Capítulo ocho

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I couldn't want you anymore

Son exactamente las ocho menos veinticinco de la mañana de su cuarto día en Japón, cuando Harry se levanta de la cama.

Madrugar definitivamente no es su cosa favorita durante los primeros diez minutos, pero en cuanto consigue abandonar las sábanas para darse una ducha rápida e ir directo a prepararse un café, la energía empieza a fluir en su cuerpo de forma muy positiva.

Esta mañana decide que prefiere tomar té, en concreto una marca japonesa que ha descubierto en el último año y que compra siempre que viene a Tokyo. Pone agua al fuego y mientras espera a que hierva se dedica a recorrer toda la casa, abriendo cada puerta y cada ventana que encuentra para dejar que el aire frío fluya a través de las habitaciones.

Está dispuesto a aprovechar la mañana antes de marcharse al centro a la hora del almuerzo, y para Harry, ser productivo significa entrenar el cuerpo, o bien entrenar la mente. No tiene gimnasio al que ir, y siendo honestos no le apetece salir a correr a través de un barrio que apenas conoce.

Así que, con su cárdigan a rayas, sus vaqueros anchos y su bandana azul sujetando los escasos rizos de su pelo, toma asiento frente a la mesa de la cocina junto a una libreta de cuero negra y abre la carpeta de notas guardadas en su teléfono.

El aire frío que entra desde el jardín y roza sus mejillas obliga a Harry a tirar de las mangas de su cárdigan y refugiar en ellas la mitad de sus manos. Agarra su bolígrafo, posando el extremo sobre sus labios mientras su mirada repasa las frases sueltas que dejó escritas en las notas de su teléfono.

Pero ni siquiera le da tiempo a comenzar a concentrarse en las ideas que dejó a medio desarrollar antes de volar lejos de Londres. La tetera comienza a hervir y, justo al mismo tiempo, escucha una voz exclamando a sus espaldas.

—¡Buenos días!

Harry se desliza sobre su asiento, su mirada dirigiéndose veloz a la puerta corredera que delimita la cocina del jardín delantero.

Y se cruza con los ojos de Louis. Brillantes, claros y grises, combinando con sus vaqueros desgastados. Arrugas en las esquinas por culpa de la sonrisa entre sus labios, y unas sutiles ojeras fruto de lo que parece ser pocas horas de sueño.

Pero de alguna manera extrañamente encantadora, también combinan con su jersey burdeos. Cuello vuelto resaltando las esquinas de su mandíbula y la forma de su barba perfectamente recortada.

Cuánto le odia.

Su flequillo aplastado en su frente se balancea suavemente cuando toca con sus nudillos el cristal de la puerta, a pesar de que Harry ya ha notado su presencia, y a pesar de que Louis, acto seguido, se adentra en la cocina sin molestarse a esperar una respuesta afirmativa para hacerlo.

—Despierto por voluntad propia a las nueve de la mañana —a pesar del ceño profundamente fruncido -y confundido- de Harry, una sonrisa amplia se desliza entre sus labios—. ¿A qué se debe este hecho insólito?

—¿A qué se debe que hayas dejado todas las malditas puertas abiertas? —contraataca Louis, y con media sonrisa y una ceja levantada, encuentra un lugar contra el filo de la cocina donde dejar caer su espalda baja.

Harry, aprovechando la excusa de la tetera hirviendo, se levanta de la mesa, y con los ojos de Louis siguiendo sus movimientos mientras aparta el agua del fuego, le da una respuesta simple y concisa:

we'll be alright · h & lDonde viven las historias. Descúbrelo ahora