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  A todos les convenía tener una actitud de acuerdo a la especie a la que pertenecían. Los demonios debían ser repulsivos y con actitudes completamente desagradables, amantes del caos y de la destrucción, mientras que los ángeles debían permanecer pulcros y amables, pacifistas y empáticos, obedientes pero a la vez con un interés en acabar con la maldad, sin disfrutar el quitarle la vida a otro ser a pesar de sus pecados, tratando de verles algo bueno al enemigo cuando se daba la oportunidad.

  A Inga le hacía reír toda la hipocresía y falsedad que rodeaba a esos individuos que compartían con él el mismo cielo. Incluso había visto estas actitudes y características en quienes estaban en un rango superior; Taffy era uno de ellos. Podían ocultarse lo que quisieran en esos falsos ideales, pero mientras las órdenes fueran dadas, no había forma de evitar lo que odiaban hacer, no había forma tampoco de ignorar ese odio irracional hacia los demonios.

  Sin duda, Inga no tenía problema alguno en mostrarse tal cual era, mucho menos en esos enfrentamientos ocasionales que habían entre los subordinados del Diablo y sus compañeros. Él ahí no tenía limitaciones, el dejar expuesto su lado sádico no era perjudicial para su imagen, después de todo estaba consciente de que no les traía buena espina a algunos ángeles de rangos bajos. Eso no le molestaba.

  Inga amaba torturar a los demonios, verlos sangrar, pinchar con agujas sus pálidas pieles, quebrarlos, desmembrarlos. Ninguno de los superiores le diría nada nunca y algunos hasta lo aprobarían, lo único que podía ganar era caras de disgusto por parte de quienes seguían creyéndose los reyes de lo correcto. Él no pensaba tener piedad o perdonar a quienes arruinaban la tranquilidad de su mundo, arrebatando vidas o llevándolas sin consentimiento lejos por mero gusto. Les pagaría con la misma moneda.

  No era sorpresa que también le gustase ganar las batallas y que odiara perderlas. Adoraba ganarlas para dar sufrimiento a esas criaturas tan asquerosas e inferiores. Lo mejor que podía hacer con sus sucios cuerpos era dañarlos y enseñarles quienes mandaban. Pero no siempre se daba una buena racha, los ángeles podían tener sus derrotas en las cuales los demonios podían aprovechar a hacerles cualquier cosa. Eso sin duda hacía que su sangre hirviera y que su orgullo cayera.

  Y es que con el pasar del tiempo, las derrotas fueron incrementándose causando ya no solo una clara impotencia en él sino también miedo, nervios y desesperación en algunos de sus compañeros. Era tanta la resignación que parecían no querer poner todo de sí en lo más mínimo en su deber de luchar y ganar. No era de decir que era un prodigio en las batallas pero notar que varios ya lucían hartos de ello le hacía fruncir el entrecejo. ¿Cómo era que hasta el ángel jefe se había rendido?

  Conocía a cada uno, podía decir que dos de ellos —Aes y Youran— eran fácilmente descartables y que no aportaban demasiado, pero del resto le llegaba a sorprender lo bajo que estaban yendo sus rendimientos. Guerreros excelentes pasando a volverse débiles de repente.

  Inga pegó un suspiro muy fuerte una vez pudo ponerse de pie. Había caído ante unos cuantos juegos sucios, como los golpes bajos, de espalda y el uso de veneno; su garganta le ardía todavía por haber aspirado de este en un descuido, sus cortes y apuñalamientos iban sanando de a poco, pero el dolor persistía.

  Siempre buscaba regenerarse lo antes posible con intención de continuar luchando incluso cuando sus compañeros no daban para seguir. En esta ocasión no llegó a tiempo, el veneno lo había afectado demasiado causando que su regeneración tardara. Se había hasta preocupado por ello, era la primera vez que utilizaban un veneno así. Era normal que sus interiores quedaran ardiendo o que tuvieran una sensación muy dolorosa, mas nunca habían llegado al punto de atrasarles la regeneración y eso que él anteriormente había sido víctima de otros tipos. Apostaba lo que fuera a que también lo utilizaron contra alguien más.

Ángeles de la muerteWhere stories live. Discover now