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Si están leyendo esto sepan que lo tengo desde hace MESES guardado porque Funa no hacía público el nombre de los ángeles y no quería tratarlos con pseudónimos para estos one-shots.

Para la Azu del futuro: Escribiste esto el 24/10/21. Espero estés muy contenta con que Funa AL FIN haya sacado el nombre de todos del ci-en porque los llevas sabiendo desde el 15/03/20. Be happy girl.

***

  Los pasos iban con lentitud, el sonido de los tacones resonando con el suelo de mármol y levantando alguna que otra mirada cuando pasaba al lado de algún ángel que estuviera allí. Aes llamaba la atención por donde quiera que pasaba, después de todo el ver a alguien de apariencia tan joven merodear por los pasillos del castillo podía ser curioso. Era incluso más curioso ver como la pequeña figura iba vestida con las ropas del personal médico.

  Daba para engañar, porque Aes podía presumir a quien fuera con que tenía años que otros no. Él recordaba muchas cosas, él vivió muchas cosas en Kumo no kuni, incluso en primera persona. Recordaba cuando no habían diez subordinados, recordaba cuando simplemente eran él y alguien más y como quienes se fueron sumando pasaban de alumnos a convertirse en nobles guerreros. También podía recordar como en cierto momento de su vida todo dio un giro repentino.

  Si bien tenía el respeto por parte de ángeles mucho más jóvenes que él, por parte de principiantes que no hacían más que admirar a los diez superiores, no tenía ese respeto por parte de sus compañeros con los que debía entrar al campo de batalla. Eso no podía ser así, se suponía que entre todos debía haber un respeto mutuo, se tenían que cubrir la espalda después de todo. ¿Por qué no era así con él?

  Bueno, Aes no estaba del todo solo en el grupo, pero si debía dar una afirmación era que sin duda era el segundo en quien más desconfiaban. No culpaba a nadie de que eso fuese así, estaba muy consciente del porqué. También desconfiaría si él hubiese visto lo que ellos...

  Aes iba al mismo lugar de siempre, a ese lugar familiar para cualquiera que estuviese entre los diez serafines.

  La oficina de Dios era importante para cualquiera de ellos, era ahí donde a veces se reunían todos juntos para oír las órdenes de la deidad, era ahí donde algunos iban a dejar consultas y resolver dudas, era ahí donde algunos iban a recibir reprimiendas por errores que merecían un castigo más que un perdón.

  Aes no iba a mentir que tenía nervios carcomíendolo por cada paso que daba. Porque tenía un defecto enorme. Podía curar, era capaz de ayudar con cualquier herida. Eso era lo que debía hacer, ese era su trabajo. ¿Luchar? Podía dar luchas verbales, tenía una actitud fuerte después de todo. No tenía miedo de decir verdades a la cara de otro porque no había quien pudiera callarlo cuando lo sacaban de quicio. Pero ¿cómo podía dar una lucha física? Fácil, no podía con ellas. Era pequeño, era débil, no podía. Por eso, cuando Fumus le ordenó ir a su primera guerra, a duras penas pudo moverse frente a los enemigos, ni siquiera había podido ir a ayudar a alguno de sus compañeros heridos.

  No estaba acostumbrado y mucho menos preparado a estar ahí. Tenía una especialidad con las armas a larga distancia, los arcos y ballestas se le daban bien, pero estar en una guerra fue un suicidio. No pudo decir que no, no pudo ser reemplazado tampoco, era él o nadie más. Lei le había explicado que lo mandaban junto a ellos porque era el personal médico, que ante cualquier herido de gravedad durante la batalla debía acudir, curar rápido y dejar que el guerrero volviera a la batalla.

Ángeles de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora