Capítulo 9.

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Inuyasha finalmente despertó cuando la luz del sol le dió directamente al rostro. Al sentarse y estirar sus brazos, solo sintió su cabeza doler intensamente. Sus ojos estaban hinchados, los acarició con el pulgar y el índice. 

―Como siempre quedando como un mocoso débil. ―Se dijo. ―Llorar no resuelve nada, solo te hace ver más patético.

Luego de reprocharse, Inuyasha se levantó de la cama solo para darse cuenta de que estaba solo. Al despertar siempre estaba Rin hablando sobre lo que querría hacer en el día y Kagome trayéndole de comer, escucharía los murmullos de los guardias tras la puerta y así iniciaría el día. Pero supuso a que las cosas estaban tensas por la escena del día anterior. Lo bueno de todo era que ya no sentía esa dolorosa carga que tenía en el corazón. Inuyasha se sintió liberado, la soledad dada serviría para arreglar su aspecto tan deprimente. Nuevamente debía traer su espíritu luchador para no dejarse vencer nuevamente.

Inuyasha se encerró en el baño que habían adaptado para que se pareciera a uno de su mundo, aunque se veía antiguo. Entró a la gran tina agradeciendo que no estaba llena de hielo derretido como la primera vez. Mientras se relajaba en el agua, Inuyasha escuchó ruido en la habitación. La puerta se había abierto y había escuchado pasos, pero no se levantó a ver convencido de se trataba de alguien de la limpieza o de sus «damas de compañía». Aunque los pasos se oían pesados, pero lo ignoró solo porque quería relajarse y olvidar lo pasado. Cuando Inuyasha salió del baño, todo estaba como lo había dejado así que descartó al personal de limpieza. Tampoco había comida así que no podría ser Kagome, Rin lo hubiera llamado si ella fuera la que había entrado. Le pareció sospechoso, pero no pensó en nadie más.

Cuando Inuyasha iba a vestirse, vio un pequeño frasco que destacaba en su cama y que claramente no había estado ahí cuando despertó. Iba a ignorarlo por su aún fuerte dolor de cabeza pero algo se lo impidió. Inuyasha tomó el frasco entre sus manos y lo destapó, era una extraña crema blanca. Intrigado, la acercó a su nariz y se dio cuenta de que tenía un aroma herbal agradable. 

―¿De quién será? Huele bien. ―Inspiró profundo. Inuyasha dejó de oler la crema y al hacerlo, notó que su dolor de cabeza había disminuido casi al instante. ―¿Será que...?.

Con algo de desconfianza, Inuyasha tomó un poco de esa rara crema y se la untó en las sienes. Esperó y su dolor de cabeza desapareció, antes le hubiera sorprendido pero ese mundo era raro. Lo único que supo era que posiblemente alguien la había dejado ahí deliberadamente para que la tomara. Antes de cualquier otro movimiento, Inuyasha vio sus muñecas moradas, le dolía hasta moverlas. Se untó la crema y tras un suave masaje, poco a poco iban recobrando su color y movilidad. Al haber absorbido el producto, el dolor había desaparecido. Eso si lo sorprendió, antes de guardar esa milagrosa crema para entregarla después, la puerta se abrió dejando ver a Rin con una bandeja de comida y a Kagome con su usual sonrisa aunque la notaba forzada. Las expresiones de las mujeres se notaban tensas, la verdad era que solo Kagome se veía así.

―¡Rin trajo la comida!. ―Exclamó la pequeña dejando todo en una mesa cercana. ―¡Nuestra reina puede comerla ahora!.

―¡Rin!. ―Reclamó Kagome. ―¿Que fue lo que te dije esta mañana?.

―Que Rin no debía hacer enojar a Inuyasha.

Inuyasha pudo jurar que casi vio un par de orejitas de cachorro regañado en la cabeza de Rin ante el regaño. Al ver como se esforzaban por él, decidió no quejarse. Además de que seguía apenado por el estado en el que seguro lo habían visto. Antes de que Inuyasha contestara la irrupción, Kagome se le acercó y le quitó ese frasco de las manos. Iba a hablar pero la vio con el semblante triste y mirándolo con nostalgia, seguramente lloraría si pudiera.

La Madre de los Príncipes de la Calamidad.Where stories live. Discover now