97

200 23 8
                                    

Padre,

Cuando la toqué, sentí como el temblor recorría todo su cuerpo.

Pero no supe identificar si Marissa lo hizo por dolor o por vergüenza.

Supongo que habrá sido un poco de los dos.

Mis dedos acariciaron cada moratón y herida a medio curar. Su piel estaba caliente Padre, e hice lo imposible de no lastimarla demasiado.

—Sí te duele algo, por favor, házmelo saber. — Hablé, y Marissa respondió asintiendo con la cabeza. Entonces yo, con la mano derecha sostuve el bote de la pomada, mientras que con la izquierda lo esparcí por toda su espalda.

Marissa se quejó un poco, pero no dijo palabra. Así que yo seguí. Y ahora que lo pienso Padre, si aquel mismo momento hubiera ocurrido en otras circunstancias yo...Muy probablemente no la hubiera tocado siquiera.

Pero no hubo otras circunstancias más que aquella.

Marissa volvió a temblar otra vez Padre, y yo, sin saber una forma mejor de consolarla, la cogí de la mano derecha luego de dejar el recipiente de la pomada a un lado. Eso la sorprendió, pero yo no la solté, ni ella me rechazó.

Debido a eso, mi mano izquierda siguió entrelazada con la suya, mientras que con la derecha yo terminaba de aplicar la crema en todos los moratones que había en su piel.

En algún momento, no me acuerdo cuál, todo aquello me pareció demasiado personal.

Íntimo.

Imborrable en mi memoria.

—¿Padre John? — Ella empezó luego de estar callada por tanto rato.

—Dime. — Terminé con la pomada, aunque no me atreviese a alejarme la mano de la de ella.

—Cuéntame algo que no atrevas a decir a nadie. — Susurró. — No me importa que sea una mentira.

—Yo jamás te mentiría. — Rápidamente acrecenté, pero ella no dijo nada a cambio.

—Yo solo...necesito distraerme. Por favor, haz que mi cabeza esté en otra parte que no aquí. — Era más que notable que Marissa se sentía avergonzada.

Pero no debería de estarlo. No de aquella forma.

—Algo que no me atreva a decir a nadie...— Repetí sus palabras en mi boca y me dejaron un sabor agridulce. — Algo...

Que cuando te vi por primera vez tus ojos se grabaron en mis retinas.

Que nunca pensé que llegaría el día en que me gustarían mis pecas, hasta que me hiciste ver lo hermosas que eran. No has sido la primera en

hacerme verlo, y sin embargo eres la que cuenta ahora.

Que mi nombre en tu boca también suena hermoso y no me importaría escucharlo por el resto de mi vida. Que el olor a lavanda ahora es mi obsesión.

Que verte avergonzada me afecta de maneras insospechadas.

Que aún después de dos años enteros, sigues siendo mi favorita.

Que cada vez me cuesta acercarme más a ti sin querer besarte de paso.

Que quiero que me leas aquel libro de poesías que trajiste contigo.

Que me digas a donde duele porque esta vez sí tengo curitas para sanarte.

Que me hagas renunciar a la fe que tanto amo,

porque por dentro estoy cambiando de una forma que asusta.

Que la biblia ya no me consuela por las noches. Que el frío en mis huesos a veces se hace insoportable.

Que algún día llevaré a los críos del orfanato a Disney Land, y adoptaré a cada uno de ellos.

Que tengo miedo que después de este mes no vuelva a verte. Y de esa vez enserio.

Que conocerte ha sido lo más extraño que me ha ocurrido y también lo más agradable.

Que soy demasiado viejo para seguir mirándote de la forma que hago.

Que tú empiezas a notarlo.

Que probablemente yo jamás te lo diga. Que te quiero.

—No me gustan las arañas. — Dije a final.

—¿De verdad? — Marissa pareció dudar, su mano aflojando un poco en la mía.

—De verdad. — Asentí antes de levantarme de la cama. — ¿Te ayudo a... darte la vuelta?

—No, gracias.

—Que descanses entonces hija mía.

—Tu también padre.

Perdóname Padre porque he pecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora