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  Youran no se podía comparar al resto de sus compañeros. Era un serafín como todos ellos, tenía un buen manejo de un arma en específica, tenía el talento necesario para ser subordinado. Podía sentir un gran honor en formar parte de ellos, porque sí, era muy complicado que alguien llegara a esos puestos. Era el segundo más joven, podía haber aprovechado el tiempo que invirtió en ser guerrero en algo más, pero estar ahí lo llenaba de importancia. Le gustó ese día, le gustó que lo nombraran el noveno subordinado.

  Esa atención que consiguió fue algo que le encantó, adoró también impresionar con que era parte de los ángeles más importantes de Dios, que otros más jóvenes como los arcoíris lo admiraran al saberlo. Aún no estaba asistiendo a guerras, por eso le estaban exigiendo más esfuerzo, para poder asistir a estas y dar pelea contra los demonios que se atrevieran a invadir el cielo.

  Odiaba a los demonios, como cualquiera en su mundo. Eran repulsivos seres a sus ojos y en su prueba final, que decidió si formaba parte de los subordinados, logró destrozar a varios que podían significar una gran amenaza para un novato, un ángel cualquiera bajo su rango. Mostró su desprecio hacia esos seres ese día, enseñándole a Dios que el espíritu estaba presente al igual que la tirria.

  Pero había perdido gran parte de la inspiración que le ayudaba a estar en su posición. A pesar de todo lo que había logrado con sus habilidades con la naginata, era un trabajo demasiado pesado que a veces lo dejaba sin muchas energías al final del día. Con el pasar del tiempo fue perdiendo el interés en querer continuar con sus entrenamientos a un punto en el que sus entrenadores no hacían el esfuerzo por llamarlo. También los papeleos que le encargaban como trabajo extra lo estaban comenzando a asfixiar.

  Youran solo se había cansado, quería estar tranquilo, descansar, pasar rato con sus amigos, arreglarse, sentirse bonito. El puesto de subordinado lo tenía tomado, no podía tirarlo como si nada luego de varios meses formándose para las posibles batallas que ocurrirían en cualquier momento. Era el noveno, era alguien importante a pesar de recibir entrenamientos especiales para su formación. Si estaba ahí era porque Fumus vio en él lo que en otros no.

  Y aun así, no podía evitar escabullirse para evitar los entrenamientos duros.

  Estaba esperando a que su hora terminara. No entró al castillo para no ir a su entrenamiento diario, tal como lo había estado haciendo durante casi dos meses. Se apartó de la enorme construcción hasta encontrarse un árbol al cual pudiera subirse y sentarse a mirar el horizonte. Después de todo su mundo era bello de ver, en especial al atardecer que era el momento en el que su hora acababa.

  Repitió esto tanto que incluso en esos momentos estaba teniendo la atención del mismo ángel jefe sobre él, no porque quisiera entrenarlo, sino porque quería saber que era lo que había ocurrido para que dejara tan de repente el entrenar de lado.

  Youran había sentido su presencia hacía unos segundos atrás, los pasos sobre el césped bajo suyo lo hicieron agachar su cabeza y mirada, a fin de encontrarse con la figura del ángel jefe parado delante y viéndole fijamente.

—¿Tienes algún problema que quieras contarme?—. Youran rió con levedad moviendo sus pies que colgaban por estar sentado en aquel árbol. ¿Se sentía importante por tener al ángel jefe haciéndole esa pregunta? Quizá, pero admitía que no quería preocupar a nadie. Era la primera vez que iba a por él.

—No, no, no tienes de que preocuparte, Taffy.

—Es que no has estado yendo a tus entrenamientos desde hace un tiempo, tampoco has estado haciendo tu papeleo. En unos días se cumplirán dos meses con esta actitud. Nos tiene extrañados que haya sido algo tan repentino, por eso vine a hablar contigo personalmente.

Ángeles de la muerteWhere stories live. Discover now