5. Unrequited

769 87 10
                                    

El problema empieza, por supuesto, cuando se da cuenta de sus sentimientos.

El problema de percibir que hay algo dentro suyo, como flores atoradas en los pulmones, una travesía hasta la garganta y quizás las espinas estancadas, que no deja pasar el aire. Y es un tormento cada inhalación. Más o menos. Porque también sabe ignorarlo –con el tiempo, con la dolorosa práctica– de modo que a veces logra anticiparlo: los latidos que se aceleran, apurados por algo, y sus ojos buscan el peligro inminente, un qué diablos está sucediendo, hasta que realiza que nada ha cambiado en el ambiente. Sino en él. Ya que Yamaguchi sigue charlando, esto y aquello, contándole pequeñas anécdotas pues, aunque comparten el espacio deportivo suelen estar en diferentes extremos, enfocados en distintas cosas. Después de todo, el cargo de capitán le trae, según Yamaguchi, muchísima responsabilidad. No que él lo niegue, pero prefiere no opinar sobre un cargo que no le corresponde y que tampoco ha experimentado.
Otra cosa que nota, pese a que ya la sabía, pero es de esas singularidades donde se mira distinto, donde se es consciente de los actos ajenos y los propios, de estar pensando cada pequeña cosa, cada pequeña reacción: ahora hará esto o aquello, y al estar en lo correcto surge la realización, un oh, y porqué sé tanto sobre él cuando normalmente no importaría. Sí, conoce a Yamaguchi desde hace años, dichoso aclararlo, pero es distinto a cualquier otra persona; se percibe prestándole atención a él y sólo él hasta en diminutos detalles. La excusa de verle a la cara, de sentir el calor que emana cuando están cerca.

En asunto, en fin, es que se acostumbra a la molestia; a que le ataque de repente, cual empujón inesperado que obliga a mantener la compostura. Tiene que. De igual forma, no es como si estuvieran todo el tiempo juntos, al menos a solas. Puesto que las horas escolares son precisamente horas escolares y hay tareas, compañeros y profesores. En el voleibol, lo mismo: compañeros, diversión y responsabilidades. La atención en el balón, en el equipo, en mejorar.

Sin embargo, la vuelta a casa juntos. Esa que ha sido la misma desde que tiene memoria. Tadashi y él, a veces la tarde oscura, a veces la noche. No hay manera, de todos modos, que recuerde la primera vez que volvieron juntos, sino que se ha dado, por supuesto, a lo largo del tiempo. Pero si tiene la certeza de algo es de ser siempre ellos dos, la luna que se anticipa, luego se cuela y las conversaciones tranquilas (de energía drenada), o ruidosas (de emoción no gastada).

Aquí y ahora lo que se siente como un largo camino porque está de nuevo intranquilo, maldita sea, la comodidad e incomodidad de estar juntos. De amor no correspondido, un fuego que viene y va. Despierta y duerme, duerme y despierta. Se expande, quema las flores, se apaga, y las raíces resurgen. Como dormir con el corazón en la mano y pensar una y otra vez los mismos miedos e inseguridades de que todo se arruine, de que nunca se pueda deshacer de los estúpidos sentimientos y al despertar hallar cenizas entre los dedos.
No le resiente a Yamaguchi, porqué lo haría, si es culpa suya por dejarse arrastrar, pisando y pisando hojas de otoño hasta caer: poco a poco hubo descubriendo cualidades, gestos y sonrisas, y en vez de detenerlo a tiempo, su curiosidad le tendió la trampa. Ahora embarrado e imposible de hallar la salida correcta.

Entonces están regresando luego de una agradable práctica. Y sucede, cómo no iba a suceder si está constantemente en su cabeza, que el apuro desemboca y los sentimientos se desbordan. La cercanía, la sonrisa, la luz de la luna. En efecto, ahí van, caminando en tranquilidad (pero ardiendo por dentro), mochilas en la espalda y palabras en el aire. Hablando sobre un campamento de entrenamiento de verano que habrá pronto, el encuentro con rostros nuevos y conocidos.

Y algo más ha de decir, entre los desordenados nervios, una broma de las sarcásticas en las que Yamaguchi le sigue la corriente, suelta una carcajada y un empujón de confianza que más que regañarlo se está intentando contener, tapándose la sonrisa con la mano. Kei piensa, vaya a saber por qué, que algo debe estar haciendo bien porque Yamaguchi es genuino, siempre tan genuino con él, Kei, a pesar tener un carácter ligeramente ácido con el resto. Y se da cuenta también, allí mismo, que es tan obvio. Quién no lo nota.

— ¿Tsukki? — llama Yamaguchi porque la razón le deja estático, empero, enseguida un desastre. Porque Yamaguchi está tan aquí, todavía conteniendo una sonrisa, que si se inclinara apenas un poco podrían encontrarse en un beso. De labios abiertos dado que no puede contener el aliento, difícil cada exhalación e inhalación, que sucumbe en negativa. Un beso ahora sería tan mala idea.

Por lo que, cual instinto, le toca la cara, el idiota, una mano extendida por toda la mejilla, suave y quieta. Después un leve momento de dedos que pasan detrás de la oreja, quizás acomodan algo de cabello, se apartan y de pronto queman.

Un vago, vago carraspeo.

— Lo siento — alcanza a decir, en lo que se apura a retomar la caminata. El corazón a mil, puñalada tras puñalada.

— Tsukki — vuelve a llamar Yamaguchi, su voz firme, esta vez sosteniéndole del brazo para que deje de correr sin moverse, de escapar y evitarle la mirada... — Está bien — declara, con suavidad.

Kei asiente. Todo está bien, sus ojos no mienten.

Cuando reamente vuelven a andar, Yamaguchi no le suelta el brazo, en cambio se desliza hacia la muñeca, los dedos enrollados allí, y en un contacto tenue se mantienen juntos hasta donde se divide el camino.

La calma es increíble. El momento ha sido insólito, barreras traspasadas, que desbloquean mucho más a por venir: como anhelando algo, la repetición del suceso, pero no exactamente lo mismo, pues el sentimiento, la sensación de un instante es inigualable y la única manera de repetirse es recordando: rememorando en la cabeza las imágenes de un momento remoto, quizá no tan lejano, pero ya perdido en el tiempo: en los minutos, horas, días o años del pasado. Entonces espera otro hecho significativo, uno distinto mas similar, que le complete los recuerdos, una colección, una galería en la memoria que al cerrar los ojos se puede visitar, pasear y sonreír.

Ah.
Ya se dará.
Mientras tanto, las espinas aferradas con la anticipación de otro amanecer. 



Días de invierno - Tsukkiyama week 2020Where stories live. Discover now