Pesadilla

3.3K 329 4
                                    

Los días han pasado tan rápido que apenas me di cuenta de que se habían transformado en semanas.

Era 31 de diciembre, último día del año. Estoy emocionada por el año nuevo.

Los chicos y yo, continuamos con nuestras vidas como si nada hubiera pasado. Como si aquello que les dije jamás hubiera tenido lugar, no los culpo, supongo que aún están heridos por mis palabras.

Estaba en un supermercado buscando un buen vino con el cual brindar esta noche. Llegué a la sección de vinos y me sentí muy confundida, no tengo idea de qué es un buen vino. ¿Debería llevar champagne? ¿Qué es mejor para brindar? ¿Habrá algún inconveniente si llevo sidra?

Tomaba cada botella que alcanzaban mis manos, y leía las etiquetas de las mismas, cada botella me confundía aún más.

—Esto es muy complicado.

— ¿Podría ayudarle en algo, señorita?— sonó una voz masculina a mi lado. Un hombre un poco más alto que yo con una voz profunda y grave, bastante varonil. A primera vista era un hombre atractivo.

— ¿Sabes algo de vinos? Busco uno para brindar en la reunión de esta noche pero es difícil decidirme por uno.

—Bueno, no soy un experto, pero el de la etiqueta morada emborracha más rápido que los que tienen otro color de etiqueta.

Solté una risa divertida. No esperaba para nada una respuesta así de alguien desconocido.

—Solo busco un brindis, no terminar vomitando en el retrete.

—En ese caso, champagne es una opción elegante, más que el vino. Por lo menos eso creo.

Tomé la primera botella de champagne que vi, no quería escoger entre más bebidas.

—Gracias por el consejo— sonreí agradecida.

—Está bien, no fue nada. Soy Aniel.

—Luna, es un placer. — estreché su mano y caminé a la caja.

Parecía un hombre agradable y simpático.

Después de pagar la botella, caminé sin rumbo fijo, aún era algo temprano para volver y quería comprar algo más para la cena de esta noche.

Pasé junto a una pastelería y entré para ver los pasteles más de cerca, el dulce olor a chocolate me llevó a un pastel dentro de una vitrina, podría jurar que no había visto un pastel así de delicioso en mi vida. Pedí el pastel sino dudarlo, un joven de tal vez 15 años lo metió en una caja para poder llevarlo sin que la nieve, el polvo o algo más pudiesen arruinar esta perfección.

Salí muy contenta de ahí, no creí que pudiera ser un día mejor.

Caminé a casa para poder tener el pastel a salvo de mí misma. Paré en seco mi andar al percibir un aroma conocido y desconocido al mismo tiempo; eran rosas, busqué a la persona que poseía esa fragancia familiar, giraba mi cabeza en todas direcciones, me centraba en mi visión y oído esperando captar una silueta o una voz... hasta que lo conseguí; era Rose. Vestía un abrigo gris que cubría su cuerpo hasta las rodillas, debajo, en sus piernas, vestía unos jeans y unas botas de tacón un poco altos, estaba sentada en una baquita junto a unos columpios en el parque, parecía que esperaba a alguien.

No sabía si acercarme o marcharme. Me gusta la idea de que es una simple coincidencia el que estemos las dos en la misma ciudad, pero me atemoriza un poco pensar que está esperando encontrarme.

Después de algunos minutos, decidí acercarme; creer que había estado preocupada por mí todo este tiempo, luego de irme sin siquiera despedirme, quizás, tan solo quizás sería bueno verla y dejarme ver. Caminaba con cautela, como un animal callejero acercándose a alguien que amablemente le ofrece un poco de comida, con miedo a lo que podría pasar si las cosas salen mal.

Quedé detrás de ella, podía ver su espalda y su nuca, había cortado su largo cabello, ahora lo llevaba a la altura de los hombros. Recordé lo buena amiga que siempre había sido conmigo y lo comprensiva que es, lo mucho que me cuidaba cuando me quedaba sola en casa... sentí extrañarla luego de tanto tiempo.

—Piensas quedarte ahí por más tiempo o vendrás a saludarme— abrí mis ojos con tal sorpresa.

—No creí que quisieras verme.

—Por ti es que estoy aquí, tengo media hora esperándote. Siéntate, hablemos.

Muy sorprendida por lo que me acababa de revelar, fui al otro lado de la baquita para sentarme. No sabía que decir o que hacer.

—No te preocupes— empezó a hablar—, no estoy enojada ni preocupada; he visto que has estado mejor y eso me alegra.

— ¿Me has estado espiando?— dije con tono indignado, casi molesto.

—No, te he estado cuidando desde una distancia prudente.

—Eso se llama acoso.

Una pequeña risa escapó de sus labios y por primera vez, luego de esa corta y banal conversación, sus ojos conectaron con los míos.

—Quería pasar desapercibida— me sonrió, como siempre solía hacer—, te he extrañado mucho. El trio de huecas que teníamos por amigas me tienen harta; solo se quejan de sus esposos.

—No pensé que se casarían tan pronto.

—Luego de que desapareciste, apresuraron las cosas por miedo a cambiar de opinión.

—Y ¿Qué hay de ti, te casaste?

—Claro que no, no soy tan estúpida como para casarme sin amor, mantuve ese compromiso por conveniencia, no monetaria, solo para tener algo en común contigo. Lo cancelé todo tan pronto te marchaste.

—Y ¿tus padres? Deben estar furiosos contigo. —hablé preocupada, no quería pensar que por mí influencia había causado algún problema.

—Mis padres no existen, Luna. O ¿debería llamarte Michael?

Un simple reencuentro me estaba llevando a una conversación tan extraña. No tengo idea de cómo reaccionar ante una situación así. Totalmente aturdida por lo que me acababa de decir, continué:

—Parece ser que tienes mucho que contarme, Rose. ¿Es ése tu verdadero nombre?

—No lo es. Mi nombre es Itherael, el arcángel del destino. Y por supuesto que tenemos que hablar, pero para hacerlo; debo quitarte ese candado que tienes en tu memoria.

—Creo que estás equivocada, soy un arcángel completo, sin cadenas, sin límites.

—No es así. Te pusieron un sello, en realidad, tú pediste que te lo pusieran, y así no recordar a quien causó el indescriptible dolor del abandono que marchitaba tu alma. Y puedo decirte que Gabriel hizo un trabajo excelente, pero no lo suficiente como para que solo él pueda revocarlo.

—Admito que he tenido una desagradable sensación de vacío, pero estoy segura de que por algo Gabriel puso el sello.

—Lo hizo porque se lo pediste y está bien, todos tenemos derecho a desechar malos recuerdos. Pero dime ¿qué eliges; vivir en una mentira creada por tu miedo a recordar y sentir o conocer la verdad de ese alguien a quien no puedes recordar?

— ¿Ese alguien?

—El demonio que te atormentó lo suficiente hasta hacerte sentir que viviste una pesadilla.

Sueño Lúcido [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora