Capítulo 9

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- ¿Alquilas departamentos lujosos a todos lados dónde vas? – pregunté mirando para todos lados. No tenía idea de dónde estábamos, pero era todo muy ostentoso.

Me sentía fuera de tono terminando mi hamburguesa echando un vistazo a todas esas enormes casas. Verlo a Jorge haciendo exactamente lo mismo me tranquilizaba.

-No, alquilo casas lujosas.

Oh, superestrella. Sonrió mientras masticaba. Dobló a la izquierda para entrar a la camioneta en un portón enorme.

Abrí la boca sorprendida mientras bajaba del auto.

-Estás bromeando.

- ¿Qué pasa? – inquirió desentendido. Negué con mi cabeza. Él realmente no tenía idea. ¡Estaba de paso ahí! ¿Cómo debía ser su casa de verdad?

Abrió la puerta y un "¡gol!" se escuchó. Él río y yo lo seguí. Entramos a la sala.

Todo estaba blanco, limpio y luminoso. Había un gran ventanal en una de las paredes. Un chico estaba tirado en el sillón mientras él otro le hacía un baile con el trasero cerca de su cara. Adiviné que ese era quién había anotado el gol.

- ¿Pueden comportarse? – gritó Jorge levantando la voz divertido -. ¿Qué no ven que traje a mi novia a casa? – río aún más. ¿de qué se reía?

- ¿A Danna? – gritó uno. Los dos se dieron vuelta para verme.

-Wow – exclamó mientras el otro me silbaba. Carcajeé por lo caraduras que eran. Se levantaron juntos y, mientras uno se acercaba, el otro apagaba el televisor.

-Nunca los había visto apagar la PlayStation – susurró Jorge sorprendido -. Estos son los parásitos que viven de mi dinero – exclamó divertido señalándolos -. Agustín y Michael

Asentí saludándolos con la mano y los dos rápidamente se acercaron para dejar un beso en mi mejilla. Sonreí.

-Hermano, cuándo hablaste de una novia contratada jamás me imaginé un camión así – comentó en un intento de susurro Agustín. Largué una carcajada ante su comentario.

- ¿Te puedes ubicar? – pidió mientras le daba un golpe en la nuca

- ¿Cómo la vas llamar camión desubicado? – agregó Michael -. ¿Qué no ves que es un tanque de guerra?

Me mordí el labio intentando disimular la risa. Me había sonrojado.

-Sí, sí. Bueno muy lindo todo. Déjenla en paz. Es mía – exclamó sacándomelos de encima. Sonreí. Me sentí, por primera vez, acompañada.

Me tomó la mano y me arrastró por la sala junto a él. Me soltó cuándo ingresamos a la enorme cocina. Investigó la heladera. Buscó un vaso entre los muebles y se sirvió. Negué con la cabeza luego de que me ofreciera.

-Perdón por lo de recién. Los chicos... ya sabes, parecemos unos adolescentes de 16 años – dijo riendo.

- ¿Por lo hormonal dices? – pregunté divertida. Seguramente él se comportaba de la misma manera, pero hasta ahora se había cuidado conmigo -. Creí que vivías solo – comenté, observando cada uno de sus movimientos.

-Lo hago, en Argentina. Vinieron a pasar unos días para acompañarme en mis días libres – explicó. Asentí sonriente mientras los miraba desde la cocina.

- ¿Entonces, ¿cuándo nos vamos? – pregunté. Su cara se iluminó. Justo cuando estaba por responder, una voz nos interrumpió.

- ¿Podemos meternos a la piscina? – preguntó Agustín asomándose por la puerta. Reí. Parecía un niño pidiéndole permiso a su papá.

-Hagan lo que quieran, pero no rompan nada – se limitó a decir. Tomó un sorbo de agua haciéndose el maduro.

-La boca te voy a romper si sigues dándome órdenes – le dijo divertido mientras se le colgaba por la espalda intentando darle un beso. Jorge lo bajó de un ágil movimiento y lo abrazó por los hombros. Los miré divertida.

-Y Danna, ¿vienes con nosotros?

-Me encantaría, pero... no tengo ropa – le expliqué abriendo mis manos. Hizo una mueca antes de desaparecer.

Lo mire a Jorge. Seguía tomando agua, ¿Qué le pasaba? Dejo el vaso sobre la barra. Y me miró atento por unos segundos.

- ¿Tienes calor?

Preguntó. Una leve sonrisa pícara apareció en su rostro.

-Un poco – agregué siguiéndole el juego

-No juegues con fuego – me advirtió pasando por el lado mío. No me importaría quemarme, de hecho -. Vamos a tu casa a buscar ropa, puedes quedarte acá hasta mañana – habló rápidamente y salió de la cocina.

¿Qué, que?

Fui detrás de él casi corriendo. Observé la sala ahora vacía. Jorge caminaba hasta la puerta por dónde habíamos entrado, que parecía no ser la principal, sino una que daba al garaje. Tomó las llaves de una pequeña y delicada mesa de paso.

-No quise sonar tan desesperado – agregó dándose vuelta, apoyado sobre el marco de la puerta. Le sonreí. Me hizo una seña para que pasara antes de él.

Condujo hasta mi departamento y me esperó con la camioneta en marcha para que no tardase mucho. Entré al ascensor y me miré en el espejo. Tenía una enorme sonrisa en la cara, ¿Por qué era tan idiota? ¿había estado todo el día con esa sonrisa incapaz de disimular?

Abrí rápidamente la puerta y corrí desesperada por todo el departamento buscando cosas. Agarré un gran bolso para comenzar a llenarlo.

Entré al baño para ponerme el primer bikini que encontré y marché a la pieza para ponerme un poco de ropa arriba.

Mire a mi alrededor desesperada, intentando no olvidarme nada importante.

Cerré la puerta con fuerza y apreté el botón del ascensor una vez más.

Mientras bajaba, me di cuenta de que aún estaba maquillada cómo me habían preparado en el estudio. Me eché un vistazo rápido. Mis shorts que apenas tapaban mis nalgas y mi top no eran la mejor elección para una casa llena de hombres y hormonas. Me encogí de hombros, ya era tarde.

Salí del gran edificio y lo vi silbando arriba de la camioneta.

Miró para dónde estaba cuando abrí la puerta trasera.

-Eso fue rápido – dijo sorprendido. Dejé el bolso allí y cerré la puerta. Me acomodé a su lado largando un suspiro. Me había cansado.

Lo miré. Me estaba mirando como si estuviese hecha de diamantes.

-Bueno, ahora sí que hace calor – exclamó y prendió el aire acondicionado exagerado.

Reí.

No sabía qué, pero algo estaba cambiando.

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