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Padre,

Oí el monótono ruido de la silla de ruedas seguirme hasta la cocina, Marissa estando callada.

Ella no me dejaría solo ¿Verdad?

A veces ella me recordaba a un perro. Siempre constante y hambriento de compañía.

Y aun así, un perro no rechazaba a su dueño.

— ¿Café? — Apunté a la cafetera.

— Sí, por favor. — Marissa asintió deteniendo la silla delante de la mesa de granito. Yo la seguí. Quizá en parte porque no me sentía incómodo con ella después de todo. Los años me habían enseñado infinidad de cosas. Una de ellas era aguantar.

Hay confesiones que pesan mucho más que un rechazo.

Y yo escuché demasiadas con el pasar de los años.

Confesiones abominables que me hacían llorar. Solo no comprendí si de rabia o impotencia.

Puede que de las dos.

— Demasiado azúcar. — Marissa indagó después de tomarse un pequeño sorbo.

La miré a los ojos sorprendido.

Maldita sea. Ni siquiera la pregunté la cantidad.

—Te haré otro, perdóname...— Intenté alcanzar la taza pero Marissa rápidamente la quitó de mi alcance.

—No. Déjalo — respondió. — Si me das el tiempo necesario, podré adaptarme al nuevo sabor. — Entrecerró los ojos un momento. — Así que te gusta el café dulce...Que infantil — sonrió antes de volver a abrirlos.

¿En qué momento hemos vuelto al pasado Padre?

Porque aquello no me parecía el presente en absoluto.

Casi llegué a creer que estábamos en la iglesia otra vez, con ella trayéndome otro bizcocho de zanahoria hecho por su madre.

Pero no era el pasado.

Y yo la besé.

Y ella también me besó.

"Si me das el tiempo necesario, podré adaptarme al nuevo sabor." Resonó en mi cabeza.

¿Era aquella una señal Padre? ¿O yo qué estaba siendo demasiado sensible al tema?

Si la doy algo de tiempo entonces...

No es que me quede mucho de todas formas.

—Siempre me han gustado las cosas dulces. — Comenté al final mientras sorbía mi propio café.

Era extraño Padre. Creo que los dos éramos raros de por sí ella y yo. Ayer habían pasado cosas fuera de lugar, y hoy compartíamos la mesa como si nada hubiera cambiado.

Yo, seguía siendo un viejo sacerdote.

Y ella, la mujer más dulce que tuve el placer de conocer en mi vida.

Hasta el café me parecía amargo en comparación a ella.

—Lo triste es que hemos dejado de mirar hacia atrás para, simplemente, mirar hacia otro lado. Lo malo es que seguimos asustados de poder perder lo que no tenemos. Lo terrible es querer querer, y sentirte despiadado al hacerlo. — Marissa recitó, luego de dar un último sorbo al café con el rostro sereno. — Un poema de Escandar Algeet — explicó antes de dar media vuelta en la silla de ruedas. — Tengo muchos de ellos en mi libro de poesía. Quizá otro día te recite uno diferente. — Se encaminó al comedor dejándome en shock.

"Eres cruel Marissa...muy cruel." Musité bien bajito, pero nada pasaba inadvertido en tu presencia Padre.

Marissa quizá no lo hubiese hecho a propósito, pero aquél poema, era una declaración.

¿Debería hacerla entender?

No.

Sería un secreto.

Perdóname Padre porque he pecadoWhere stories live. Discover now