4. Timeskip

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La adultez es... más complicada de lo que esperaba. Muchas más responsabilidades de cuando era un simple estudiante de colegio: esa parte, no obstante, ha sido siempre la obvia, pero no imaginaba con exactitud de qué sería responsable: de todo, cada pequeña cosa en su vida; tener que ordenarla y desordenarla según la situación y el tiempo, según la cabeza, el ánimo y las posibilidades, el clima y las demás personas. Responsable de tener que decidir una cosa u otra, ir o venir, dejarse llevar o estancarse en la corriente. 

Más o menos, y quizás todavía es muy joven. Qué sabrá él.
E igual, piensa, quién al crecer no subestima el hecho transitar hacia la adultez, de seguir estudiando, de trabajar (ya sea en simultáneo o de forma independiente porque no se puede ambos a la vez o simplemente no se quiere), de haber elegido mal y volver a empezar. De tener que pagar tantas cosas, de pedir y devolver, juntar y gastar. De tener que aprender mientras se erra: en cualquier cosa, hasta en la más mínima decisión. Después de todo de eso se trata vivir, de elegir y elegir y elegir. De encontrar descansos en inesperados momentos, y disfrutar. Siempre, por dios, recordar de disfrutar.

Kei tiene, diría la suerte, de trabajar de lo que le gusta. De hacer lo que le gusta. No solo refiriéndose al voleibol, deporte que ha llenado su vida desde la infancia, sino también su trabajo en el museo (que para eso, en su momento, estudió). Por otro lado, tampoco está solo. Vivir con Tadashi es exactamente lo que esperaba. Una semana les tomó acostumbrarse a la mudanza, a la segunda se sentía como ya haber estado allí toda la vida. O era, en realidad, la compañía. 

El hogar mutuo.

El punto es que de repente Kei tiene demasiado tiempo ocupado, que si el trabajo, que si el deporte, que el tiempo libre —el tiempo con Tadashi— comienza a escasear. Lo que al principio asusta, no va a mentir, pues en un arrebato la costumbre se desarma y los hilos esparcidos por todos lados. Es diferente a cuando eran amigos, por obvias razones, empero también hay algo de similitud; si bien en lo cotidiano había una incertidumbre de vaya a saber cuándo volverían a verse (para entonces las horas absorbidas por la universidad), se encontraban en almuerzos o cenas. Y mensajes, muchos mensajes.

En efecto, se siente como un pequeño distanciamiento, sin embargo, de a poco, eso también lo resuelven. Y vuelven a congeniar, como tantas otras veces.

Pues, sí, quizás son vidas muy opuestas; Tadashi dedicándose a una compañía de electrónicos mientras él tiene que estar viajando de acá para allá, entrenando mucho más (sobre todo ocupado en las temporadas deportivas), además del museo. Pero se arreglan. Se han arreglado media vida, cómo no van a continuar en el resto que les queda.

Porque el problema encuentra solución sin buscarlo, la casualidad de darse cuenta que los fines de semana son un mundo opuesto y allí la calma los encuentra  sin interrupciones: responsabilidades borradas, difuminadas empezando por tomar horas extras de sueño y la quietud de los cuerpos relajados, encima o debajo de las sábanas.
Durante más o menos media mañana, Tadashi suele sentarse en la sala y dibujar hasta mucho después del almuerzo. Es el pasatiempo que sigue encontrando reconfortante, y quién es él para cuestionarlo. Kei siempre lo acompaña, no solo por el hecho de también vivir allí, de compartir las mismas paredes, sino que realmente allí: haciendo lo suyo, quizás leyendo o navegando en el celular. Prepara incluso el desayuno porque sabe que si no lo hace el otro hombre no tomará ni un vaso de agua.

Los fines de semana también son el momento donde los recuerdos de la infancia se despiertan y no en sus sueños. Por aquel entonces podía estar horas mirándolo hacer, mirando sus dibujos, a veces atreviéndose a copiar alguna imagen cualquiera pero mientras fueron creciendo cada vez fue menos frecuente, mucho menos tomar un lápiz a no ser que fuese para estudiar. Y seguir mirándolo. Pero a pesar del tiempo hay cosas que no cambian. Así que aquí están de vuelta, a veces acrílicos y papel, otras veces la tableta y los cables.
Y el día continúa, sábado o domingo, frío o cálido, adultez o no, es una de las tantas cosas en las que se apoyan, alientan mutuamente.

En el caso de Tadashi, literalmente. Pues ocurre en diferentes ocasiones, hasta un momento en particular: el partido es importante y está "bastante peleado".

Se escuchan las voces de Shoyo, Tobio, Hitoka y Tadashi. El último que parece transformarse cuando se trata de animarle, amenazando hasta el árbitro, el exagerado. Suceden después las palmadas de sus compañeros en su espalda porque ya lo reconocen (que la pareja de Kei es increíble, que dónde cabe tanta exaltación en alguien que luce tan amigable y tranquilo, tonterías sin sentido, y etcéteras) Kei no puede evitar reírse un par de veces (qué otra cosa puede hacer), porque no lo puede creer, ya ha hablado con Tadashi sobre sus gritos durante los partidos, pero el chico es así, impulsivo, y vaya a saber cuándo perdió toda esa timidez (la mala, que no le permitía sobresalir), hasta volverse el hombre que es hoy. Todavía agradable, empero el carácter mucho más formado. Kei, orgulloso. De todas formas, hace años ya que le dejó en claro cuán genial lo considera.

El partido continuó a buen camino. Asimismo los días. Puesto que la sensación de resolver ese pequeño problema, también de casualidad, se volcó al resto de la semana (de las semanas), a las mañanas y las noches juntos, a tomar lo que hay: que es muchísimo, porque no hay manera de haberse equivocado en elegirlo.

No tiene dudas.

Días de invierno - Tsukkiyama week 2020Where stories live. Discover now