La Narradora se va

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El día amaneció claro y frío. Todo el mundo se levantó temprano, ya que los viajeros debían salir a tiempo de coger el tren de las ocho. El caballo estaba enjaezado y tío Alec estaba esperando en la puerta. Tía Janet lloraba, pero el resto hacía un valiente esfuerzo por no hacerlo. El Hombre Difícil y la señora Dale vinieron para ver por última vez a su predilecta. La señora Dale le trajo un glorioso manojo de crisantemos, y el Hombre Difícil le dio, bastante elegantemente, otro pequeño libro de tapas irregulares de su librería.
—Léelo cuando estás triste o feliz, o sola, o desanimada, o esperanzada —dijo
gravemente.
—Ha mejorado mucho desde que se casó —me susurró Felicity.
Sara Stanley llevaba puesto un elegante traje de viaje nuevo y un sombrero de fieltro azul con una pluma blanca. Parecía tan horriblemente mayor con él que nos sentimos como si ya estuviera perdida para nosotros.
Sara Ray había prometido llorosa la noche anterior que se levantaría temprano para despedirla. Pero en ese momento Judy Pineau apareció para decir que Sara, con su usual suerte, tenía la garganta inflamada y su madre consecuentemente no le permitía venir. Así que Sara había escrito unas palabras de despedida en una nota triangular de color rosa.
Mi querida amiga: Las palabras no pueden expresar mis sentimientos por no poder ir a
despedir hoy por la mañana a alguien a quien adoro tiernamente. Cuando pienso que no volveré a verte mi corazón está casi tocado de muerte. Pero madre dice que no puedo y debo obedecerle. Pero estaré presente en espíritu. Simplemente rompe mi corazón que te vayas tan lejos. Siempre has sido tan amable conmigo y nunca heriste mis sentimientos como hacen algunos y te echaré tanto de menos. Pero realmente espero y rezo para que seas feliz y prospera donde quiera que tu suerte te lleve y que no te marees en el gran océano. Espero que encuentres tiempo entre todos tus muchos deberes para escribirme una carta de vez en cuando. Siempre te recordaré y por favor recuérdame. Espero volver a verte alguna vez, pero si no, podremos volver a vernos en un mundo mejor donde no hay tristes despedidas. Tu verdadera y amante amiga,
                            Sara Ray —Pobrecita Sara —dijo la niña de los cuentos, con la voz extrañamente entrecortada, mientras deslizaba la emborronada nota dentro de su bolsillo—. No es mala persona, siento no poder verla una vez más, aunque quizá es mejor así porque hubiera llorado y nos lo habría contagiado a todos. No quiero llorar Felicity, no te atrevas. Oh, queridos, les quiero tanto a todos, y siempre les querré.
—Recuerda escribirnos al menos cada semana —dijo Felicity parpadeando
furiosamente.
—Blair, Blair, vigila bien a la niña —dijo tía Janet—. Recuerda que no tiene madre. La niña de los cuentos corrió hacia la calesa y trepó en ella. Tío Blair le siguió. Sus brazos
estaban llenos de crisantemos, los tenía agarrados fuertemente cerca de su cara, y sus bellos ojos nos brillaban tiernamente por encima de ellos. No se dijo adiós, como ella deseaba. Todos sonreímos valientemente y agitamos nuestras manos mientras ellos salían del sendero y bajaban por la húmeda y roja carretera hacia las sombras del bosque de abetos del valle. Pero permanecimos allí, porque sabíamos que veríamos una vez más a la niña de los cuentos. Más allá del bosque de abetos había una curva abierta en el camino y ella había prometido saludarnos por última vez cuando pasara por allí. Observamos la curva en silencio, formábamos un pequeño grupo apenado al sol de la mañana de otoño. Las delicias del mundo habían sido nuestras en el camino dorado. Nos había tentado con margaritas y recompensado con rosas. Florecimiento y lírica habían esperado nuestros deseos. Nos habían visitado pensamientos descuidados y dulces. Las sonrisas habían sido nuestras compañeras y la esperanza intrépida nuestra guía. Pero ahora sobre él estaba la sombra del cambio.
—Allí está —gritó Felicity. La niña de los cuentos se puso de pie y agitó hacia nosotros sus crisantemos. Nosotros la saludamos salvajemente hasta que la calesa desapareció en la curva. Entonces regresamos despacio y en silencio a casa. La niña de los cuentos se había marchado.

                  FIN.
    

El camino doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora