Van Hohenheim

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· Van Hohenheim ·

Cada paso era como si peleara con apretados grilletes alrededor de sus tobillos, el suelo árido levantaba polvo amarillento mientras arrastraba sus pies. En su garganta se formó un nudo que por más que tragaba le era imposible de deshacer.

El cielo de ese atardecer era de un rojo tan intenso que no pudo evitar compararlo con el color de la sangre, ese pensamiento solo sirvió para tensar aún más el nudo de su garganta. Ciertamente prefería no pensar en esas cosas, ya había visto demasiada sangre como para ahora tenerla dentro de su mente.

Apunto de llegar a su destino divisó frente a él una silueta baja y regordeta, una sonrisa de medio lado se dibujó en sus labios cuando se observó el hilo de humo gris que se escapaba de la larga pipa de la que aquella persona fumaba con aparente tranquilidad. Antes de llegar hasta su destino colocó en el suelo, sin mucho cuidado, el pesado maletín de cuero que llevaba en su mano derecha, el portafolio hizo un ruido seco cuando tocó el suelo y levantó un poco más del polvo que antes había estado arrastrando con los pies. Pausadamente llevó sus dos manos hasta su rubio cabello atado en una coleta, tomó un par de mechones de ambos lados y los jaló para así afirmar el agarre que mantenía su cabello a raya.

Sin molestarse en tomar del suelo sus pertenencias caminó hasta poder colocarse de pie justo a la izquierda de la persona que lo estaba esperando. No se vieron ni un momento a los ojos, en lugar de eso ambos prestaban su atención a la placa de concreto justo encima de un montículo de tierra, repasó mil veces en su cabeza todas y cada una de las letras grabadas en la piedra.

En el lado izquierdo de su pecho existía un sentimiento difícil de describir, era como si alguien lo hubiese atinado un buen puñetazo pero, al mismo tiempo, era como si una delicada mano le hubiese embalsamado las heridas. Se mordió los labios un poco incómodo.

—Recuérdame retribuirte lo que pagaste por hacer que la cambiaran —lanzó al aire sin apartar su vista de la solemne placa de piedra, el viento sopló suavemente jugando con su coleta de caballo.

—Deja eso, no ha sido nada —su acompañante le respondió con su voz seca para después calar otro poco de su pipa encendida, el olor amargo a tabaco le llegó hasta la punta de su nariz.

Él volvió a dibujar en su rostro la misma sonrisa melancólica de hacía un rato, inconscientemente llevó sus manos hasta sus costados y las escondió dentro de los bolsillos de su pantalón.

"Perdón por no cumplir la promesa...me adelanto"

Ahora que lo pensaba, de verdad había sido muy tonto por desconcertarse tanto al no entender lo que aquellas palabras querían decir. Al no comprender el por qué de repente su siempre bastardo y estoico rostro comenzó a llenarse de pesadas lágrimas.

—Estaba sonriendo, ¿sabes? —escuchó la voz de la anciana a su lado, quizá mortificada por el sombrío semblante que de un momento había invadido su rostro.

Volvió a leer el par de nombres grabados en la piedra, la mujer al lado de él se había encargado que estuvieran escritos lo más cerca un nombre de otro, con adornos florales entrelazados.

Por primera vez desde que había llegado, en su rostro se dibujó una sonrisa sincera con sus dientes asomándose entre sus comisuras.

Supuso que estaba bien sentirse feliz por el par de nombres que le regresaban la mirada sin poder emitir un solo sonido. Se imaginó el dulce rostro de su madre iluminado por la felicidad de reír a sonoras carcajadas y, a su lado, al idiota de su padre permitiéndose por fin estar en paz mientras disfrutaba como nunca de aquella armoniosa risa.

—Sí, más le vale —sentenció frunciendo el entrecejo pero sin dejar de sonreír.

Quiero que sepas que no hay vida después de ti...

-FIN-

Life after youWhere stories live. Discover now