Llamada

324 62 6
                                    

—Me dijiste que estarías bien, ¿qué pasó? —preguntó Sofía en una llamada que mantenía con Marcela.

—¡Lo sé, lo sé!, pero los nervios me tienen vuelta loca. —Se sentía tan tensa que se mordía las uñas al hablar. Estaba en su habitación todavía en pijama y ya eran las diez de la mañana.

—Tu médico dijo que no. Discúlpame, pero me pones en una situación difícil. Mejor considera una alternativa, no sé, algo homeopático.

—¡Esas cosas no sirven para nada! —resopló frustrada—. ¡Ah! ¿Por qué tiene que ser así?

—Porque confiamos en que puedes superarlo. Ya no hay más, lo siento. No estás sola. Llámame las veces que necesites. —Era necesario cambiar el tema para distraerla—. Mejor cuéntame, ¿cómo te va?

—Más o menos.

—¿Cómo que más o menos? —Fue su turno de resoplar—. Dime qué pasó.

—¿Sabes?, este chico es diferente. —El recuerdo de su altercado hizo acto de presencia y el revivirlo causó que un rápido escalofrío la recorriera.

—¿Qué quieres decir con "diferente"? —Se sintió confundida al escucharla porque eran pocas las ocasiones en que ella hablaba de sus intérpretes.

—No es un lamebotas. Ayer hasta se defendió de mí.

—Pero ¿qué le hiciste? Por Dios, Marce, ¿en el primer día?, ¿es en serio? —Sabía que no venían buenas noticias y debía hacerla reflexionar para que arreglara el incidente porque, al estar tan lejos, su ayuda era limitada—. Linda, debes controlarte. Solo harás que renuncie y te deje sola por allá. ¡Por favor, no nos hagas esto otra vez!

—No te preocupes, me calmaré todo lo que pueda si me consigues las pastillas. —Estaba dispuesta a suplicarle con tal de conseguirlas.

—Veré qué puedo hacer. El médico va a regañarme por solaparte. —Él seguro se negaría porque Marcela ya había abusado demasiado de la medicación, pero por ella lo iba a intentar.

—El problema es que no creo que me las vendan aquí.

—Tal vez si te distraes un poco logres relajarte. En cuanto llegues a Canadá pediré que te den una dosis si logro que te las permitan por esta vez. Le diré a Arias que te acompañe a dar un paseo. Y... podrías aprovechar para pedirle una disculpa.

—Creo que esa no es una buena idea... —Lo último que quería era salir a dar un paseo con él.

—¡Sí es! Seguro estás encerrada en tu cuarto y sabes que eso no te hace bien. Hemos hablado de esto muchas veces.

—No quiero disculparme —susurró como si fuera una niñita caprichosa.

Sofía a veces lograba que reconsiderara sus acciones, y esta vez deseaba que su intérprete durara más tiempo.

—Parece que no tienes opción. ¿Qué te gustaría hacer hoy? Y también dime qué pasó con Illescas.

—Nos veremos a las seis de la tarde —en su voz se notó una ligera incomodidad—. Anoche aceptó hablar más sobre el proyecto y necesitamos que firme para que pueda irme a Canadá.

—Ojalá que hoy mismo se logre. Entonces tienes tiempo libre hasta las seis. Sal a caminar, compra ropa o ve a un museo. Tienes bastantes opciones.

—Lo haré. Gracias, Sofí. Mi vida no sería lo mismo sin ti —lo dijo con toda sinceridad.

Ambas mujeres se conocieron cuando eran jóvenes porque sus familias se frecuentaban. Cuando Marcela llegó a México tenía quince años y Sofía doce, aun así era muy madura para ser menor. Años después se volvieron a encontrar en una estación de radio donde Sofía era asistente. Marcela fue entrevistada por haber ganado un premio como guionista. De ese reencuentro surgió la llamada para ofrecerle un puesto en la productora donde su padre era socio mayoritario, y lo demás es historia.

—Te quiero mucho. Por favor respira cada vez que no creas soportarlo.

—Está bien. Besos. —Terminó la llamada y arrojó el teléfono hacia la cama, convencida de que no podría.

El Intérprete ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora