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  La situación era muy crítica, tanto así que las reuniones entre sus compañeros se estaban volviendo más seguidas. A veces pensaba que quizá debía ausentarse cuando se convocaban, pero no podía hacer eso, era su deber informarse sin importar qué tan estresado se sintiera ante cada noticia mala, ante cada información que podía no gustarle respecto a lo que sus compañeros hacían.

  Porque él se sentía incómodo, no le gustaba saber cómo cada uno de ellos daban información sobre sus misiones, sobre el estado en el que terminaban, sobre lo que investigaban. Entendía el porqué lo hacían, él sabía que era necesario, era un mal tan necesario que negarlo era darle ventaja al enemigo y no podía permitir eso, los demás no podían permitirlo.

  No estaba metido en esas cosas, eran grotescas, hacían que la bilis subiera hasta su garganta, le daban escalofríos y ganas de llorar. Era frustrante, porque no había nada que pudiera hacer al respecto. En las reuniones no aportaba a menos que fuera estrictamente necesario, pero por lo general dejaba que quienes tenían la situación en sus manos dieran la mayor cantidad de palabras posible.

  Si bien no apoyaba las acciones de sus compañeros, no podía juzgarlos. Por supuesto que de poder evitar llegar al extremo lo haría, que de poder ser un intermediario haría lo posible para que la situación entre el cielo y el inframundo no fuera la pesadilla que era desde milenios atrás.

  Ah, era un pensamiento agradable, casi de confort, pero no pasaba de eso, un sueño en alguien que era lo suficientemente listo para comprender que no existía el gris en la guerra que su mundo estaba padeciendo. No había cordura, no había moral, él conocía al enemigo y sabía que jamás habría un olvido ni un perdón; el perdonar no estaba en venta para ellos y, de haber un perdón, éste no era una forma de olvidar.

  A veces se preguntaba cómo había comenzado todo, si luego de tantos años había un motivo real para que el cielo y el inframundo lucharan tanto. Tanto enojo, tanta tristeza, tanta sangre derramada por una razón que...¿Alguien siquiera sabía? Él no la sabía o no la recordaba, no estaba seguro de ello. No sabía si alguna vez conoció el motivo y lo olvidó con el inevitable pasar del tiempo o si jamás hubo un motivo y nadie se lo había dado a pesar de los años que llevaba existiendo.

  Era tan extraño, era entrar en un bucle de preguntas que nadie sería capaz de responderle. Si alguna vez hubo un motivo, seguramente no importaba porque tenían motivos actuales muy válidos para estar en la situación en la que se encontraban, donde debían responder con igual o mayor violencia. Habían veces donde prefería no pensar en profundidad las cosas porque le daba la sensación de que buscaba justificar al enemigo y no era así.

  Fiore no justificaba nada, Fiore conocía los horrores que los demonios habían causado. La gente que perdieron por su culpa, los destrozos en su hermoso cielo, los daños irreparables a sus compañeros. Fiore ponía su mano en el corazón cuando deseaba que el conflicto acabara, que no hubiera más maldad en aquellos seres o quedaran los únicos que no había causado nunca ningún daño. No quería más ataques, en ninguno de los dos bandos pero especialmente en su cielo.

  Rompía su corazón oír las historias de sus compañeros, verlos heridos luego de volver de misiones. Él siempre iba a verlos con la intención de saber cómo les había ido, si necesitaban ayuda, contención, lo que fuera. Si él no apoyaba en conflicto, entonces lo haría por un lado donde no fuera necesario usar la violencia.

  Siempre estaba ahí, para todos ellos, porque se preocupaba por el bienestar de cada uno. Sin importar sus historiales ni que tan distintos fueran sus pensamientos al respecto, eran su gente, eran sus amigos. Quería aportar al menos un mínimo a su manera. Y Fiore sabía que sus compañeros se lo agradecían, apreciaban esa mano que les tendía cada que podía sin importar que fuera algo insignificante.

Ángeles de la muerteWhere stories live. Discover now