Decisión

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El sonido de las turbinas les recordó todo lo que se quedaba en Canadá.

Maximiliano jamás imaginó que iba vivir unas semanas tan fascinantes. Fueron días en que se perdió por completo y se entregó a los momentos que compartió con su compañera de asiento. ¡Ahora todo había cambiado de forma tan drástica! No hablaron mucho durante el trayecto, solo uno que otro comentario muy alejado de planes románticos, y pronto descubrió que esa mujer que había cedido a sus encantos volvía a ser la misma que conoció. Su frialdad lo dejó desarmado y optó por imitarla.

Cuando el avión aterrizó, se sintió como un respiro para él.

En México, Sofía los esperaba en el aeropuerto junto con su novia. Su pareja, Stephanie Wilson, era una mujer norteamericana de veintiocho años que lucía muy enamorada, aunque su español era limitado. En su labio superior se podía ver la cicatriz de la que fue una fisura congénita.

En cuanto los cuatro se encontraron, se hicieron las debidas presentaciones.

—¡Por fin! —festejó Sofía y abrazó a Marcela como si fuera una hermana a la que extrañó—. ¿Qué tal el viaje?

—Largo. Pero ya estamos aquí —respondió con tono áspero.

Enseguida Sofía reconoció un cierto distanciamiento entre los dos y supo que, si habían tenido un affaire, su amiga cumplió y lo terminó como dijo.

—Vamos a casa —pidió Marcela con una mueca de cansancio.

Max se mantenía callado y se limitó a seguirlas.

Los cuatro salieron del aeropuerto luego de recoger las maletas y se subieron al coche de Sofía. Los recién llegados se fueron en los asientos traseros, pero no se miraron ni por error aunque se sentía una tensión que los incomodaba.

—¿A dónde te llevo, Maximiliano? —le preguntó la dueña del carro al recordar que no conocía su dirección.

A pesar de que pidió irse en un taxi, ellas insistieron en llevarlo. El cuarto que rentaba no se ubicaba en una zona segura y no quería exponerlas. Al final tuvo que ceder.

—Le daré al señor Arias quince días libres pagados para que descanse. No se va a presentar el lunes. Te aviso para que lo programes —dijo la jefa, dirigiéndose a su amiga como si él no estuviera presente.

—¡Quince días! —se sorprendió—. ¡Qué generosa! Maximiliano, debiste trabajar demasiado. —A lo mucho Marcela les daba una semana de descanso a sus intérpretes, y eso si el viaje era de más de dos meses.

—No tienes idea —mencionó él con una media sonrisa que también llevaba la amargura que se negaba a alejarse.

—Y dime, ¿qué piensas hacer con todo ese tiempo libre? —quiso indagar para seguir con la conversación y con eso calmar las aguas.

—Tengo que buscar un departamento donde mudarme y visitaré a mis padres. —Ahora tenía dinero para pagar un mejor lugar y quería ver a su familia porque los extrañaba. Pensaba que estando allá podría olvidarse de todo lo que le daba vueltas en la cabeza.

—¡Oh!, tengo una amiga en bienes raíces, si quieres te paso su contacto.

—Sería de mucha ayuda, gracias —con eso terminaron la conversación.

Max observó la ventana el resto del trayecto, viendo a unas cuantas parejas recorrer las húmedas calles de esa gran ciudad que parecía más fría de lo normal.

Luego de poco más de media hora, llegaron a la casa donde rentaba: grande y poco cuidada, la pintura de sus paredes era distinta y el portón estaba descarapelado.

Marcela se limitó a despedirse moviendo la mano.

Sus ojos se cruzaron por un breve instante y supo entonces que ella estaba convencida de que su aventura había terminado. Le dolía saberlo, pero se creía capaz de soportarlo y en poco tiempo aquello estaría más que superado.

—Hasta dentro de quince días —le dijo Sofía después de que bajara su maleta. Encendió de nuevo el coche y Maximiliano caminó sin volver a girarse. El hombre se perdió de su vista al dar vuelta en una esquina.

Sofía reconoció el cambio en su amiga. Por el retrovisor la vio contemplando el celular, pero su ceño la delataba, la percibía enojada y triste al mismo tiempo, así que quiso ayudarla a concentrarse en otros asuntos. Era acostumbrado que hablaran de trabajo a todas horas y se apresuró a ocuparla mientras la llevaba a su casa.

—Sé que vienes cansada, pero tengo los resultados de la audición de tu actriz.

—¿Cuál actriz? —preguntó extrañada, todavía envuelta en el caos del momento.

—La pelirroja, Antonella Behar. Para el largometraje que se va a producir para el festival de cine de Morelia. Los socios quieren que se empiece a trabajar todo a más tardar la próxima semana.

—¿Cómo le fue? —De un tirón bajó la pantalla del teléfono y su corazón latió con más rapidez cuando recordó que fue ella quien la animó a participar.

—Pues me parece bastante promedio si de talento hablamos, pero tenías razón, encaja perfecto y el director ya la aprobó. ¡Siempre aciertas! Solo necesito tu firma para que haga su papeleo. ¿Quieres ver sus resultados?

Marcela alzó una mano para recibir la carpeta que le extendió Stephanie. Esa actriz era la novia del que días antes fue su compañero de cama, pero cuando la invitó a hacer la prueba no existía una historia entre ellos. En esa carpeta se encontraba su última oportunidad de recuperarlo, de continuar con la aventura que tanto gozó. Si firmaba y la joven entraba a la productora, estaría firmando también la conclusión de algo que la hizo olvidarse de todos sus demonios. Vaciló por un instante, sosteniendo la pluma y observando absorta el papel. Sus pensamientos la acorralaron y no quería seguir dándole vueltas al tema, así que al final optó por plasmar su firma sobre la hoja.

—Listo. —¡La decisión fue tomada! Maximiliano Ariaspasaba a ser solo un recuerdo, un amante más que perdía y que alejó sin estarsegura de querer hacerlo.

El Intérprete ©Where stories live. Discover now