había dicho que ahora estoy trabajando en otro lugar?  —Me recordó con obviedad. Había olvidado que Aida había comenzado a trabajar hace unas semanas como asistente de un hogar particular. Y se le veía más feliz y viváz. Algo que me contentaba profundamente.

—Lo siento, mi cabeza me empieza a fallar, creo que es la edad  —Actué imitando como lo diría alguien muy mayor.

—¡Va! no digas boberías, tienes apenas unos pocos años

Reí por lo bajo mientras ayudaba de alfuna forma sacar los vegetales de la oscura bolsa de papel.
Observé que había traído brócoli, leche, un par de cebollas, y ya me estaba imaginando lo que podríamos cenar. ¿Podría ser este un día mejor? No era una receta dificil de hacer, pero me encantaba.
Con  Aida nos habíamos quedado así desde que mi madre había tristemente fallecido. Pero siempre la recordaba gracias a Aida, en su risa y más aún cuando cocinaba. Quien desde entonces se esforzaba en gran manera para asegurar mi bienestar. Ahora que conseguía un nuevo trabajo, me preocupaba que este quedara el doble de distancia que el anterior. Mucho más lejos que de costumbre, pues la ciudad era considerablemente grande.
Un poco protectora, pero era mucho más que simplemente mi tía. El resto de nuestra familia estaba distribuida en distintas partes de la ciudad.  Nos visitabamos unas cuantas veces en el mes y preparabamos comida por montones. Pero en definitiva, eramos solo dos.

—Por favor dime que haremos lo que tanto me gusta  —le supliqué.

—Como se nota que no te gusta la cocina—me dijo sarcásticamente.

—No lo creo —Dije cómicamente.

—Si, como no. Ahora tráeme el sartén rojo
—Ordenó como buena matriarca latina, señalando el sartén que colgaba desde un gancho situado en la pared. Reflejaba con dificultad la luz, evidenciando que se trataba del que nos había acompañado tantos años.

Ya era hora de renovar algunas cosas.

—Ten  —Le entregué el sartén con ligereza.

Entre ollas yendo y viniendo, hablamos del ajetreo del día. La plática nunca faltaba pero esta vez, Aida no había entrado en detalles sobre su nuevo trabajo en el centro de la ciudad y no me gustaba que fuera así, pues significaba que quería omitir o esconder cierta información que me interesaba como no tenía idea.

—¿Y qué harás mañana? En el trabajo, por supuesto —Pregunté curiosa y en seguida, volví a hablar.
—¿Hay algo nuevo?

—Nada nuevo, es un lugar bastante discreto. Es bien particular   —Me informó de forma desinteresada.

—¿Y?   —Pregunté alargando la palabra pues ya no podía retener mis ansias por saber.

—Y es grande.

Le dí una mirada demostrando lo insatisfecha que su repuesta me había dejado.

—¿Qué más quieres que te diga? 

—¿Por qué tan poca información?  —Le reproché

—Porque como ya dije, no hay mucho que decir. Casi lo mismo de siempre, no puedo hablar tanto del dueño y etc.  Es verdad que hay mucho trabajo, pero entre Ester y yo, lo hacemos en un santiamén.

—Entonces de verdad es grande, digo, para necesitar de dos personas que se ocupen del departamento  —Aida ya había trabajado antes así, de modo que se evidenciaba su ya experiencia en el rubro. Sin embargo, anteriormente habían sido trabajos ligeros y esporádicos. Para nada estable. Pero así como se estaban manifestando las cosas esta vez, parecía tratarse de algo permanente.

—Debe ser una familia numerosa.

—De hecho no.

—¿Entonces cuántos son?

Me sorprendió saber que algo tan grande fuera para tan poca gente, pero qué sabía yo. Es asunto de ricos.

—Es uno.

Como me mata tu mirada - Luis MiguelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora